Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
06/06/23
El Avemaría es la
oración más difundida para invocar a la Madre del Señor; constituye el elemento
esencial del Santo Rosario. Entonces, digamos que es una plegaria popular, en
el mejor sentido de la expresión, referida al pueblo de Dios, la Iglesia. Es
típicamente católica. Llama la atención la posición de tantos grupos
evangélicos, para los cuales María no existe; es esta una carencia vinculada a
una cierta visión de Jesucristo. Más allá de la identidad cristiana, la falta
de una referencia a su Madre indica la incomprensión del misterio central de la
Encarnación. Es una plegaria que reúne los datos evangélicos con una
composición eclesial fundada en la tradición. La primera parte está tomada del
tercer Evangelio: el saludo del ángel a María en la Anunciación (Lc. 1, 28) y
la exclamación de Isabel, la anciana parienta Madre del Bautista, al recibir la
visita de Nuestra Señora en la Visitación (Lc 1, 42).
La versión castellana
usual dice «Dios te salve», una versión ambigua de jáire kejaritōmenē,
«alégrate, llena de gracia». La traducción francesa es más correcta: «je Vous
salue»; en italiano se conserva el «Ave». Jaire puede ser comprendido como una
fórmula común de saludo al presentarse, «llena de gracia» o «plenamente
agraciada», es decir, «colmada de járis», gracia o favor divino. El Señor está
contigo. El texto evangélico anota la sorpresa de la doncella, que se queda
reflexionando sobre el significado de esa declaración del Ángel Gabriel.
Las palabras de
Isabel son una exclamación en voz alta, las del Ángel son un saludo, que hace
presente al Dios de Israel. En el Antiguo Testamento se registran varias
comunicaciones de Yahvéh a personas elegidas para una misión. En el caso de
María se trata del momento culminante de la historia de la salvación, y el
cumplimiento de la esperada promesa de una intervención decisiva de Dios.
Isabel bendice a María destacándola «entre todas las mujeres». Ella es bendita,
y el fruto de su seno es también bendito. Notar «fruto» y «vientre», que sería
mejor llamar «seno», como en italiano y francés (sein).
La segunda parte
del Avemaría, añadida por la Iglesia a los pasajes evangélicos, incluye el
título por excelencia de María: «Madre de Dios», theotókos, empleado por el
Concilio de Éfeso, en el año 431: Cristo es personalmente Dios, y su Madre es
quien lo dio a luz, por tanto, se justifica el título. «Ruega»; ella es la
Omnipotencia Suplicante. En el relato de las Bodas de Caná (Jn. Capítulo 2),
Jesús parece desentenderse del ruego implícito de su Madre («no tienen vino»),
expresión que ha recibido diversas interpretaciones en la historia; la razón
que esgrime Jesús, es: «mi hora no ha llegado»; yo prefiero entenderla como:
«qué tenemos que ver nosotros» (en el sentido de que ambos son invitados).
María, asimila la
respuesta, pero conociendo bien a su Hijo, dice a los sirvientes que estén a
las órdenes de Jesús, quien -comprendiendo muy bien la situación- adelanta su
Hora. Este relato de Caná remite al capítulo 19 (la crucifixión); en los dos
textos, María es llamada gýnai, Mujer. Ella es La Mujer, la Nueva Eva de la
nueva creación. El ruego que nosotros formulamos al rezar el Avemaría no puede
prescindir de reconocer que Ella descubrió, o advirtió la necesidad, a saber,
que el vino se había acabado. Sin ser nosotros conscientes, descubre nuestras
carencias, por ejemplo, el vino de la alegría. Notar algo importantísimo: al
tironear el manto de María con la plegaria, nos reconocemos pecadores; Ella es
el refugio de los pecadores, es decir, «auxilio de los cristianos», que somos
pecadores redimidos en el bautismo.
«Ahora y en la
hora de nuestra muerte»
Ahora indica, por
cierto, el momento en que se hace la súplica, que puede ser una circunstancia
apurada en que nos aferramos al salvavidas del Avemaría, pero también se
refiere al tiempo de la vida presente, que es un instante que aguarda la
eternidad. Esa medida con relación a la eternidad, nos afianza en el Absoluto
de Dios. Como apuntó Sören Kierkegaard en su «Ejercitación del Cristianismo»:
«Lo Absoluto consiste únicamente en escoger la eternidad». Y rezar el Avemaría
es una ejercitación del cristianismo.
«En la hora de
nuestra muerte». En ese gran momento de la vida buscamos el refugio en los
brazos de la Madre. Ella, que estuvo junto a la Cruz y acompañó a su Hijo, la
Mater dolorosa, acompaña el éxodo de sus hijos. Que el Avemaría sea súplica
final para apelar a su defensa en el juicio y nos atraiga la misericordiosa
acogida del Señor.
El Amén es la
forma o el sello que ratifica lo dicho, la verdad y el amor de la plegaria.
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