Autor: Santiago MARTÍN,
sacerdote FM
Católicos-on-line, febrero
2020
Me han hecho reflexionar
mucho unas palabras de un cardenal italiano, con el cual comparto un gran amor
a Chiara Lubich, la fundadora de los Focolarinos. Según la prensa, habría dicho
a un grupo de periodistas que está cansado de tanta crítica negativa y de tanto
insulto al Papa y habría invitado a los que consideran que la Iglesia es
demasiado estrecha para ellos a que se hicieran protestantes.
Yo también estoy en contra
de los insultos, contra el Papa y contra cualquiera -por ejemplo, contra
Benedicto XVI o el cardenal Sarah-. Muchas veces he dicho que ese no es el
camino y que la razón se pierde, al menos en parte, cuando se pierden las
formas. Así que estoy de acuerdo con el cardenal en que los insultos, todos los
insultos y no sólo los de un sector, deben terminar. Podemos discutir, e
incluso podríamos separarnos, pero no deberíamos jamás dejar de amarnos. ¿Cómo
puedo defender la verdad, o lo que yo considero que es la verdad, faltando a la
caridad?
Más confusas son las
palabras que habría dicho a continuación el cardenal italiano, porque habría
invitado a hacerse protestante a los que no les gusta la Iglesia católica
porque la consideran demasiado estrecha; esta frase podría ir dirigida a los
que quieren reformas que la Iglesia no puede admitir -como la del sacerdocio
femenino- y se quejan precisamente de esa estrechez; tendría razón el cardenal
al invitarles a que entren en una de las muchísimas comunidades eclesiales
protestantes, donde eso está aceptado desde hace muchos años. Lo que pasa es
que el cardenal ha unido esa frase a la crítica hacia el Papa. ¿Se refería a
los que quieren que la Iglesia acepte todo lo que el mundo exige, y acusan al
Santo Padre de ser demasiado conservador? Si esta fuera su intención, no
tendría ninguna objeción que hacerle. Pero, en cambio, si lo que Su Eminencia
quiso decir es que deben hacerse protestantes los que no están de acuerdo con
la confusión que hay en la Iglesia y con algunos cambios en las normas morales
-como la comunión a los divorciados vueltos a casar- que fueron concedidas como
excepciones y se han generalizado en muchos sitios, me atrevo a decirle, con
todo respeto, que eso es una incongruencia. Porque lo que esos católicos desean
es, precisamente, ser católicos, seguir siendo católicos. Lo que les hace
sufrir es ver que su Iglesia, a la que aman, se desliza hacia el
protestantismo. ¿Cómo van a hacerse protestantes si lo que no quieren es que la
Iglesia se haga protestante?
Detrás de todo esto, lo que
pasa desapercibido es justamente lo más importante: el sufrimiento de muchos
católicos que aman a su Iglesia, que aman al Papa, y que no entienden lo que
está pasando y se sienten desgarrados por ello. Son esos “niños” de que hablaba
Benedicto XVI en aquel mensaje que envió a los presidentes de las Conferencias
Episcopales del mundo, reunidos en Roma para debatir la cuestión de la
pederastia en el clero, y que nunca llegó a su destino. Son esos “inocentes” que
no saben teología, pero que persisten en la fidelidad a la Iglesia y en el
cumplimiento, aunque no sea perfecto, de sus normas morales. Estos inocentes
están viviendo una auténtica tragedia, porque por un lado aman a Cristo, a su
vicario y a su Iglesia, y por otro están desconcertados ante lo que está
sucediendo. ¿Se pensó en ellos cuando se produjeron los actos de culto a la
Pachamama en el Vaticano? ¿Se piensa en ellos cuando, como consecuencia de
aquello, son invitados a irse a las sectas, en Latinoamérica pero cada vez más
también en África, porque los pastores de esas comunidades les dicen que en la
Iglesia ya no se adora a Jesucristo? O, por ejemplo, ¿ha pensado el arzobispo
de Lima, cuando acaba de prohibir que el Señor de los Milagros procesione en Semana
Santa, en lo que van a sufrir muchos miles de peruanos devotos, que lo
interpretarán como una falta de amor a su querida imagen?
Es en estos inocentes, que
son la inmensa mayoría de los católicos practicantes, en los que tenemos que
pensar. Hay que centrarse en buscar respuestas para el bien de la Iglesia y de
la humanidad, y no quedarse sólo en la crítica de lo que no se está haciendo
bien, aunque a veces no quede más remedio que señalar lo que no va bien para
que no vaya peor. El camino, como dije la semana pasada, es el de una fidelidad
creativa que incorpore las novedades sin traicionar el mensaje de Cristo.
Pensemos en los inocentes y en la tragedia que están viviendo. Los responsables
deberían tener en cuenta lo que dijo el Señor sobre lo que les sucederá a los
que escandalizan a los pequeños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario