detrás del Discurso Social
P. Clodovis Boff
[InfoCatólica /
CentroPieper] 29-6-2025
Quien fuera
durante años un referente indiscutido de la Teología de la Liberación pero que
más tarde se distanció de su deriva ideológica, el P. Clodovis Boff –no
confundir con su hermano Leonardo Boff– ha escrito una contundente «Carta
Abierta a los Obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)»
donde entre muchas cosas valiosas, dice sin rodeos: «Disculpen mi franqueza…
Ustedes, los obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social,
social, social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos
mayores, ¿es que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas
noticias sobre Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la
salvación? ¿Sobre la conversión del corazón y la meditación de la Palabra?
¿Sobre la oración y la adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros
temas similares? Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente
religioso y espiritual?».
Sacerdote de la
Orden de los Siervos de María, el P. Clodovis lamenta, en su escrito de cuatro
páginas, que los Obispos del Continente Iberoamericano en su documento sólo
hablen de Cristo «dos veces, y en ambas ocasiones de pasada». Incluso denuncia
que se leen allí las palabras «“Dios”, “Cristo”, “evangelización”,
“resurrección”, “Reino”, “misión” y “esperanza”. Sin embargo, [estas] son
palabras colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro
contenido espiritual», reaccionando así al documento final de la 40ª Asamblea
General Ordinaria del CELAM, habida entre el 26 y el 30 de mayo pasado. «Es
hora de restituirle [a Cristo] la primacía absoluta», dice, cerrando
valientemente su Carta Abierta.
Recordemos que ya
en el año 2007 nuestro Teólogo Brasileño publicó un artículo titulado «Teología
de la Liberación y Vuelta al Fundamento», donde decía claramente que «el error
de la teología de la liberación realmente existente fue haber puesto a los pobres
en el lugar de Cristo, haciéndolos un fetiche y rebajando a Cristo a mero
coadyuvante; cuando Cristo hizo lo contrario: se puso en el lugar de los
pobres, para hacerlos partícipes de su dignidad divina».
Por el alto
interés que ha suscitado este escrito –aunque no estemos de acuerdo
absolutamente en todo–, es que ahora lo reproducimos enteramente para todos los
lectores de nuestro Blog del Centro Pieper. Y lo hacemos muy especialmente por
el itinerario espiritual de quien lo escribe. Pues, como alguna vez escribió
Luis Fernando Pérez Bustamante: «Pocos ayudan tanto a la Iglesia como los que
fueron heterodoxos dentro de ella, se dieron cuenta de su error, lo
reconocieron, se arrepintieron y luego se dedicaron a combatirlo».
¡Vale la pena
leerlo!
* * *
Carta abierta a
los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)
[Nota del Centro
Pieper: las “negritas” son nuestras]
Queridos hermanos
obispos:
He leído el mensaje que publicaron al
final de la 40ª Asamblea celebrada en Río a finales de mayo. ¿Qué buena noticia
he encontrado en el mensaje? Disculpen mi franqueza: Ninguna. Ustedes, los
obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social, social,
social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos mayores, ¿es
que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas noticias sobre
Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la salvación? ¿Sobre la
conversión del corazón y la meditación de la Palabra? ¿Sobre la oración y la
adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros temas similares?
Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente religioso y
espiritual?
Eso es precisamente lo que más necesitamos
hoy y lo que llevamos esperando mucho tiempo. Me vienen a la mente las palabras
de Cristo: los hijos piden pan y les dais una piedra (Mt 7, 9). Incluso el
mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad. Pero
no, ustedes siguen ofreciéndoles lo social y siempre lo social; de lo
espiritual, apenas unas migajas. Y pensar que son ustedes los guardianes de la
riqueza más importante, la que más necesita el mundo y la que ustedes, en
cierto modo, le niegan. Las almas piden lo sobrenatural, y ustedes insisten en
darles lo natural. Esta paradoja es evidente incluso en las parroquias:
mientras los laicos se complacen en mostrar signos de su identidad católica
(cruces, medallas, velos y blusas con estampados religiosos), los sacerdotes y
las monjas van a contracorriente y aparecen sin ningún signo distintivo.
No obstante, ustedes se atreven a decir,
muy convencidos, que escuchan los «gritos» del pueblo y que son «conscientes de
los desafíos» de hoy. ¿Acaso escuchan de verdad o se quedan en la superficie?
Leo su lista de «gritos» y «desafíos» de hoy y veo que no es más que lo que
dicen los periodistas y sociólogos ordinarios. ¿Es que no escuchan cómo, desde
las profundidades del mundo, se alza hoy un clamor formidable a Dios? ¿Un
clamor que ya oyen incluso muchos analistas no católicos? ¿Es que el motivo de
la existencia de la Iglesia y sus ministros no es precisamente escuchar este
clamor y darle una respuesta, una respuesta verdadera y completa? Los gobiernos
y las ONG están ahí para atender los clamores sociales. La Iglesia, sin duda,
no puede quedarse al margen, pero no es la protagonista en este campo. Su
ámbito de acción es otro más elevado: responder precisamente al clamor que
busca a Dios.
Sé que ustedes, como obispos, sufren día y
noche el acoso de la opinión pública para que se definan como «progresistas» o
«tradicionalistas», «de derecha» o «de izquierda». Pero ¿son estas las
categorías adecuadas para los obispos? ¿No son, más bien, las de «hombres de
Dios» y «ministros de Cristo»? En esto, San Pablo es categórico: «que los
hombres nos tengan como ministros de Cristo y administradores de los misterios
de Dios» (1Co 4, 1). No es ocioso recordar aquí que la Iglesia es, ante todo,
un «sacramento de salvación» y no una simple institución social, progresista o
no. Existe para proclamar a Cristo y su gracia. Ese es fin principal, su
compromiso mayor y permanente. Todo lo demás es secundario. Perdónenme,
queridos obispos, si les recuerdo lo que ya saben. Pero, si lo saben, ¿por qué,
entonces, no aparece todo esto en su mensaje y en los escritos del CELAM en
general? Al leerlos, uno casi inevitablemente llega a la conclusión de que,
hoy, la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de
Cristo y su salvación, sino causas sociales, como la justicia, la paz y la
ecología, que ustedes mencionan en su mensaje a modo de cantinela.
La misma carta que el Papa León envió al
CELAM, a través de su Presidente, habla inequívocamente de la «urgente
necesidad de recordar que es el Resucitado, presente en medio de nosotros,
quien protege y guía a la Iglesia, reavivándola en la esperanza», etc. El Santo
Padre también les recuerda que la misión propia de la Iglesia es, en sus
propias palabras, «salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas, para
anunciarles el mensaje de salvación de Cristo Jesús». Sin embargo, ¿cuál fue la
respuesta que dieron al Papa? En la carta que le escribieron, no se hicieron
ningún eco de estas advertencias papales. Más bien, en lugar de pedirle que les
ayudara a mantener viva en la Iglesia la memoria del Resucitado y a sus
hermanos la salvación en Cristo, le pidieron que los apoyara en su lucha por
«incentivar la justicia y la paz» y en «la denuncia de toda forma de
injusticia». En resumen, lo que le dijeron al Papa fue la vieja cantinela de
siempre: «social, social…», como si él, que trabajó durante décadas entre
nosotros, nunca la hubiese oído. Dirán ustedes: «todas esas verdades se dan por
supuestas, no hace falta repetirlas todo el tiempo». No es cierto, queridos
obispos. Necesitamos repetirlas con renovado fervor cada día; de lo contrario,
se perderán. Si no fuera necesario repetirlas una y otra vez, ¿por qué las
recordó el Papa León? Sabemos lo que sucede cuando un hombre da por supuesto el
amor de su esposa y no se preocupa por alimentarlo. Esto se aplica
infinitamente más en relación con la fe y el amor a Cristo.
