en la Iglesia se refleja en la película
Cónclave
Brújula
cotidiana, 28_01_2025
El obispo de la
diócesis francesa de Coutances et Avranches, monseñor Grégoir Cador, acaba de
anunciar el nombramiento de una vicaria general, Audrey Dubourget, que queda
adscrita por tanto al consejo episcopal. En la archidiócesis de Bruselas, el
pasado diciembre también se nombró a una delegada episcopal, Rebecca Charlier-Alsberge,
cuyo nombre incluso se ha introducido en la Plegaria Eucarística. En Italia, el
programa de televisión Otto e Mezzo (La7), ha entrevistado a una monja, Paola
Arosio, que ha censurado la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald
Trump, de aceptar solo los géneros masculino y femenino, calificando su
decisión como violenta y no acorde con los tiempos. Sobre las teorías
homosexualistas y transexualistas del cardenal estadounidense Blase Cupich se
puede consultar este otro artículo de Tommaso Scandroglio. Y luego tenemos al
Papa, que entre septiembre y octubre pasados recibió con gran énfasis a dos
grupos diferentes de personas homo y transexuales, y que sobre todo promueven
la agenda LGBT en la Iglesia.
Estos son sólo
algunos hechos recientes -podrían mencionarse muchos otros- que dan una idea de
cómo se está produciendo una verdadera revolución moral en la Iglesia. Es más,
está en marcha un proceso que desvirtúa el sacerdocio.
Y son hechos que
vienen inmediatamente a la mente después de ver la película Cónclave, dirigida
por Edward Berger y basada en la novela homónima de Robert Harris, que se
estrenó en Italia en Navidad y sigue en los cines con buen éxito de taquilla.
Al fin y al cabo, estamos hablando de una película nominada a ocho Oscar, siete
Globos de Oro y muchos otros premios. Así que dentro de unas semanas, cuando
llegue la noche de los Oscar, volverá a ser noticia.
A pesar de ello,
también se podría evitar hablar de esta película si fuera simplemente una obra
más -aunque cinematográficamente bien hecha- realizada para desacreditar a la
Iglesia católica, protagonizada por cardenales dedicados sólo a tramas de poder
o con pesados esqueletos en el armario. Cosas ya vistas, se podría argumentar.
En realidad, la
Operación Cónclave es mucho más enrevesada e inquietante. Eso sí, los
ingredientes del thriller vaticano están todos ahí: empezando por la banda
sonora, digna de una película de Dario Argento, que desde las primeras escenas
acompaña las acciones más ordinarias y obvias tras la muerte de un Papa, dando
la impresión de estar presenciando quién sabe qué fechoría. Tampoco faltan los
escándalos que van surgiendo poco a poco mientras se desarrolla el Cónclave y
que, obviamente, permanecen encerrados en las salas secretas: el cardenal africano
con un hijo y el canadiense que conspira y soborna a otros cardenales para
conseguir su voto. Luego están los dos frentes opuestos, progresistas y
tradicionalistas, estrictamente occidentales, evidentemente enzarzados en una
simple lucha de poder. Todo ello aderezado, en los raros discursos importantes,
con un lenguaje políticamente correcto: sobre todo la homilía de la misa que
introduce el cónclave, cuando el cardenal Lawrence, el decano que hace de guía
en el desarrollo de la película, pronuncia un elogio de la duda contra toda
certeza. Duda que expresa sus propios sentimientos en un momento de crisis de
fe.
Hasta llegar al
epílogo en el que, habiendo sido aniquilados por el escándalo todos los
principales candidatos, el joven cardenal, procedente de los suburbios,
consigue los votos para el papado en virtud de un banal discurso sobre los
pobres y las guerras. Pero que, sin embargo, esconde el secreto de una
naturaleza sexual que se intuye intersexual, aunque la descripción que se hace
de él sea de fantasía-anatomía. Al final, el nuevo Papa, con toda su ambigüedad
e incluso banalidad, emerge como la única figura verdaderamente positiva del
Sacro Colegio, un hombre-mujer que, en virtud de esta naturaleza, tiene la
mansedumbre y la propensión al diálogo –contra la arrogancia y la violencia de
los machos tóxicos- que la Iglesia y el mundo necesitan.
En resumen, un
argumento, si se quiere, ni siquiera demasiado original. ¿Qué es, pues, lo
inquietante de esta película? Durante el anterior pontificado una obra así
habría sido considerada como de “reli-ficción”, como lo fue en su momento El
Código Da Vinci por poner un ejemplo. Sin embargo, durante el actual
pontificado parece dramáticamente realista. Los discursos de los cardenales en
la película, que carecen de toda referencia concreta a las razones de la fe,
son terriblemente parecidos a los que se oyen en boca de muchos prelados hoy,
incluyendo el elogio de la duda, “la Iglesia no es tradición”, etcétera. De
hecho, se oyen y se ven cosas mucho peores en la realidad.
Ante un obispo que
promueve una exposición blasfema y otro que acepta comer fast food en la
iglesia con la justificación de que “Jesús lo aprobaría”, ¿qué importancia
tiene un cardenal que vive obsesionado con la posibilidad de que el candidato tradicionalista
se convierta en Papa?
Para ser sinceros,
la realidad ejemplificada por los hechos citados al principio del artículo ya
va por delante de lo que vemos en la película. Hasta el punto de que la
elección de un cardenal intersexual o incluso transexual como papa, hoy en día
–después del pontificado actual- ya no es fantasía-religión.
El primer
pensamiento que viene a la mente al salir del cine es, en efecto, que hoy este
epílogo sería dramáticamente posible. Es más, cabe preguntarse si no habrá
ocurrido ya que algún sacerdote u obispo se encuentre exactamente en esta
condición. Recordemos que ya hace tres años, la diócesis de Turín aceptó
impartir el sacramento de la confirmación con el nuevo nombre y género de una
mujer que se había “convertido” en hombre; y estamos seguros de que en otras
partes del mundo occidental ya no hay escándalo por casos semejantes. La
creciente presión para aceptar candidatos homosexuales al sacerdocio en los
seminarios va en la misma dirección.
En la película, el
Papa fallecido se entera de la situación del obispo intersexual y a pesar de
ello lo nombra cardenal diciéndole “Adelante”. ¿No es ésta una situación con la
que estamos familiarizados? ¿Acaso no hemos visto en los últimos años las
brillantes carreras de figuras abiertamente pro-LGBT como el ya mencionado
cardenal Cupich o el cardenal Robert W. McElroy, ascendido precisamente en las
últimas semanas a arzobispo de Washington?
Al fin y al cabo,
Cónclave actúa como caja de resonancia de aquellos que trabajan por la
destrucción de la Iglesia, lo que hace que un epílogo como el de la película
resulte familiar y aceptable para un amplio público, incluidos los católicos.
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