Doctor Héctor Fasoli
Aica, 1-2-20
El 1 de abril de 2020 se
cumplirán 500 años de la celebración de la primera misa en el territorio que
tres siglos después será la República Argentina.
Aquella misa oficiada en las
costas de la bahía de San Julián (en la actual provincia de Santa Cruz)
constituyó un acto fundacional de nuestra patria, anterior a cualquier
institución política en estas tierras: la Argentina tuvo así el singular
designio de haber nacido primero espiritualmente y después de manera secular ya
que la Eucaristía se celebró treinta y tres años antes que la primera población
políticamente reconocida (Santiago del Estero, fundada en 1553).
El carácter espiritual de la
celebración estuvo rodeado de hechos profundamente terrenales -gloriosos unos,
deshonrosos otros- que no solo acentúan el acto trascendental que referimos,
sino que también tienen carácter profético para lo que será la historia de
nuestra nación. Además, desde los remotos territorios patagónicos se iniciaría
una etapa fundamental en la historia de la humanidad: la primera circunvalación
al planeta, la expedición más memorable que jamás se haya realizado y que no ha
sido igualada hasta el presente.
El relato que sigue respeta
lo más fielmente posible los acontecimientos y se permite algunas conjeturas
que realzan la trascendencia histórica de la gesta.
De España al Fin del Mundo
A mediados de febrero de
1520 cinco embarcaciones procedentes de España recorren las costas occidentales
del sur del continente: son la Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y
Santiago. La escuadra está al mando de don Fernando de Magallanes, capitán
general de la Armada para el Descubrimiento de la Especiería. Los más de
doscientos tripulantes -entre ellos cuatro clérigos- conocen bien las
instrucciones reales: no era campaña de conquista sino de exploración y
comercio. El idioma castellano se confunde con el portugués, el vasco, el
inglés, el gaélico, el alemán…, en una Babel flotante que se encamina a un
destino incierto impulsada por el viento pero sobre todo por la fuerza de la
idea del Capitán General, tan magnífica como descabellada: encontrar hacia el
sur un paso occidental a las Indias y dar la vuelta al mundo.
Partieron de Sanlúcar de
Barrameda en agosto de 1519 con el primer propósito de llegar a las Molucas (o
Islas de las Especias, en Indonesia). Ya habían tocado tierra en Río de Janeiro
y en el Río de Solís (Río de la Plata) y también se habían producido las
primeras desavenencias entre algunos capitanes y el Capitán General. Copiando
sobre el mar y sobre el pergamino el contorno de la costa, se adentraban en
cada bahía y en cada estuario que podía anticipar la conexión interoceánica.
A los 65 grados de latitud
sur dieron nombre a las islas de los Leones y de los Pingüinos (próximas a lo
que hoy es Puerto Deseado) y días después, el 31 de marzo, encontraron una
profunda boca continental que parece devorarse al mar océano. Nombraron a la
bahía como de San Julián y decidieron establecerse allí para explorarla y
verificar si se trataba del canal que los conduciría a Asia. El paisaje era
árido y las costas bajas ofrecían refugio a unos cinco kilómetros de la salida
al mar. Los aventureros habían establecido las primeras de numerosas toponimias
que se conservarán por los siglos en las nuevas tierras.
Fundación espiritual de la
Argentina
Unos pocos habitantes los
recibieron en paz: eran nómades, de estatura mayor que la del español; sus
figuras se agigantaban por las vestimentas y botas de piel; las mujeres, un
poco más bajas que los hombres, se mantenían prudentemente algo más alejadas de
los recién llegados.
Al día siguiente, Domingo de
Ramos, Magallanes ordenó oficiar misa. La celebración se hizo con especial
recogimiento: estaban en tierras agrestes y desconocidas, la duración del viaje
era incierta y parte de la tripulación estaba desanimada; llevaban más de siete
meses de viaje y el capitán había decidido acampar por varios más. Ofició el padre Pedro de Valderrama,
quien entrará en la historia por dos hechos similares que ocurrirán durante el
viaje.
