Santiago MARTÍN, sacerdote
FM
Católicos-on-line, setiembre
2020
Elon Musk, el
multimillonario que fabrica los coches eléctricos Tesla, ha decidido llamar a
su hijo X AE A-12. Ignoro como llamarán en la intimidad a un niño que tiene esa
fórmula por nombre. No es la primera vez que oigo nombres extraños aplicados a
personas. Recuerdo aquella señora en Panamá que había sido bautizada como
UsMaila, aludiendo al servicio de correos norteamericano o quizá a un
progenitor desconocido que trabajaba allí. Sin embargo, lo del hijo de Musk,
bate todas las marcas y tiene otras raíces. No es incultura, es premeditación e
incluso me atrevo a decir, con un poco de humor, que es alevosía.
Esta anécdota me ha hecho
pensar en el filósofo italiano Benedetto Croce (muerto en 1952), que, siendo
ateo confeso, decía: “no podemos no llamarnos cristianos”. En aquella época, en
el mundo occidental en general, se era sociológicamente cristiano, incluso
aunque se fuera ateo o rabiosamente comunista. Hoy, en cambio, como dice el
periodista Silvio Brachetta, “no podemos no llamarnos ateos”. Si San Pablo, en
el famoso discurso al pie de la Acrópolis de Atenas, dijo que “en Dios vivimos,
nos movemos y existimos”, hoy la sociedad en general ni vive, ni se mueve ni
piensa en Dios. Del mundo sólido, en el que teníamos los pies bien asentados y
sabíamos con certeza qué era verdadero y qué era falso, qué era bueno y qué era
malo, se pasó al mundo líquido del que habló el filósofo polaco Zygmunt Bauman,
donde el suelo se hundía bajo los pies y lo único cierto que había era que nada
era cierto. Pero incluso eso ya es historia, es pasado.
Ahora vivimos en un mundo
gaseoso, peor que el líquido, en el cual al menos se podía nadar; el mundo de
hoy es voluble, evanescente, e impregnado de gases tan letales como la
ideología de género. La dictadura del relativismo del mundo líquido ha dado
paso a la dictadura del progresismo del mundo gaseoso, en la que incluso lo
políticamente correcto evoluciona tan rápidamente que hasta las viejas
feministas de antaño son acusadas hoy de reaccionarias porque defienden que es
la biología lo que define qué es una mujer. Y los políticos en general,
especialistas en cambios de chaqueta, tiene que hacer un enorme esfuerzo por no
quedarse al margen del frenético ritmo de los cambios.
Este mundo de gases
venenosos y de dictadura progresista es el mundo sin Dios y ésta es la cultura
que el ateísmo produce. Porque, no hay que olvidarlo, “cultura” viene de
“culto”. Según el tipo de Dios al que se adora, se produce una u otra cultura.
El “no Dios” al que adoran los ateos está produciendo esta “no cultura”, o
mejor dicho esta cultura de la dictadura del progresismo.
Cuando mis antepasados se
refugiaron en las montañas de Asturias o de los Pirineos y decidieron plantarle
cara al islam que les había expulsado de sus tierras, lo hacían porque querían
seguir adorando al Dios de sus mayores y también porque querían seguir teniendo
la cultura que se desprendía de ese culto. Desde Covadonga hasta Granada,
pasando por Calatañazor y las Navas de Tolosa, aquellos hispanos, con sangre
íbera, celta, romana y visigoda en sus venas, luchaban por su culto y por su
cultura. Tenían fe, pero incluso si no la hubieran tenido habrían luchado igual
porque habían comprendido que sin el culto no hay cultura y que ésta se pierde
cuando se pierde aquél.
Por eso hoy hay que volver a
luchar -sin la violencia medieval- por el culto y por la cultura. Si quieres un
mundo libre sin dictaduras relativistas o progresistas, si quieres que la
democracia no esté dictada por los que mueven los hilos de los más poderosos
medios de comunicación, si quieres que los auténticos derechos humanos (y no
los inventados) sean respetados, entonces vuelve a Dios. Incluso si no tienes
fe pero quieres la cultura sólida que se desprende de la fe, vuelve a la
Iglesia. Se me podrá objetar que si no se tiene fe no se puede ir a Misa.
Manuel de Falla, mientras escribía Noches en los Jardines de España o El
sombrero de Tres Picos, participaba en Granada en la “Tertulia del
Rinconcillo”, a la que iba entre otros García Lorca. El sabio maestro les decía
que volvieran a ir a misa y cuando ellos le objetaban que cómo iban a ir si
habían perdido la fe, él les contestaba que a rezar se aprende rezando y a
creer en Dios se aprende queriendo creer en Dios.
Si te asfixian los gases
venenosos de esta cultura que ya no es ni siquiera líquida y tienes algo de fe
aún, pídele a Dios que te la aumente y vuelve a la práctica religiosa. Si no
tienes ya nada de fe, pero esto en lo que se está convirtiendo el mundo no te
gusta, dirígete al Dios desconocido y reza aquella oración del buen ateo: “No
sé si existes, pero si existes, dame el don de la fe”. Como nuestros
antepasados, si quieres que en el mundo haya una cultura digna de ese nombre
lucha por que haya un culto digno de ese nombre, un culto dirigido al Dios del
amor y no al becerro de oro.
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