El malentendido
interreligioso de los “hijos de Abraham”
Stefano Fontana
Brújiula
cotidiana, 09-03-2021
Está muy bien
invitar a las tres religiones a colaborar para el desarrollo y la paz, pero los
Hijos de Abraham no pueden convertirse en una nueva religión. Y éste es
precisamente el riesgo que corre el planteamiento del Papa Francisco realizado
en Ur.
Se sabía, y se
sabe, que el viaje del Papa Francisco a Irak estaría, y está, cargado de
peligros. Hay muchos temas controvertidos, muchas laceraciones aún vivas,
muchos intereses políticos y religiosos en juego. Se sabía y se sabe, por lo
tanto, que sus intervenciones habrían tenido que tener en cuenta una situación
delicada, con nervios expuestos y explosivos. En algunos temas hubiera sido
mejor guardar silencio, en otros utilizar las palabras más adecuadas, en otros
sólo insinuar y, finalmente, hablar claro o incluso muy claro sobre otros. No
cabe duda de que se trata de un viaje muy “político”. No es de extrañar, por
tanto, que a juicio de algunos se podrían haber dicho cosas mejores sobre
algunos temas y, a juicio de otros, que en cambio el Papa hizo bien en hablar
como habló.
Habiendo precisado
que las expectativas de esta visita deben, por las razones que acabamos de
mencionar, adaptarse de forma realista a la situación concreta, queda abierto
un problema relacionado con la visita a Irak pero dotado de una importancia
propia mucho mayor. Un tema en el que esta visita tendrá una gran influencia en
el futuro. Me refiero al diálogo interreligioso.
En una situación
compleja como la de Irak, se comprende la necesidad de hablar de colaboración
y, sobre todo, de colaboración entre religiones, con especial referencia a la
cristiana, la judía y la musulmana. En un clima explosivo como el de Irak hay
que echar agua aquí y allá, no encender nuevas llamas. Se entiende entonces que
el Papa se presentara como un mensajero de la paz y la convivencia fraterna,
buscando apagar tensiones y odios y sembrando esperanza.
Pero también hay
que preguntarse si ese discurso de paz y colaboración debe llegar a eliminar la
distinción entre las tres religiones y proponer el camino del diálogo
interreligioso de una forma cuestionable. Si bien es cierto que la situación
en Irak necesita la colaboración en el plano humano y social de las tres
religiones más representativas, eso no tiene nada que ver con una presentación
uniforme de las tres religiones como si fueran una sola: “la religión de los
hijos de Abraham”.
En estos días de
visita a Irak, y especialmente en la Llanura de Ur, se ha producido en cambio
este mismo pasaje, dando la impresión de haber querido forzar, apretando el
acelerador, la unidad de las religiones abrahámicas, mientras que el país sólo
necesita colaboración en el plano humano para la reconstrucción.
Dicho en términos
más sintéticos: los que viven en Irak –y sobre todo los fieles de las tres
religiones cristiana, judía y musulmana- pueden colaborar por la paz, el orden,
el desarrollo, incluso sin rezar juntos como “hijos de Abraham” al mismo Dios.
Pero precisamente esto es lo que ha propuesto el Papa Francisco al final de su
discurso en la Llanura de Ur, una oración para rezar juntos en calidad de hijos
de Abraham. Este “salto” que nadie ha solicitado va más allá de la necesidad de
coexistencia pacífica y parece aprovechar la oportunidad de la situación iraquí
para apuntar a otra cosa.
La expresión
“Hijos de Abraham”, al igual que la de las “religiones del Libro”, están vacías
de contenido, son sólo figuras retóricas. Las tres religiones en cuestión
tienen tres visiones muy diferentes de Abraham, al igual que del Libro. Y esto
ocurre porque son tres religiones profundamente diferentes, no sólo difieren en
meros detalles. El Papa Francisco ha alabado, con razón, la coexistencia en
Irak de las tres religiones antes de los trágicos acontecimientos recientes,
pero esa coexistencia se ha dado precisamente entre religiones diferentes que
para convivir no necesitan convertirse en una sola religión, como sugieren la
expresión “Hijos de Abraham” y la oración redactada por el Papa.
En su discurso en
la Llanura de Ur, Francisco ha dicho que “si queremos salvaguardar la
fraternidad, no podemos perder de vista el Cielo”. Es cierto que “el hombre no
es omnipotente”, que “por sí solo no puede hacerlo” y que “si excluye a Dios,
acaba adorando las cosas terrenales”, pero esta referencia al Cielo, expresada
de forma que sirva para todos, es vacía, sin rostro, genérica y, por tanto,
insignificante. La visión de quién mora en el Cielo es muy diferente para las
tres confesiones y también difieren entre ellos los preceptos de amor y
fraternidad, que Francisco atribuye a la “verdadera religiosidad” de los Hijos
de Abraham.
La colaboración a
nivel humano y social entre las diferentes religiones es ya bastante difícil.
Esto se debe a que los temas de la paz o la justicia no son neutrales con
respecto a las últimas referencias religiosas. Pero dada la difícil situación
en Irak, hacer hincapié en estos aspectos habría sido improvisado. Benedicto
XVI ya lo hizo en Ratisbona y tuvo que arrepentirse. Por tanto, se puede
aceptar una propuesta de acogida, respeto y colaboración contra la violencia y
la injusticia en Iraq. Eso es más que suficiente.
¿Por qué, en
cambio, avanzar hacia una inexistente unidad religiosa abrahámica si no es por
razones que poco tienen que ver con las dificultades de Irak hoy en día y que
quizás conciernen más al interior de la Iglesia católica que al exterior y que
tienen pocas posibilidades de ser verdaderamente acogidas por los demás?
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