se mistifica el tema del aborto
Ricardo Caciolo
Brújula cotidiana,
24-11-2021
Desde hace un
tiempo no hay diario, periódico o programa periodístico en televisión que no
dedique un artículo a los llamados católicos “no vax”, con obvia descripción de
personajes bizarros, obispos y sacerdotes reducidos a caricaturas, en los
límites si no fuera de la Iglesia. Obviamente todo está ligado a los enemigos
imaginarios del papa Francisco. No falta además la habitual figura eclesiástica
autorizada que explica cómo la Iglesia ya se ha pronunciado sobre estas vacunas
anti covid, afirmando claramente que se pueden, o más bien se deben, utilizar
sin ningún problema moral o sanitario. La referencia es a la famosa Nota de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) sobre la moralidad del uso de
ciertas vacunas anti-Covid 19, publicada el 21 de diciembre de 2020, refrendada
por el papa Francisco.
Ahora bien, al
margen de esta definición de No Vax que -como hemos dicho muchas veces- es un
odioso intento de descalificar inmediatamente a todo aquel que cuestione el uso
de estas vacunas, hay que preguntarse si los que tanto hablan de esta Nota,
atribuyéndole un nihil obstat [una autorización plena y definitiva] a las
vacunas que utilizan líneas celulares de fetos abortados, la han leído y
entendido realmente alguna vez.
En efecto, se
trata de un documento breve, cuya redacción se puede objetar, pero que no dice
en absoluto que estas vacunas no presentan ningún problema. Mientras tanto, la
Congregación limita el alcance de su intervención, que es sólo lo moral
vinculado a la utilización de líneas celulares “procedentes de fetos
abortados”. Por otro lado, “no se pretende juzgar la seguridad y eficacia de
estas vacunas, aunque sea éticamente relevante y necesario, cuya evaluación es
responsabilidad de los investigadores biomédicos y de las agencias de
medicamentos”. En otras palabras, también es importante hacer un juicio moral
sobre la seguridad y la eficacia de las vacunas: en el momento en que se publicó
la Nota, la vacunación acababa de empezar y era seguro que la pandemia
terminaría con las dos dosis previstas, cuya eficacia se vendía como cercana al
100%. Un año después sabemos que no es así, que la eficacia es limitada en el
tiempo y que las reacciones adversas graves también son un problema, por mucho
que el régimen informativo intente ocultar los datos. Por tanto, es
precisamente la Nota la que nos exigiría una seria reflexión ética,
precisamente sobre la seguridad y la eficacia de estas vacunas.
Pero volvamos al
tema propio de la declaración de la Congregación. En primer lugar, la
Congregación se remite a documentos anteriores sobre este tema, en particular
al “pronunciamiento de la Academia Pontificia para la Vida, titulado
Reflexiones morales sobre las vacunas preparadas con células extraídas de fetos
humanos abortados (5 de junio de 2005)”. En resumen, la legitimidad moral de
estas vacunas se basa en dos condiciones: el estado de necesidad y la falta de
alternativas “éticamente irreprochables”. Respecto a la primera condición, cabe
señalar que si bien el uso de estas vacunas por parte del paciente constituye
una cooperación material pasiva remota, el “deber moral de evitar” estas
vacunas sigue siendo válido, a menos que haya “un peligro grave, como la
propagación -por otro lado incontenible- de un agente patógeno grave”. Y aquí
volvemos a la necesidad de una verificación de esta condición a la luz de lo
ocurrido en este año de vacunaciones.
Pero admitamos
también -sin concederlo- que se cumplen las dos condiciones para el uso lícito
de estas vacunas (después de todo, hemos abordado estas cuestiones varias veces
en los últimos meses). Aquí nos interesa poner en evidencia otros dos aspectos
que se desprenden de la Nota.
El primero es la
afirmación de que “la vacunación no es, por regla general, una obligación moral
y que, por lo tanto, debe ser voluntaria”. Si no es una obligación moral, menos
aún puede ser una obligación legal. Y sin embargo, muchos de los que pontifican
en estos días, erigiéndose en representantes exclusivos de la Iglesia, impulsan
incluso la obligación legal; y ya son muchos los casos de obispos que obligan a
los sacerdotes y seminaristas a vacunarse. ¿Dónde está entonces la ideología?
¿Entre los que se plantean problemas morales, además de seguridad y eficacia, o
entre los que doblegan los documentos de la Iglesia a su propio uso y consumo
para hacerlos superponibles a las indicaciones del gobierno?
No sólo eso, la
nota de la FCD reconoce indirectamente la posibilidad de la objeción de
conciencia al recomendar a quienes rechazan la vacuna por este motivo, que se
esfuercen por evitar “cualquier riesgo para la salud de quienes no pueden ser
vacunados por razones clínicas o de otro tipo, y que son los más vulnerables”.
Obsérvese aquí cómo la CDF asume la promesa de que la vacuna es totalmente
eficaz, hasta el punto de considerar que no existe ningún riesgo de infección
para los vacunados.
Segundo aspecto:
la necesidad de detener el uso de estas líneas celulares. La CDF se preocupa en
primer lugar por aclarar que “el uso lícito de estas vacunas no implica ni debe
implicar en modo alguno la aprobación moral del uso de líneas celulares
procedentes de fetos abortados”. A continuación, pide “tanto a las empresas
farmacéuticas como a los organismos sanitarios gubernamentales que produzcan,
aprueben, distribuyan y ofrezcan vacunas éticamente aceptables que no creen
problemas de conciencia, ni a los trabajadores sanitarios ni a los propios
vacunados”. En la práctica, la CDF pide que se presione a las empresas
farmacéuticas y a los gobiernos para que prohíban el uso de las líneas
celulares en cuestión. El ejemplo de los activistas por los derechos de los
animales demuestra que incluso una minoría bien organizada y motivada puede
conseguir resultados importantes en este frente (véanse las campañas para
abolir las pruebas de medicamentos en animales).
Pero en este punto
el silencio es absoluto, el tema parece tabú. Se apremia continuamente a la
vacunación, se hace todo lo posible -incluso en la Iglesia, tal vez más en la
Iglesia- para dificultar la vida de los no vacunados, pero no se gasta ni una
sola palabra para evitar que las vacunas, los medicamentos y la investigación
científica se alimenten con el uso de fetos abortados. Incluso tenemos a quienes
se les ocurre dar lecciones de defensa de la vida a los provida que no se
vacunan, y luego callan sobre este aspecto que la CDF considera fundamental,
una condición más para el uso de vacunas moralmente problemáticas.
La Conferencia
Episcopal Italiana (CEI) tuvo una importante oportunidad para lanzar un
llamamiento en este sentido y obligar incluso a nuestros gobernantes a tomar
posición: el mensaje para la Jornada de la Vida, que se publicó en días
pasados, con el título “Custodire ogni vita” (Custodiar cada vida). En cambio,
si bien una gran parte del mensaje se dedicó a la pandemia, la CEI prefirió
hacer hablar de sí misma por el pasaje en el que condena a quienes deciden no
vacunarse; pero no se hizo ni una mención a las vidas utilizadas para la investigación
científica y, en particular, en el ámbito farmacéutico. Tal vez, obnubilados
por esta locura vacunal, ni siquiera han pensado en ello; o han calculado que
era más conveniente no molestar al manipulador, tal vez pensando en el 8x1000.
Tarde o temprano entenderán que se recoge lo que se siembra.
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