Cómo y cuándo son
lícitas
Tommaso
Scandroglio
Brújula cotidiana,
23_01_2024
“Nadie puede
juzgarme, ni siquiera el Papa”. Está claro que lo que divide hoy a la Iglesia
no es tanto el error doctrinal, sino la crítica al Papa. Por un lado están los
que consideran impensable e inaceptable
criticar al Papa, y por otro los que opinan todo lo contrario. La cuestión de
si está permitido o no criticar al Papa es la causa más común de división dentro
de la Iglesia, la verdadera espina clavada en el costado de la unidad eclesial.
Por eso se
abandonan parroquias y asociaciones, por eso se elige asistir a la misa
dominical en otra iglesia, por eso se dejan de leer ciertos periódicos
(incluido el nuestro), por eso se crean desavenencias en el seno de las
familias, por eso se publican mensajes polémicos en las redes sociales. Esto
lleva a un planteamiento dicotómico del problema: a favor o en contra del Papa.
Pero el criterio del partidismo es erróneo porque la cuestión es otra y parte
de dos preguntas: ¿Es lícito criticar al Papa? Y, en caso afirmativo, ¿cuándo
criticarle?
En cuanto a la
primera pregunta, criticar al Papa es lícito desde un punto de vista moral por
una razón simple, muy simple: él también puede equivocarse. Si queremos respetar
el principio de no contradicción, debemos concluir necesariamente que fuera de
la infalibilidad petrina existe la falibilidad petrina. Es la propia
constitución dogmática Pastor aeternus la que lo confirma, aunque de forma
indirecta: “Nosotros [...] proclamamos y definimos como dogma revelado por Dios
que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando ejerce su
supremo oficio de Pastor y Doctor de todos los cristianos, y en virtud de su
suprema potestad apostólica define una doctrina sobre la fe y las costumbres
[...] goza de aquella infalibilidad con la que el divino Redentor quiso que su
Iglesia estuviera dotada para definir la doctrina sobre la fe y las
costumbres”. Por tanto, cuando no habla ex cathedra, el Papa es falible. Por
supuesto, esto no significa que todo lo que cae bajo este paraguas sea
igualmente falible, es decir, todo puede ser criticado. Si un Papa afirma que
Jesucristo es Dios sin comprometer su propia infalibilidad, se limita
simplemente a reafirmar sin el ropaje formal de la infalibilidad un dogma
católico. Si, por el contrario, afirma que todos los emigrantes deben ser
acogidos indiscriminadamente, la afirmación, al tratarse de una forma de hacer
el bien, es intrínsecamente cuestionable.
Incluso la
Congregación para la Doctrina de la Fe en la Nota Doctrinal Ilustrativa de la
fórmula conclusiva de la Professio fidei, como ya hemos mencionado
recientemente, aclaró que no todos los pronunciamientos del Papa son
infalibles. Y el Papa Francisco nunca ha comprometido su propia infalibilidad
en sus pronunciamientos. De ello se deduce que el Papa puede ser criticado. El
propio Magisterio lo permite. Lumen Gentium: “Conforme a la ciencia, la
competencia y el prestigio que poseen, [los laicos] tienen la facultad, más
aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos
concernientes al bien de la Iglesia. Esto hágase, si las circunstancias lo
requieren, a través de instituciones establecidas para ello por la Iglesia, y
siempre en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia
aquellos que, por razón de su sagrado ministerio, personifican a Cristo”. (37).
Del mismo modo, el Código de Derecho Canónico regula: “Tienen el derecho, y a
veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y
prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que
pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando
siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los
Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”
(canon 212, § 3). El propio Francisco está en la misma línea cuando indica la
parusía como método de crítica.
Como toda acción
buena en sí misma, la opción por la crítica debe, sin embargo, respetar el
principio de proporción o de eficacia. Ahí están las referencias a la
prudencia, el respeto, la caridad, la integridad de la fe y de las costumbres,
la utilidad común y la dignidad de las personas. En resumen, si la crítica
causa más mal que bien, es mejor el silencio. Ejemplifiquemos. Estamos cenando
con unos amigos que son casi ateos de facto. El discurso recae sobre el Papa
actual. Evitaré criticarle para no escandalizar a estos pequeños en la fe.