Ciertamente, en su mensaje no falta el
vocabulario de la fe. Leo en él: «Dios», «Cristo», «evangelización»,
«resurrección», «Reino», «misión» y «esperanza». Sin embargo, son palabras
colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro
contenido espiritual. Más bien, hacen pensar en la cantinela habitual «social,
social y social». Tomemos, por ejemplo, las dos primeras palabras, que son
fundamentales y más que básicas para nuestra fe: «Dios» y «Cristo». En cuanto a
«Dios», solo lo mencionan en las expresiones estereotipadas «Hijo de Dios» y
«Pueblo de Dios». Hermanos, ¿es que esto no es pasmoso? En cuanto a «Cristo»,
solo aparece dos veces, y en ambas ocasiones de pasada. Una de ellas es cuando,
recordando los 1.700 años de Nicea, hablan de «nuestra fe en Cristo Salvador»,
algo importantísimo en sí mismo, pero que carece de relevancia alguna en su
mensaje. Me pregunto por qué no aprovechamos esta inmensa verdad dogmática para
renovar, con todo fervor, la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una
presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia.
Sus Excelencias declaran, y con razón, que
desean una Iglesia que sea «hogar y escuela de comunión» y, además,
«misericordiosa, sinodal y en salida». ¿Y quién no desea eso? Pero ¿dónde está
Cristo en esta imagen ideal de la Iglesia? Una Iglesia que no tiene a Cristo
como razón de ser y de hablar no es, en palabras del Papa Francisco, más que
una «ONG piadosa». ¿No es precisamente a eso a lo que se dirige nuestra
Iglesia? En el mejor de los casos, en lugar de hacerse agnósticos, a veces los
fieles se hacen evangélicos. En cualquier caso, nuestra Iglesia pierde a sus
ovejas. Vemos a nuestro alrededor iglesias, seminarios y conventos vacíos. En
nuestra América, siete u ocho países ya no tienen una mayoría católica. El
propio Brasil va camino de convertirse en «el mayor país ex católico del
mundo», en palabras de un conocido escritor brasileño [Nelson Rodrigues]. Sin
embargo, este continuo declive no parece preocuparles mucho a ustedes. Me viene
a la mente la denuncia del profeta Amós a los dirigentes del pueblo: «no os
afligís por la ruina de José» (Am 6, 6). Es extraño que, ante un declive tan
evidente, ustedes no digan ni pío en su mensaje. Aún más terrible es que el
mundo no católico hable más de este fenómeno que los obispos, quienes prefieren
callar. ¿Cómo no recordar aquí la acusación de «perros mudos» que hizo San
Gregorio Magno y que hace unos días repitió San Bonifacio [en el oficio de
lecturas]?
Ciertamente, la Iglesia en nuestra América
no solo está en un proceso de decadencia, sino también de ascenso. Ustedes
mismos afirman en su mensaje que nuestra Iglesia «sigue latiendo con fuerza» y
que de ella brotan «semillas de resurrección y esperanza». Pero ¿dónde están
estas «semillas», queridos obispos? No parecen estar en el ámbito social, como
podrían imaginar, sino en el religioso. Se encuentran especialmente en las
parroquias renovadas, así como en los nuevos movimientos y comunidades,
fecundados por lo que el Papa Francisco llamó la «corriente de gracia
carismática», de la cual la Renovación Carismática Católica es la forma más
conocida. Aunque estas expresiones de espiritualidad y evangelización
constituyen la parte eclesial que más llena nuestras iglesias (y los corazones
de los fieles), no han merecido ni un solo saludo en el mensaje episcopal. Sin
embargo, allí, en ese semillero espiritual, es donde se encuentra el futuro de
nuestra Iglesia. Un signo elocuente de este futuro es que, mientras que en el
ámbito social actualmente casi solo vemos «cabezas canosas», en el ámbito
espiritual podemos observar una afluencia masiva de los jóvenes de hoy.
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