Autor: Santiago
MARTÍN, sacerdote FM
Católicos on line,
octubre 2020
La encíclica
“Fratelli tutti” (“Hermanos todos”) del Papa Francisco ha entusiasmado a
algunos y decepcionado e incluso irritado a otros. Para entender a unos y a
otros hay que entrar en el objetivo de la encíclica y en su contenido.
Las encíclicas han
estado siempre dirigidas, en primer lugar, a los obispos y sacerdotes y luego a
todo el pueblo de Dios. Así sucedió con la primera encíclica de Francisco,
“Lumen fidei”. Pero, por primera vez en la historia, con la encíclica “Laudato
sii” se rompió esta tradición y no hubo encabezamiento formal, se dirigía a
todos sin nombrar a ninguno. “Fratelli tutti” va más allá y, aunque no la
dirige explícitamente a nadie, repitiendo lo que en “Laudato sii” fue una
novedad, en las primeras líneas del documento, concretamente en el artículo 6,
el Papa se vuelve más explícito.
Afirma que, si
bien escribió la encíclica desde sus “convicciones cristianas”, ha “procurado
hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las
personas de buena voluntad”. Es una encíclica, lo cual hace de ella un
documento de altísimo rango dentro del magisterio de la Iglesia, y como tal
debe ser acogida por los católicos. Sin embargo, no va dirigida a ellos sino en
tanto que forman parte de la especie humana.
Esto condiciona
totalmente el documento, excluyendo de forma deliberada todo argumento que se
base en la Escritura o en la Tradición de la Iglesia, aunque se citen textos de
la misma más como referentes que como motivantes. Digamos que el Papa ha
querido ponerse al nivel del que no tiene fe o del que tiene otra fe diferente
a la católica para explicarle por qué debemos comportarnos como hermanos todos
los seres humanos. Esto puede resultar extraño y frustrante para algunos, sobre
todo por tratarse de una encíclica, pero es como si hubiera querido rechazar el
aborto apelando sólo a la biología y no a los mandamientos.
La encíclica, no
sé si a propósito o no, se convierte de este modo en una aportación valiosa
para la construcción de un aspecto de la ética que se daba por muerta: la ética
natural o ley moral natural, que recoge esos principios básicos que deben
regular el comportamiento de todos, porque están escritos en el ADN del ser
humano. Esa ley moral natural vendría a decirnos: “no debes matar porque no es
de hombres hacerlo”, sin añadir “y porque Dios lo prohíbe”. El riesgo,
lógicamente, está en que a medida que se amplía la base se pierde en fuerza; o,
dicho de otro modo, al presentarse el Papa como guía moral universal, puede no
ser escuchado por los que no comparten su fe católica -a los cuales les importa
muy poco su opinión- y no serlo o serlo menos por los que sí la comparten, que
se pueden sentir decepcionados ante un texto que no sienten especialmente
motivador.
Pero no es verdad
que la encíclica no haya suscitado entusiasmo en los no católicos. Al
contrario, los masones la han aplaudido y lo mismo han hecho los partidos
políticos de ideología atea. Los primeros han considerado “Fratelli tutti” -con
razón o sin ella- como una aproximación de la Iglesia a sus posturas -una
fraternidad universal que no esté basada en la fe en un Creador de todo y de
todos, que es la causa por la que San Francisco llama “hermanos” a todas las
criaturas-. En cambio, los socialistas y comunistas han mostrado su entusiasmo
porque en el capítulo quinto, dedicado a la política, el Papa critica duramente
a sus rivales: populistas y liberales. Es verdad la encíclica no dice que el
comunismo sea bueno, pero al denunciar a los otros y guardar silencio sobre
éste, los comunistas han entendido que era una aprobación implícita de su
ideología. El silencio sobre lo que está pasando en Venezuela, en Cuba, en
Nicaragua o en China, resulta clamoroso y desconcertante cuando en cambio sí se
critican las consecuencias de otro tipo de políticas.
Todo esto ha hecho
que haya partes de la encíclica que han pasado desapercibidas y que son muy
valiosas. Me refiero a los tres últimos capítulos del documento. Hay en ellos
párrafos que deberían servir para sustentar esa moral natural de alcance
universal, que quizá sea el objetivo que el Papa ha buscado con este texto. Por
ejemplo: “el relativismo no es la solución” (nº 206), “la verdad es una
compañera inseparable de la justicia y de la misericordia” (nº 227), “amar a un
opresor no es consentir que siga siendo así” (nº 241), “el perdón no implica
olvido” (nº 250), “creemos que «cuando, en nombre de una ideología, se quiere
expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el
hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes
saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de
conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad
radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales” (nº 274), “los
cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos garantice la
libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí
donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser
olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad
religiosa para los creyentes de todas las religiones” (nº 279), “a veces la
violencia fundamentalista, en algunos grupos de cualquier religión, es desatada
por la imprudencia de sus líderes” (nº 284).
El tiempo dirá si
esta encíclica produce los frutos de fraternidad universal que el Papa ha
querido impulsar al escribirla. En el fondo, todos estamos, desde un punto de
vista humano, ante el juicio de la historia, y desde un punto de vista
católico, ante el juicio de Dios.
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