Autor:
Gerhard MÜLLER, prefecto emérito de Doctrina de la Fe
Católicos-on-line,
octubre 2019
El cardenal Muller ha
calificado de «muy adecuado» un artículo de Douglas Farrow, Profesor de
pensamiento cristiano en la McGill University de Montreal, (Quebec, Canadá),
radicalmente crítico con lo que está ocurriendo en el Sínodo para la Amazonia y
en la Iglesia.
En
su artículo The Amazon Synod is a Sign of the Times (El Sínodo Amazónico es un
Signo de los Tiempos), publicado en First Things, Farrow critica "El
kairos y la cultura del encuentro que se elogian en el Sínodo
Panamazónico":
La
iglesia "llamada a ser cada vez más sinodal" y "encarnarse"
en las culturas existentes, es una iglesia bergogliana. Y esta iglesia, para
ser claros, no es la Iglesia Católica. Es una falsa iglesia. Es una iglesia
autodivinizante. Es una iglesia anticrística, un sustituto de la Palabra hecha
carne a la que pertenece realmente la Iglesia Católica y de la cual, como
insiste el cardenal Müller, la Iglesia siempre debe dar testimonio si quiere
ser Iglesia. Y añade:
«Entonces,
¿dónde nos deja eso? Nos deja, francamente, con la pregunta de cómo la Iglesia
verdadera y la falsa pueden tener el mismo pontífice y de qué se debe hacer al
respecto. Otros están planteando esta misma pregunta a su manera. Es una
pregunta muy incómoda, ya sea para un humilde laico o para todo un clérigo,
ambos atacados por el Instrumentum si dan el menor indicio de petrificación
[Nota: referencia a las “doctrinas petrificadas” de las que habla el
Instrumentum Laboris]. Supongo que también es una pregunta muy incómoda para el
propio pontífice, que desempeña el cargo de Pedro a la vez que lo usa para
atacar la "petrificación". Pero esa es la cuestión planteada por el
Sínodo de la Amazonia, que ciertamente es un signo de los tiempos».
La
contundencia de las críticas de Douglas Farrow no ha sido óbice para que el
cardenal Gerhard Müller, Prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, lo haya elogiado y completado con su propia reflexión sobre lo que
ocurre hoy en la Iglesia, y a que a continuación reproducimos:
“Aquí
(en Roma) uno no oye nada. Nada se comunica al exterior, excepto que existe una
enorme presión sobre aquellos que piensan de forma ortodoxa y católica. La
situación es tal que ni siquiera los obispos parecen darse cuenta de que se ha
cruzado la frontera hacia el antiguo paganismo. Ahí es donde los verdaderos
«conservadores» o «ultrarreaccionarios» se encuentran, cuando uno interpreta
estos términos en el correcto sentido de Cristo que es la fresca novedad de
Dios que no puede ser superado.
Por
ejemplo, antes y durante la época de san Ireneo de Lyon - que nos legó sus
cinco libros «Contra las herejías», los cuales son de nuevo muy relevantes hoy
- algunos se permitieron ellos mismos ser erróneamente cautivados por la así
llamada Gnosis. «Ya que por haberla profesado, algunos se han apartado de la
fe». (1 Tim 6, 21). Ireneo había pasado algún tiempo en Roma y había luchado
allí contra las herejías gnóstico-cristianas. En el s. II, él fue el defensor
más importante del Primado de Roma, pero esto no fue obstáculo para que él
personalmente pidiera a los Papas Eleuterio y Víctor I que eligieran enfoques
más sabios y justos.
El
hombre sólo está obligado a obedecer a Dios interna y externamente, mientras
que la obediencia hacia los superiores eclesiásticos y civiles está meramente
condicionada por su propia autoridad sobre la comunidad que dirigen y por la
que deben responder ante Dios. Esto es por lo que puede ser necesario rechazar
en conciencia obedecer una orden concreta, sin poner en duda la institución de
los superiores eclesiásticos (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica II-II q.
