miércoles, 6 de agosto de 2025

OCULTAN A CRISTO

 

 detrás del Discurso Social

 

P. Clodovis Boff

[InfoCatólica / CentroPieper] 29-6-2025

 

Quien fuera durante años un referente indiscutido de la Teología de la Liberación pero que más tarde se distanció de su deriva ideológica, el P. Clodovis Boff –no confundir con su hermano Leonardo Boff– ha escrito una contundente «Carta Abierta a los Obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)» donde entre muchas cosas valiosas, dice sin rodeos: «Disculpen mi franqueza… Ustedes, los obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social, social, social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos mayores, ¿es que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas noticias sobre Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la salvación? ¿Sobre la conversión del corazón y la meditación de la Palabra? ¿Sobre la oración y la adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros temas similares? Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente religioso y espiritual?».

 

Sacerdote de la Orden de los Siervos de María, el P. Clodovis lamenta, en su escrito de cuatro páginas, que los Obispos del Continente Iberoamericano en su documento sólo hablen de Cristo «dos veces, y en ambas ocasiones de pasada». Incluso denuncia que se leen allí las palabras «“Dios”, “Cristo”, “evangelización”, “resurrección”, “Reino”, “misión” y “esperanza”. Sin embargo, [estas] son palabras colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro contenido espiritual», reaccionando así al documento final de la 40ª Asamblea General Ordinaria del CELAM, habida entre el 26 y el 30 de mayo pasado. «Es hora de restituirle [a Cristo] la primacía absoluta», dice, cerrando valientemente su Carta Abierta.

 

Recordemos que ya en el año 2007 nuestro Teólogo Brasileño publicó un artículo titulado «Teología de la Liberación y Vuelta al Fundamento», donde decía claramente que «el error de la teología de la liberación realmente existente fue haber puesto a los pobres en el lugar de Cristo, haciéndolos un fetiche y rebajando a Cristo a mero coadyuvante; cuando Cristo hizo lo contrario: se puso en el lugar de los pobres, para hacerlos partícipes de su dignidad divina».

 

Por el alto interés que ha suscitado este escrito –aunque no estemos de acuerdo absolutamente en todo–, es que ahora lo reproducimos enteramente para todos los lectores de nuestro Blog del Centro Pieper. Y lo hacemos muy especialmente por el itinerario espiritual de quien lo escribe. Pues, como alguna vez escribió Luis Fernando Pérez Bustamante: «Pocos ayudan tanto a la Iglesia como los que fueron heterodoxos dentro de ella, se dieron cuenta de su error, lo reconocieron, se arrepintieron y luego se dedicaron a combatirlo».

 

¡Vale la pena leerlo!

 

*   *   *

Carta abierta a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)

[Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras]

 

Queridos hermanos obispos:

 

     He leído el mensaje que publicaron al final de la 40ª Asamblea celebrada en Río a finales de mayo. ¿Qué buena noticia he encontrado en el mensaje? Disculpen mi franqueza: Ninguna. Ustedes, los obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social, social, social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos mayores, ¿es que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas noticias sobre Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la salvación? ¿Sobre la conversión del corazón y la meditación de la Palabra? ¿Sobre la oración y la adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros temas similares? Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente religioso y espiritual?

 

     Eso es precisamente lo que más necesitamos hoy y lo que llevamos esperando mucho tiempo. Me vienen a la mente las palabras de Cristo: los hijos piden pan y les dais una piedra (Mt 7, 9). Incluso el mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad. Pero no, ustedes siguen ofreciéndoles lo social y siempre lo social; de lo espiritual, apenas unas migajas. Y pensar que son ustedes los guardianes de la riqueza más importante, la que más necesita el mundo y la que ustedes, en cierto modo, le niegan. Las almas piden lo sobrenatural, y ustedes insisten en darles lo natural. Esta paradoja es evidente incluso en las parroquias: mientras los laicos se complacen en mostrar signos de su identidad católica (cruces, medallas, velos y blusas con estampados religiosos), los sacerdotes y las monjas van a contracorriente y aparecen sin ningún signo distintivo.

 

     No obstante, ustedes se atreven a decir, muy convencidos, que escuchan los «gritos» del pueblo y que son «conscientes de los desafíos» de hoy. ¿Acaso escuchan de verdad o se quedan en la superficie? Leo su lista de «gritos» y «desafíos» de hoy y veo que no es más que lo que dicen los periodistas y sociólogos ordinarios. ¿Es que no escuchan cómo, desde las profundidades del mundo, se alza hoy un clamor formidable a Dios? ¿Un clamor que ya oyen incluso muchos analistas no católicos? ¿Es que el motivo de la existencia de la Iglesia y sus ministros no es precisamente escuchar este clamor y darle una respuesta, una respuesta verdadera y completa? Los gobiernos y las ONG están ahí para atender los clamores sociales. La Iglesia, sin duda, no puede quedarse al margen, pero no es la protagonista en este campo. Su ámbito de acción es otro más elevado: responder precisamente al clamor que busca a Dios.

 

     Sé que ustedes, como obispos, sufren día y noche el acoso de la opinión pública para que se definan como «progresistas» o «tradicionalistas», «de derecha» o «de izquierda». Pero ¿son estas las categorías adecuadas para los obispos? ¿No son, más bien, las de «hombres de Dios» y «ministros de Cristo»? En esto, San Pablo es categórico: «que los hombres nos tengan como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1Co 4, 1). No es ocioso recordar aquí que la Iglesia es, ante todo, un «sacramento de salvación» y no una simple institución social, progresista o no. Existe para proclamar a Cristo y su gracia. Ese es fin principal, su compromiso mayor y permanente. Todo lo demás es secundario. Perdónenme, queridos obispos, si les recuerdo lo que ya saben. Pero, si lo saben, ¿por qué, entonces, no aparece todo esto en su mensaje y en los escritos del CELAM en general? Al leerlos, uno casi inevitablemente llega a la conclusión de que, hoy, la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de Cristo y su salvación, sino causas sociales, como la justicia, la paz y la ecología, que ustedes mencionan en su mensaje a modo de cantinela.

