viernes, 30 de enero de 2009

Goldhagen contra Pío XII


Análisis de algunas acusaciones al Papa de la Gran Guerra.

Ronald J. Rychlak

Los ataques tendenciosos contra Pío XII (Eugenio Pacelli) no son nada nuevo. Ciertamente, se han convertido en algo habitual. Aún así, el reciente ensayo de 27.000 palabras que ha escrito Daniel Goldhagen para el New Republic, titulado “¿Qué habría hecho Jesús? El Papa Pío XII, la Iglesia Católica y el Holocausto” (21 de enero de 2002) llama especialmente la atención. Basado en su próximo libro, A Moral Reckoning (ed. Knopf) el artículo de Goldhagen es notable tanto por la pasmosa amplitud de sus afirmaciones como por el aire de justificada indignación del que está lleno. No contento con decir, como han hecho otros estudiosos, que el papa Pío XII hizo menos de lo que habría debido hacer para salvar a los judíos, Goldhagen va mucho más lejos atacando a Pacelli por ser antisemita, y a la Iglesia en su conjunto por ser una institución globalmente y quizás sustancialmente empapada de antisemitismo. De hecho, sostiene incluso que “la responsabilidad principal en la producción de este odio tan generalizado en Occidente en todas las épocas le corresponde al cristianismo. Más específicamente, a la Iglesia católica”. Tales acusaciones exigen una amplia respuesta.

En su último libro, Los verdugos voluntarios de Hitler [este libro ha sido publicado en España por la editorial Taurus, n.d.t.], Goldhagen afirmó que la culpa del Holocausto debía cargarse sobre los hombros de los alemanes comunes y corrientes y su característico antisemitismo. Cuando especialistas en historia contemporánea a ambos lados del Atlántico le mostraron sus dudas sobre este punto, admitió finalmente que había subestimado el hecho que factores distintos del antisemitismo condujeron a los crímenes del Tercer Reich. “Me he saltado un poquito algunas cosas de esta historia”, dijo. Pues bien, ha vuelto a saltárselas otra vez.

El artículo de Goldhagen no se basa en investigaciones históricas originales. Depende enteramente de fuentes secundarias escritas en inglés. Esto contribuye a un inexcusable número de errores, grandes y pequeños. Varias de las fechas que da relativas al establecimiento de guetos en Europa son erróneas (una de ellas por más de 50 años). También se equivoca (en tres décadas) en el comienzo del proceso de beatificación de Pío XII, y se equivoca en la fecha en que la denominada “Encíclica oculta” salió a la luz. Se equivoca al llamar al concordato con la Santa Sede “el primer tratado internacional de los nazis”. Se equivoca al decir que la Iglesia belga calló, cuando fue una de las primeras en denunciar las teorías raciales nazis. Se halla sin base alguna al insinuar que los cardenales alemanes Michael von Faullhaber y Clement August von Galen fueron insensibles al sufrimiento judío o se mantuvieron en silencio sobre ello. Goldhagen dice que Pío XII “claramente rehusó apoyar” la protesta de los obispos franceses, cuando lo cierto es que la retransmitió por Radio Vaticano durante seis días consecutivos. Acusa a Pío XII de no haber reprendido jamás ni castigado al fraile franciscano Miroslav Filopovic-Majstorovic por sus malvadas acciones en Croacia, cuando en realidad el apodado “Hermano Satán” fue procesado, devuelto al estado laico y expulsado de la Orden franciscana antes de que la guerra hubiese acabado (de hecho, antes de la mayor parte de sus graves tropelías). Goldhagen también identifica erróneamente el papel del oficial del Vaticano Peter Gumpel (que es el relator o juez, no el postulator o promotor de la causa para la santidad de Pío XII), y se equivoca al decir que Gumpel fue designado por el Vaticano para representarlo en una reunión con el recientemente disuelto grupo de estudio católico - judío. Parece no saber que los estudiosos católicos de ese comité se separaron ellos mismos de las afirmaciones hechas por sus oponentes judíos después de su derrumbe. Identifica al muy admirado rey de Dinamarca durante la guerra con Christian II cuando fue Christian X. Se refiere al papa Pío XI como si hubiera sido Cardenal Secretario de Estado, cuando en realidad lo fue su sucesor Pío XII.

Algunos fallos como este podrían achacarse a una básica falta de cuidado. Sin embargo, los errores más graves de Goldhagen –todos y cada uno de ellos son ataques contra la Iglesia Católica y el Papa– revelan que hay algo mucho más problemático en su ensayo.