Imagine el lector la
circunstancia y se comprenderá el momento trascendental que estamos
describiendo: aquí, más de doscientos españoles reunidos en singular y
sesquimilenaria ceremonia; más allá, diseminados, una centena de hombres y
mujeres del lugar, mirando con curiosidad; por delante y por arriba de todos,
la aridez de un territorio inhóspito, de un mar siempre misterioso y de un
cielo azul y recóndito. Y en el centro, el pan y el vino convirtiéndose en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, en medio del silencio del paisaje y de la soledad
de los corazones… Sabemos que al menos
un habitante de las frías tierras fue bautizado con el nombre de Juan Gigante;
las circunstancias nos permiten imaginar que fueron más. La Comunión en Cristo
fue la común unión de culturas y ambiente, de pasados diferentes y un futuro
compartido, confundidos en un presente incierto en el primer día del cuarto mes
del año 1520. Cristo entró a la Argentina el mismo día que entró en Jerusalén
en busca de su destino anunciado y glorioso. El Dios de todos los hombres
volvió a entrar en América pero esta vez por su extremo más alejado, estéril de
riquezas, sin conquistadores y sin conquistados. Tenemos derecho a confiar en
un mensaje fundacional y profético en esta aparente coincidencia. Nuestra
historia parece confirmarlo…
El motín de los hombres
cansados
El clima hostil y el
agotamiento de los casi ocho meses de travesía aumentaron la desconfianza que
ya estaba agazapada en el corazón de varios hombres, cegados por discusiones
que llevan meses y que dejan entrever una oscura envidia contra el portugués
terco que los comanda en nombre de Carlos I, un rey nacido en Flandes que
apenas balbucea el castellano. Los capitanes de otras naves -Gaspar de Quesada,
Luis de Mendoza y Juan de Cartagena-, el contador Antonio de Coca y el clérigo
Sánchez de Reina conspiraron y sublevaron a unos cuarenta hombres contra
Magallanes. Consideraban a la expedición fracasada y pedían la destitución del
Capitán General y el regreso a España desandando el camino realizado.
El motín fue sofocado tras
una sucesión de intrigas y acusaciones de desobediencia al Rey, lo que
constituyó la primera lucha interior entre los visitantes de nuestro
territorio. Un tribunal impartió justicia a los amotinados y los condenó a la
pena de muerte; entre ellos estaba el vasco Juan Sebastián Elcano. Sin embargo
solamente Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada fueron ejecutados, no sin
crueldad; Juan de Cartagena y Sánchez de Reina fueron abandonados a su suerte
en aquellas costas inhóspitas: la Argentina recibió en aquel invierno de 1520 a
los primeros desterrados de su patria de origen. El destino que tuvieron es
desconocido: tal vez fueron aceptados por los pobladores originarios o murieron
de sed, hambre o frío. Lo que es seguro es que sus huesos y el polvo de sus
huesos forman parte de un suelo que ahora les es propio, abonándolo con
minerales de un continente lejano.
Por primera vez los descendientes de España
impartían justicia y la aplicaban en nuestro suelo, y por primera vez se
indultaba a condenados (más por necesidad que por piedad): lo espiritual y lo
terrenal empiezan a mezclarse como en la vida cotidiana de todos los pueblos.
También aparece esa curiosa vocación española de desconocer las órdenes reales
(aquello de “se obedece pero no se cumple”): algunos indígenas son obligados a
incorporarse a la flota para que el rey conociese personalmente a sus súbditos
del nuevo mundo. Bartolomé de las Casas y Pedro Mártir de Anglería estaban demasiado
lejos y demasiado ocupados con temas parecidos pero muchísimo más graves en las
tierras descubiertas por Colón.
La unión de los mares
Hacia fines de julio los
buques navegan hacia el sur. Ya estaban repuestos los hombres de la avanzada
que tres meses antes había partido en la Santiago. El 3 de mayo ese grupo había
descubierto una nueva entrada continental que también resultó la desembocadura
de un río: el Santa Cruz. Una tormenta destruyó a la nave contra la costa y
unos pocos pudieron volver a San Julián a pie; el resto, a punto de morir de
hambre y de frío, fue rescatado lo más rápido que se pudo. El 20 de agosto las
cuatro embarcaciones llegaron a la boca del río Santa Cruz, donde esperaron
hasta octubre, cuando el clima, desde siempre, se vuelve más bondadoso.
Nuevamente con rumbo sur, el
21 de octubre –festividad de Santa Úrsula- llegaron a un cabo al que nombraron
en homenaje a las once mil vírgenes que la tradición recuerda como compañeras
de martirio de la santa. Frente a la escuadra se abría la puerta buscada al Mar
del Sur: el estrecho de Todos los Santos (hoy, de Magallanes). A estribor se
divisaban decenas de fogatas que calentaban a los habitantes de esa tierra que
llamaron de los Fuegos. Poco antes se habían desviado hacia el este para que
Andrés de San Martín -cosmógrafo de la expedición- trazara el primer mapa de un
archipiélago desierto que será durante siglos motivo de disputa con el reino
británico.