 

     La misma carta que el Papa León envió al CELAM, a través de su Presidente, habla inequívocamente de la «urgente necesidad de recordar que es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, reavivándola en la esperanza», etc. El Santo Padre también les recuerda que la misión propia de la Iglesia es, en sus propias palabras, «salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas, para anunciarles el mensaje de salvación de Cristo Jesús». Sin embargo, ¿cuál fue la respuesta que dieron al Papa? En la carta que le escribieron, no se hicieron ningún eco de estas advertencias papales. Más bien, en lugar de pedirle que les ayudara a mantener viva en la Iglesia la memoria del Resucitado y a sus hermanos la salvación en Cristo, le pidieron que los apoyara en su lucha por «incentivar la justicia y la paz» y en «la denuncia de toda forma de injusticia». En resumen, lo que le dijeron al Papa fue la vieja cantinela de siempre: «social, social…», como si él, que trabajó durante décadas entre nosotros, nunca la hubiese oído. Dirán ustedes: «todas esas verdades se dan por supuestas, no hace falta repetirlas todo el tiempo». No es cierto, queridos obispos. Necesitamos repetirlas con renovado fervor cada día; de lo contrario, se perderán. Si no fuera necesario repetirlas una y otra vez, ¿por qué las recordó el Papa León? Sabemos lo que sucede cuando un hombre da por supuesto el amor de su esposa y no se preocupa por alimentarlo. Esto se aplica infinitamente más en relación con la fe y el amor a Cristo.

 

     Ciertamente, en su mensaje no falta el vocabulario de la fe. Leo en él: «Dios», «Cristo», «evangelización», «resurrección», «Reino», «misión» y «esperanza». Sin embargo, son palabras colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro contenido espiritual. Más bien, hacen pensar en la cantinela habitual «social, social y social». Tomemos, por ejemplo, las dos primeras palabras, que son fundamentales y más que básicas para nuestra fe: «Dios» y «Cristo». En cuanto a «Dios», solo lo mencionan en las expresiones estereotipadas «Hijo de Dios» y «Pueblo de Dios». Hermanos, ¿es que esto no es pasmoso? En cuanto a «Cristo», solo aparece dos veces, y en ambas ocasiones de pasada. Una de ellas es cuando, recordando los 1.700 años de Nicea, hablan de «nuestra fe en Cristo Salvador», algo importantísimo en sí mismo, pero que carece de relevancia alguna en su mensaje. Me pregunto por qué no aprovechamos esta inmensa verdad dogmática para renovar, con todo fervor, la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia.

 

     Sus Excelencias declaran, y con razón, que desean una Iglesia que sea «hogar y escuela de comunión» y, además, «misericordiosa, sinodal y en salida». ¿Y quién no desea eso? Pero ¿dónde está Cristo en esta imagen ideal de la Iglesia? Una Iglesia que no tiene a Cristo como razón de ser y de hablar no es, en palabras del Papa Francisco, más que una «ONG piadosa». ¿No es precisamente a eso a lo que se dirige nuestra Iglesia? En el mejor de los casos, en lugar de hacerse agnósticos, a veces los fieles se hacen evangélicos. En cualquier caso, nuestra Iglesia pierde a sus ovejas. Vemos a nuestro alrededor iglesias, seminarios y conventos vacíos. En nuestra América, siete u ocho países ya no tienen una mayoría católica. El propio Brasil va camino de convertirse en «el mayor país ex católico del mundo», en palabras de un conocido escritor brasileño [Nelson Rodrigues]. Sin embargo, este continuo declive no parece preocuparles mucho a ustedes. Me viene a la mente la denuncia del profeta Amós a los dirigentes del pueblo: «no os afligís por la ruina de José» (Am 6, 6). Es extraño que, ante un declive tan evidente, ustedes no digan ni pío en su mensaje. Aún más terrible es que el mundo no católico hable más de este fenómeno que los obispos, quienes prefieren callar. ¿Cómo no recordar aquí la acusación de «perros mudos» que hizo San Gregorio Magno y que hace unos días repitió San Bonifacio [en el oficio de lecturas]?

 

     Ciertamente, la Iglesia en nuestra América no solo está en un proceso de decadencia, sino también de ascenso. Ustedes mismos afirman en su mensaje que nuestra Iglesia «sigue latiendo con fuerza» y que de ella brotan «semillas de resurrección y esperanza». Pero ¿dónde están estas «semillas», queridos obispos? No parecen estar en el ámbito social, como podrían imaginar, sino en el religioso. Se encuentran especialmente en las parroquias renovadas, así como en los nuevos movimientos y comunidades, fecundados por lo que el Papa Francisco llamó la «corriente de gracia carismática», de la cual la Renovación Carismática Católica es la forma más conocida. Aunque estas expresiones de espiritualidad y evangelización constituyen la parte eclesial que más llena nuestras iglesias (y los corazones de los fieles), no han merecido ni un solo saludo en el mensaje episcopal. Sin embargo, allí, en ese semillero espiritual, es donde se encuentra el futuro de nuestra Iglesia. Un signo elocuente de este futuro es que, mientras que en el ámbito social actualmente casi solo vemos «cabezas canosas», en el ámbito espiritual podemos observar una afluencia masiva de los jóvenes de hoy.

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