El orgasmo
comparado con el Paraíso
La “teología del porno” de Fernández
Luisella Scrosati
Brújula cotidiana,
10_01_2024
Tras la “teología”
del beso, ahora llega la del orgasmo. Un libro rescatado del olvido que sitúa
ante la mirada de todo el mundo muchas sombras de la personalidad del nuevo
prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
Corría el año
1998: Víctor M. Fernández llevaba doce años de sacerdote, diez de licenciado en
Teología Bíblica por la Gregoriana y ocho de doctor en Teología por la
Pontificia Universidad Católica Argentina de Buenos Aires. En ese año, Tucho
publicó un libro titulado “La Pasión Mística. Espiritualidad y Sensualidad”
(Ediciones Dabar), una obra de “pornología” en el que Tucho se detenía
morbosamente en los detalles de la vida erótica y el orgasmo. Un libro
publicado tres años después de su volumen más conocido sobre el beso llamado
“Sáname con tu boca. El arte de besar”.
La publicación fue
exhumada con motivo de su nombramiento como Prefecto del Dicasterio para la
Doctrina de la Fe y el cardenal se defendió de la polémica aduciendo que se
trataba de un librito que recogía una catequesis para adolescentes cuando él
era un joven párroco. Visto lo visto, Tucho debía de ser muy aficionado a los
cuadernillos para adolescentes....
El libro de 1998
desapareció de la faz de la tierra y nunca más se supo de él. Fernández, que
desde 1993 era vicedecano de la Facultad de Teología de la Universidad de
Buenos Aires, pudo así despegar y convertirse primero en decano, luego en
vicepresidente de la Universidad Pontificia de la capital argentina (2002), y
finalmente en rector (2011). Sin embargo, a alguien le ha tenido que molestar
ver a este personaje ascender al cargo de Prefecto del DDF sin méritos ni
competencias adecuadas para demoler, documento tras documento, lo que queda de
sano en la Iglesia católica. Ha sido particularmente indigerible la última
maniobra para humillar a la Iglesia ante el mundo, permitiendo la bendición de
parejas sodomitas mediante la Declaración del 18 de diciembre del año pasado, y
con la ridícula justificación dada por el Comunicado de Prensa del 4 de enero,
la de las bendiciones de 10-15 segundos.
Pero volvamos a lo
que nos ocupa: se ha exhumado el libro “La Pasión Mística”, de poco más de
noventa páginas, y se han traducido al inglés los capítulos más escandalosos
(pp. 65-92), de los que publicamos algunos extractos también en italiano para
que el lector pueda darse cuenta del tenor de la publicación. Pedimos disculpas
de antemano a los lectores por ciertas expresiones.
Queremos aclarar
en primer lugar que el problema no es en absoluto afirmar la positividad del
placer sexual en el proyecto divino, ni comprender que la diferencia sexual,
así como las características específicas de una cultura y de un individuo,
entran sin lugar a dudas en juego en nuestra relación con Dios. La cuestión es
otra, a saber, el morbo obsesivo con que Fernández se detiene en los detalles
de la vida erótica y, en concreto, del orgasmo.
Un rasgo flagrante
que plantea no pocas dudas sobre la dimensión problemática del autor, por no
decir otra cosa. Que en el arco de tres años Víctor M. Fernández, que hace
tiempo se comprometió a una vida célibe por razón de su sacerdocio, no haya
podido evitar escribir dos libros del mismo tenor, casi como si no pudiera
abstenerse de tratar estos temas (y además de forma pornográfica) como mínimo
da que pensar. Y esperamos que también haga pensar a quienes lo colocaron al
frente de uno de los dicasterios más importantes de la Curia romana.
Cualquiera que se
haya acercado a los cinco años de catequesis de san Juan Pablo II sobre la
teología del cuerpo, jamás ha notado que el Pontífice se haya abstenido de
utilizar detalles eróticos -a efectos de reflexión antropológica y teológica-
que deberían callarse a causa de la concupiscencia que, guste o no, ha venido a
trastocar el plan de Dios precisamente en la dimensión de las relaciones
sexuales. La perspectiva de Tucho, sin embargo, pertenece más a la tradición
tántrica que a la cristiana.