Tal vez porque presintieron
el desastre o porque no quisieron aceptar la invitación que les hacía la
historia, los hombres de la San Antonio emprendieron el regreso a España por la
ruta ya conocida. Renunciaron a la gloria posible y no fueron conscientes de la
Glorificación que habían presenciado en San Julián. El 11 de noviembre de 1520,
en la bahía de Fortescue, Magallanes descubre Chile; el padre Valderrama oficia
la misa más austral del viaje; es la última de esta travesía que se celebrará en
los confines del Nuevo Mundo.
Llegada a oriente desde
occidente
Las tres naves se internan
en el enorme océano, que los acoge pacíficamente, arrullándolos suavemente en
su viaje al norte, mientras el hambre y el escorbuto hacen estragos entre la
tripulación. Después de cerca de noventa días llegan a las actuales islas
Marianas y se introducen luego en el archipiélago de las Filipinas.
Recalaron en la isla de
Limasawa el 28 de marzo de 1521, donde fueron bien recibidos por el rajá Siaiu
y por su hermano el rajá Kulambu, de Butuan. Los tres sellaron un pacto de
amistad bajo un rito común en gran parte del sudeste asiático: bebieron copas
de vino y agua donde habían dejado caer gotas de sangre de las muñecas de cada
uno.
El 31 de marzo, Domingo de
Pascua de Resurrección, Magallanes hizo celebrar misa al padre Valderrama.
Muchos habitantes de la isla, incluyendo Siaiu y Kulambu participaron de ella y
fueron bautizados. El padre Pedro debe haber recordado aquel Domingo de Ramos
del año anterior: el lugar y las circunstancias eran muy diferentes a las que
habían vivido en las tierras desconocidas de la futura Argentina. Siglos
después, ese lugar de la isla de Limasawa sería declarado Santuario Nacional
por el poder legislativo filipino (1960). El monumento será construido,
destruido por un tifón y reconstruido entre las décadas de 1980 y 2000.
La historia que sigue es
conocida pero debemos recordarla: los españoles no fueron tan bien acogidos en
otras islas, y en la de Mactán, Magallanes muere en batalla. El padre
Valderrama también es muerto en una de las numerosas emboscadas que los españoles
sufren en esas islas.
Desaparece de manera casi
anónima quien recibiera el legado de oficiar las tres primeras misas en lugares
claves del planeta en un viaje que sería histórico.
Por falta de tripulación
deben abandonar a la Concepción. Poco después descubren una gran avería en la
Trinidad y la dejan en las islas Molucas para repararla bajo las órdenes de
Gonzalo Gómez de Espinosa. En el viaje final a España doce tripulantes de la Victoria
son tomados prisioneros por los portugueses en Cabo Verde.
Bajo el mando del eximio
navegante vasco Sebastián Elcano, la Victoria arriba a Sanlúcar de Barrameda
con otros diecisiete tripulantes y cargada de pimienta y clavo de olor,
completando la proeza más importante y hasta ahora nunca igualada por la
humanidad. Los doce hombres retenidos por los portugueses llegarían algunas
semanas más tarde. Los cinco sobrevivientes de la Trinidad fueron arribando a
España entre 1525 y 1526. La historia los acogerá a todos –vivos y muertos en
campaña – como grandes protagonistas de un hito de la humanidad.
Legados de la fundación
espiritual de la Argentina
- Por las características
del viaje magallánico, toda la travesía –especialmente en tierras americanas- debe
considerarse como una campaña pacífica con un objetivo concreto: encontrar un
paso que uniera los dos océanos. El Capitán General al invernar en San Julián
no tomó posesión de tierras sino que hizo oficiar misa: hay un carácter
pacífico, fundacional y espiritual innegable en este acto.
- Con ese carácter
espiritual, fundacional y pacífico se abrió la puerta del Mar Argentino al
mundo, por el cual la Patagonia y todo nuestro país recibiría siglos después a
pueblos de orígenes, culturas y religiones diversas.
- La fundación espiritual de
la Argentina constituyó un punto de partida para establecer nuestra presencia
soberana en el sur.
- Establece el lugar y el
momento del inicio de la etapa final de una de las proezas más significativas
del ser humano.
En definitiva, la primera
misa oficiada en territorio Argentino dio a la Patagonia un papel protagónico
trascendental para nuestra soberanía, nuestra historia y la historia de la
humanidad. Todas razones suficientes para que la Argentina se sume a las celebraciones
mundiales organizadas para rememorar la gesta de los dieciocho sobrevivientes
de la proeza magallánica y para recordar la llegada del cristianismo a la
Argentina, Chile y Filipinas.
Dr. Héctor Fasoli, director
del Laboratorio de Química y Ciencia Ambiental de la Facultad de Ingeniería y
Ciencias Agrarias de la UCA
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