104 a. 5). Cuando San Pablo se opuso cara a cara a San Pedro - que era claramente
su superior en la jerarquía - no fue una «correctio fraterna» en el ámbito
privado, sino más bien una defensa pública de la fe en su plenitud y a la luz
de sus consecuencias internas y externas. Por lo tanto, en cuanto se refiere a
la defensa de la fe, todos apóstoles y obispos, tenemos las mismas
responsabilidades, el mismo San Pablo pudo, como apóstol, corregir públicamente
al apóstol San Pedro, al mismo nivel, sin poner en duda su cargo, que le fue
confiado a él por Cristo en persona. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica
II-II q. 33 a. 4)
«Creerse
en todo mejor que su superior parece presuntuosa soberbia; pensar, en cambio,
que es mejor en algo no tiene nada de presunción, ya que en esta vida no hay
nadie sin defecto. Pero hay que tener en cuenta también que quien amonesta con
caridad a su superior, no por eso se considera mejor, sino que va en auxilio de
quien está en un peligro tanto mayor cuanto más alto puesto ocupa, como enseña
San Agustín». (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, II-II, q. 33 a. 4)
Hablemos
sólo un poco sobre la moda actual de los ignorantes que dividen la Iglesia en
dos campos, los enemigos y los amigos del Papa, como si las relaciones
personales privadas con un Papa en particular fueran la base del Primado de
Roma con respecto a la doctrina de la fe y la moral y dada la communio
jerárquica de los obispos con el Papa.
El
papado es de derecho divino y por lo tanto no está basado en el número de
seguidores en Facebook, ni en la voluble aprobación de periodistas y
oportunistas.
La
clara distinción entre la fe en Dios y el paganismo que hace San Pablo no debe
ser obviada: porque ellos «cambiaron la gloria del Dios incorruptible por
imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles…
han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las
criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente». (Rom 1, 23.25)
La
adoración a Dios es la verdadera teología de la liberación del miedo, del
temor, de la inseguridad que nos llega desde el mundo material y de los
prójimos. Y sólo con la ayuda del Evangelio y la gracia de Cristo puede
desarrollar una cultura su influencia positiva y liberarse del poder del mal.
Objetivamente,
la idolatría y la superstición son los mayores pecados, basados en la confusión
entre el Creador y la criatura (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica II-II,
q. 94 a. 3), que sólo pueden ser superados por la herejía de aquellos que ya
han recibido la verdadera fe por la proclamación de la Iglesia, en contraste
con los paganos que, sin tener culpa, aún no conocen el Evangelio.
Desde
la tumba de Pedro, la religión católica debe siempre transmitir la verdad y la
claridad, porque este apóstol (Pedro), y sus sucesores (junto con todos los
obispos y fieles), responde a la pregunta ¿Quién dicen que soy?: «Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo». (Mt 16, 16). Y esto no le ha sido dado por un
diálogo con gente que piensa como él o lo ha pensado él mismo, sino por la
Revelación del Padre por el Hijo. La Fides Petri (fe de Pedro) es el fundamento
de la Iglesia católica. La profesión de fe no necesita ser reinventada,
adaptada a voluntad o reinterpretada cuando parezca oportuno. La fe es el poder
de la Palabra de Dios en el corazón de la Iglesia y por lo tanto no es un fósil
del obsoleto pensamiento humano.
La Revelación está en Cristo, siempre presente
en su plenitud en la fe de la Iglesia. Nosotros no podemos agotar esta fuente
hasta que Él regrese al final de los tiempos. Pero tampoco debemos querer
mejorarla por medio de enmiendas humanas supuestamente necesarias. Esa sería la
peor contaminación medioambiental que haría nuestro planeta inhabitable. Si el
Verbo Encarnado, que estaba con Dios y es Dios, ya no habita entre nosotros y
en nuestro interior, ¿dónde habría aún lugar para nosotros?
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