Veamos el
contenido de algunos de los capítulos que hemos elegido traducir. Tucho dedica
el capítulo sexto a describir “una experiencia de amor, un encuentro apasionado
con Jesús, que me contó una adolescente de dieciséis años”. Si nos detenemos en
los detalles de este relato, es fácil darse cuenta de que esta “experiencia
amorosa” revela con bastante claridad los trastornos hormonales típicos de la
adolescencia. Tucho, en cambio, presenta sin ningún problema, como si se
tratara de una auténtica experiencia mística, el deseo de esta joven de “tocar”
a Jesús en las distintas partes de su cuerpo. “Si eres el más bello, Jesús,
¿por qué no contemplarte, por qué no admirarte, por qué no gozarte?” y así
sucesivamente con la lista de este “goce”.
Un párroco
remotamente digno de tal nombre debería haber moderado a la chica, advertirle
que un comprensible deseo de intimidad, un deseo que tiene que asumirse y
ordenarse, no puede ser interpretado como una supuesta experiencia mística. En
lugar de ello, Tucho toma esta experiencia, la bautiza como “encuentro
apasionado con Jesús” y la publica en letra impresa, como exemplum de la
dimensión sexual en la vida mística...
El capítulo
siguiente es aún más patológico. Es una descripción detallada de la diferencia
entre el orgasmo masculino y el femenino, y luego ve “si estas peculiaridades
del hombre y la mujer en el orgasmo se repiten de alguna manera también en la
relación mística con Dios” y trae a colación (capítulo 8) a santa Teresa de
Ávila y santa Teresa del Niño Jesús.
Por último, el
capítulo 9 aborda la “presencia de Dios en el orgasmo de la pareja”. Hay que
señalar que Tucho habla siempre de la pareja y de la “unión sexual como acto de
amor”. Por tanto, su atención no se centra en el acto conyugal, sino en el acto
puramente sexual que se abre a la contemplación divina como “acto de amor” que
implica placer, no como donación mutua de los esposos abierta a la vida. El
futuro Prefecto del DDF escribía: “Si Dios puede estar presente en ese nivel de
nuestra existencia, también puede estar presente cuando dos seres humanos se
aman y alcanzan el orgasmo; y ese orgasmo, experimentado en presencia de Dios,
también puede ser un acto sublime de adoración a Dios”. La desviación es
bastante obvia: el orgasmo, alcanzado por “dos seres humanos que se aman”, se
convierte en un acto de adoración. Casados, convivientes, homo o trans, no
parece ser un factor discriminatorio: lo importante es que se amen y que
alcancen el orgasmo.
¿El orgasmo convertido,
entonces, en el octavo sacramento? Peor aún: el orgasmo como el camino que
conduce rápidamente al Paraíso: “De esta manera, el placer del orgasmo se
convierte en anticipo de la maravillosa fiesta del amor que es el paraíso”.
Porque, según Tucho, “el placer sexual no impide la espiritualidad ni la
contemplación, ya que si la unión sexual es un acto de amor, lo único que hace
es abrir el corazón y de este modo facilita la contemplación de Dios”. No
parece que la caracterización de este acto como conyugal sea decisiva para
Fernández; lo importante es el amor y el placer. Tampoco parece tener la
prudencia cristiana realista que sabe muy bien que disfrutar del placer de un
acto ordenado no es pecado, pero sabe igualmente que esta ordenación, después
del pecado original, es fruto de una ascesis constante, valiente y a veces
dolorosa. Temáticas que el cardenal no toca.
Una última
consideración banal: ¿qué sabe Tucho de los detalles del orgasmo? Teóricamente,
ordenado en 1986, a los 24 años, y presumiblemente habiendo entrado en el
seminario al menos seis años antes, a los 18, no debería estar muy
familiarizado con ello. ¿Tal vez demasiadas confidencias morbosas? Tal vez. Y,
aunque indicativo de imprudencia, esperemos que sólo sea eso.
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