Autor: Santiago MARTÍN,
sacerdote FM
Católicos-on-line, diciembre
2019
En periodismo se dice que no
es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un
perro. No es noticia que amanezca todos los días y sería una terrible noticia
que un día no amaneciera. Es decir, la noticia es lo extraño, lo que se sale
fuera de lo normal. Eso es así, nos guste o no. Pero el que sea así no
significa que sea inocuo, pues como consecuencia podemos llegar a pensar que
todo va mal, a base de estar informados sólo de lo que va mal. Tampoco lo
contrario sería bueno, pues ignorar lo que va mal es la política del avestruz
que sólo sirve para que el león se acerque a ella y se la coma, cuando podía
haberse escapado con una veloz carrera.
Esto que digo sirve para
todo y para todos, también para lo concerniente a la Iglesia. Hay muchas,
muchísimas cosas que van bien, gracias a Dios. Religiosos y sacerdotes que son
fieles a su vocación, obispos entregados a su pueblo, esposos que luchan por
mantener su matrimonio y por educar cristianamente a sus hijos, jóvenes que dan
testimonio de su fe en un medio cada vez más hostil. Hay también algunas cosas
que van mal e incluso que van muy mal. Analizar éstas no debe impedirnos ver
las otras y, aunque no las recordemos porque no son “noticia” -en el sentido
periodístico del término- eso no significa que no estén ahí y que sean,
incluso, mucho más numerosas.
Pero las otras, las que nos
suscitan preocupación, también están. Hoy quiero referirme a tres de ellas.
La
primera es la fuerte presión que está recibiendo la Iglesia para que claudique
en su oposición al aborto, a la eutanasia y a la ideología de género; esta
presión -a la que me referí la semana pasada identificándola con un nuevo
maltusianismo- está avalada por supuestos datos científicos, según los cuales
la humanidad es la enemiga del planeta y hay que reducir su número si se quiere
salvar la tierra y, en definitiva, si se quiere salvar a la propia humanidad;
el ser humano es el enemigo a batir y para empezar hay que acabar con los que
menos pueden protestar, los débiles: bebés no nacidos, ancianos y enfermos; si
eso no fuera suficiente, seguramente se ampliaría la lista a los mendigos y a
los pobres -a base, por ejemplo, de hacer accesible sólo a los ricos algunos
recursos sanitarios-, o se aprobarían leyes para controlar el número de hijos
que una pareja podría tener.
Ante esto, la Iglesia se mantiene firme, aunque no
le está resultando fácil ni gratis. Muchos de los escándalos que se airean
pueden estar relacionados con la voluntad por parte de los amos del mundo de
quebrar esa resistencia, o al menos de quitarle a la Iglesia prestigio para que
no influya en la sociedad.
En segundo lugar, está el
problema interno de la confusión en torno al dogma y a la moral. Dos ejemplos
que apuntan en la misma dirección. La Comisión de Familia de la Conferencia
Episcopal alemana, en el contexto del Sínodo de ese país, ha publicado una nota
en la que se declara que, en función de datos científicos -siempre la ciencia
como argumento de autoridad indiscutible- la homosexualidad debe ser
considerada normal y por lo tanto la Iglesia tiene que cambiar su código ético
para dejar de considerar un pecado el ejercicio de la misma.
Exactamente lo
mismo se está enseñando en la Facultad de Teología del Norte de Italia, una de
las más influyentes en la formación de los futuros sacerdotes italianos. La
mayoría de los obispos alemanes quieren que el ejercicio de la homosexualidad
no sea pecado y que se considere pecado venial las relaciones sexuales fuera
del matrimonio si las parejas son estables. Eso, para empezar, porque luego
pedirán más. Y si no se lo dan, ya han dicho que se marchan y se llevan la
bolsa.
Ante esto se produce la
reacción y ahí nos encontramos con el tercer motivo de preocupación. La Iglesia
está cada vez más polarizada.
Unos no se han movido de donde estaban, pero como
los otros se alejan rápidamente de las posiciones tradicionales, la distancia
entre ambos crece cada día. Y lo que es peor, y esto sirve para militantes de
ambos extremos, crece también la violencia que de momento es sólo verbal. Los insultos
de unos contra otros van a más y aunque sólo es un sector el que amenaza y
persigue, porque tiene el poder, en el otro algunos reaccionan con una
virulencia cada vez más grande. Sobre todo los que valientemente defienden la
fe verdadera, no deberían olvidar que la fe sin obras es una fe muerta y que la
principal virtud, la que nunca pasará, es la caridad.
El odio y los insultos
empañan la causa que se defiende, por noble que sea, y los energúmenos son sus
mayores enemigos. ¿Qué Iglesia nueva quieren construir unos a base de amenazas
y persecuciones y qué Iglesia de siempre quieren defender otros recurriendo a
las más vulgares descalificaciones?
Pero, ante todas estas cosas
que me preocupan, recuerdo el consejo de Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te
espante, sólo Dios basta”. Y, cómo no, las palabras de la Virgen de Guadalupe a
San Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en
mi regazo?”
“Omnia vincit amor”, “todo lo vence el amor”. No lo olvidemos.
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