Segundo escenario: estoy cenando con un párroco y pretende bendecir a las
parejas homosexuales “porque el Papa lo pide”. Es legítimo y correcto criticar
la elección del Papa. Incluso en el primer ejemplo, si me pidieran una opinión
sobre las bendiciones, no podría evitar un claro juicio de censura. Precisamente
porque de ello depende la fe de mis interlocutores, ya de por sí vacilantes en
cuestiones morales. Más en general, hay que observar que la cantidad y calidad
de las declaraciones heterodoxas de Francisco han obligado a no pocos a
recordar públicamente la sana doctrina precisamente para evitar el engaño de
muchos. En definitiva, un estado de necesidad ha empujado a muchos a la
crítica, porque cuanto más grave es el ataque a la fe, mayor debe ser la
respuesta defensiva.
La licitud de
criticar al Papa está atestiguada por la Revelación y la historia: Pablo con
Pedro. “Cuando Cefas llegó a Antioquía, me opuse abiertamente a él, porque era
evidente que estaba equivocado" (Gal 2,11). El Papa Honorio fue
excomulgado, aunque póstumamente. Esto ocurrió y puede seguir ocurriendo porque
el Papa es el guardián de la verdad, no la verdad. Sólo Cristo es la verdad, no
su vicario en la tierra. Por lo tanto, el Papa está, como todos nosotros,
sujeto a la lex aeterna en sus dos declinaciones de lex divina positiva y lex
naturalis. También él es jerárquicamente inferior a la ley suprema de la
Iglesia: salus animarum (pinchar aquí y aquí).
Una vez comprobado
que el Papa también es falible y, por tanto, criticable, pasemos a la segunda
cuestión antes mencionada: ¿cuándo criticarlo? Cuando, de acuerdo con el
principio de eficacia antes mencionado, sus palabras o acciones son claramente
contrarias a la doctrina arraigada de la Iglesia. Por ejemplo: ¿la
homosexualidad está condenada por la Iglesia? Sí. Por lo tanto, ¿están permitidas
las bendiciones a parejas homosexuales? No. Por lo tanto, el Papa no debería
haber aprobado las bendiciones a homosexuales. No hay nada más que añadir.
Dicho todo esto,
aquí vienen las objeciones. La primera: esto socava la unidad de la Iglesia.
Respuesta: la unidad de la Iglesia es un bien, pero no es el bien supremo y hay
otros bienes más importantes, por ejemplo la verdad. ¿O es que todos preferimos
callar y avalar así el error para no dividirnos? Jesús también habló claro y,
como atestigua el Evangelio de Juan en el capítulo 6, el resultado fue que, en
una ocasión, buena parte de sus seguidores se marcharon. ¿Debería haberse
callado? Si una hija se viera obligada a prostituirse por culpa de un familiar,
¿acaso no iríamos a discutirlo? Sólo un necio argumentaría que eso divide a la
familia en dos y que, por tanto, sería preferible el silencio. Hoy en día, hay
quienes prostituyen a la Iglesia y su doctrina: si defenderlos conduce a
divisiones, es un precio lícito e incluso adecuado de pagar, tal y como están
las cosas.
Segunda objeción:
el Papa Francisco nunca ha emitido juicios contrarios a la sana doctrina. Por
ejemplo, en el caso de las bendiciones a los homosexuales, el Papa, en el
programa televisivo italiano con el presentador Fazio, ha dicho que “el Señor
bendice a todos”, no ha dicho que las parejas homosexuales puedan ser
bendecidas. Sobre el acceso de los divorciados vueltos a casar, dijo que la
doctrina sobre el matrimonio permanece inalterada. Sobre el hecho de que
algunas buenas conductas sean imposibles para algunos, Francisco dijo que “todo
es posible para la fe”. Sobre la prohibición del proselitismo, el Papa nos
entretuvo largo rato con una de sus catequesis cuyo título ya lo explica todo:
La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. En realidad,
replicamos, se trata de una táctica “jesuítica”. Decir todo y lo contrario de
todo. Promover la herejía y luego recular inmediatamente. De este modo, como el
Papa ha admitido repetidamente, se activan procesos: en la confusión, el mal
avanza sigilosamente. Y además siempre se puede apelar a declaraciones
ortodoxas para salir limpio, pescando entre el batiburrillo de declaraciones
contradictorias hasta encontrar una que se ajuste al caso. No es más que
astucia. Pero a Dios no se le puede engañar.
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