martes, 13 de agosto de 2019

SESENTA AÑOS DE GUERRA CIVIL



Santiago MARTÍN, sacerdote FM
Católicos on line, agosto 2019

George Weigel, uno de los más importantes escritores católicos norteamericanos, gran biógrafo de San Juan Pablo II, ha escrito un interesante y duro artículo sobre lo que ha ocurrido en el Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia, en Roma, con los cambios que en él se han producido. En el artículo, titulado “Los vándalos saquean Roma… de nuevo”, se refiere a la purga de profesores que eran fieles a la línea anterior del Instituto y a la supresión de algunas asignaturas tan importantes como la Teología Moral Fundamental.

Pero también en el artículo, Weigel habla de la guerra civil que surgió entre los teólogos reformistas a partir de la tercera y cuarta sesión del Concilio Vaticano II. Un sector de esos teólogos, que habían estado unidos en las dos primeras sesiones y en los trabajos preparatorios, defendía la renovación dentro de la fidelidad a la Palabra de Dios y a la Tradición; el personaje más significativo era Joseph Ratzinger. El otro sector, cuyo nombre más conocido era Hans Küng, defendía, por el contrario, la ruptura para comenzar con una nueva Iglesia, casi de cero. Durante la etapa en que estuvieron unidos se creó la revista Concilium, en la que todos participaron. Después, y como expresión de esa ruptura, los que querían una interpretación del Concilio en continuidad con la tradición abandonaron Concilium y crearon Communio.

Tras esto, dice Weigel, y después de quince años de lucha, fue elegido Pontífice uno hombre de la línea de continuidad, Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, que no tardó en llamar a su lado al hombre más representativo de su corriente: Joseph Ratzinger, haciéndole prefecto de Doctrina de la Fe. La decisión que ambos tomaron con respecto al otro sector fue la de respetarles y dejarles en sus cátedras, salvo excepciones que por su notoriedad se habían vuelto clamorosas -Küng, Vidal, Boff-; no se hicieron purgas y los teólogos de la ruptura siguieron controlando la mayor parte de las cátedras de Teología. San Juan Pablo II creyó que había que dar tiempo al tiempo y se dedicó a promover nuevos institutos de Teología -entre ellos el dedicado a la familia. y también a los nuevos movimientos. Ahora ellos, que han llegado al poder, denuncia Weigel, están haciendo las purgas que no hicieron con ellos y la prueba es lo ocurrido en el Instituto Juan Pablo II para el matrimonio y la Familia.

El problema de fondo es la guerra civil postconciliar, que sigue abierta, sobre la interpretación o lectura del Concilio: la continuidad o la ruptura, la fidelidad a la Palabra y a la Tradición o la creación de una nueva Iglesia para la cual todo lo anterior es secundario y debe ser dejado de lado cuando no apoye las características de esa nueva Iglesia, hasta el punto de que ni siquiera la persona histórica de Jesús y el contenido de los relatos evangélicos o la fe en su divinidad son esenciales.

Lo primero que me ha venido a la cabeza al leer este artículo ha sido la constatación de que llevamos sesenta años de guerra civil dentro de la Iglesia, y el recuerdo de las palabras del Señor: Un Reino en guerra civil no puede subsistir, se derrumba casa tras casa. Eso es lo que nos está pasando. Luego me han surgido varias preguntas, a cual más acuciante.

Lo del Instituto es una batalla más dentro de esa guerra civil, porque la nueva Iglesia sólo puede surgir sobre las cenizas de la antigua. La cuestión es si esa nueva Iglesia seguirá siendo cristiana e incluso si seguirá siendo creyente. ¿Creen en Cristo como Dios y hombre verdadero? ¿Creen en las enseñanzas de los Evangelios como algo interpretable pero no traicionable? Más aún, ¿creen en la existencia de Dios, en la vida eterna, en el premio y el castigo final? Y la pregunta definitiva: ¿qué tendremos que hacer ante esta nueva Iglesia si, al final, decide proclamar su existencia jurídica?

Sigamos rezando, luchando y confiando. Honor a los mártires -a los que ven su honor destruido o su vida truncada- y a los confesores -los que, a pesar de todo, no renuncian a confesar su fe en la divinidad de Cristo-.

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