El mensaje de Navidad de 1942

Los esfuerzos de Goldhagen para trivializar y disminuir el famoso mensaje de Navidad de Pío XII y su clara denuncia de la ideología nazi son representativos del enfoque sesgado y unilateral que llena su trabajo. En el mensaje de 1942, Pío dijo que el mundo se había “lanzado de cabeza a la oscuridad de trágicos errores” y que “la Iglesia se estaría engañando a sí misma, habría cesado de ser una madre, si fuera sorda a los gritos de los niños que sufren, que alcanzan los oídos de todas las clases de la familia humana.” Habló de la necesidad para la humanidad de hacer “un voto solemne de no descansar jamás hasta que las almas valientes de cada pueblo y nación de la Tierra se levantaran formando legiones resueltas a formar sociedad y a dedicarse al servicio de la persona humana y de una sociedad humana divinamente ennoblecida”. Dijo que la humanidad les debía este voto a todas las víctimas de la guerra, incluyendo “los cientos de miles que, sin culpa alguna por su parte, y solamente a causa de su nacionalidad o raza, han sido condenados a muerte o a la extinción paulatina” (énfasis añadido).

Al pronunciar este y otros mensajes durante la guerra, Pío usó la palabra stirpe, la cual, según el Zanichelli’s Italian and English Dictionary se puede traducir por origen, nacimiento, familia, raza o descendencia, pero que se había usado durante siglos como una referencia explícita a los judíos. Las grabaciones británicas (British Public Records Office, FO 371/34363 59337 [5 de enero de 1943]) reflejan la opinión de que “la condena del Papa del trato a los judíos y a los polacos es bastante inconfundible, y el mensaje es quizá más enérgico en el tono que cualquiera de sus recientes mensajes”. Los obispos holandeses publicaron el 21 de febrero de 1943 una carta pastoral en defensa del pueblo judío en la que se hacía referencia expresa al mensaje del Papa.

Además, un bien conocido editorial que apareció el día de Navidad en el New York Times elogiaba a Pío XII por su liderazgo moral en la oposición a los nazis:

Ningún sermón de Navidad llega a más fieles que el mensaje que el papa Pío XII dirige a un mundo en estos tiempos desgarrados por la guerra. Esta Navidad más que nunca es una voz solitaria clamando ante el silencio de un continente...

Cuando un líder, dirigiéndose de forma imparcial a las naciones de ambos lados, condena como herejía la nueva forma de estado nacional que lo subordina todo a sí, cuando declara que todo aquel que quiera la paz debe proteger la “seguridad jurídica de los individuos” contra “ataques arbitrarios”, cuando censura la ocupación violenta de territorios, el exilio y la persecución de seres humanos sin más razón que la raza o la opinión política, cuando dice que la gente debe luchar por una paz justa y decente, una “paz total”; entonces el “juicio imparcial” tiene la misma fuerza que el fallo de un Tribunal Supremo.

Un editorial semejante del Times decía:

El estudio de las palabras que desde su llegada ha dirigido el papa Pío XII a los católicos de varias naciones en encíclicas y alocuciones no deja sitio para las dudas. Condena el culto a la fuerza y su manifestación concreta en la supresión de libertades nacionales y la persecución del pueblo judío.

Obviamente, en contraste con lo que Goldhagen trata de hacernos creer, todos sabían a quiénes se estaba refiriendo el Papa, incluyendo las potencias del Eje.

Según un informe oficial nazi redactado por la Oficina Superior de Seguridad de Heinrich Himmler (la Reichssicherheitshauptamt) y dirigido al despacho del ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop:

De una forma jamás vista antes, el Papa ha rechazado el Nuevo Orden Europeo Nacionalsocialista... Es cierto que el Papa no se refiere a los Nacionalsocialistas alemanes por su nombre, pero el discurso es un largo ataque contra todo aquello que defendemos... Dios, dice, considera que todos los pueblos y razas merecen la misma consideración. Aquí está hablando claramente en defensa de los judíos... En la práctica está acusando al pueblo alemán de injusticia hacia los judíos, y se convierte en la voz de los criminales de guerra judíos.

Un informe americano hizo notar que los alemanes “brillaban por su ausencia” en la Misa del Gallo dicha por el Papa a los diplomáticos en la Nochebuena siguiente al mensaje papal. El embajador alemán Diego von Bergen, siguiendo instrucciones de Ribbentrop, advirtió al Papa que los nazis se tomarían represalias si el Vaticano abandonaba su postura neutral. Al informar de la respuesta a sus superiores, el embajador alemán declaró: “Pacelli no es más sensible que nosotros a las amenazas”.

Radio Vaticano

Goldhagen hace la siguiente pregunta retórica: “¿Por qué [Pío XII] habló públicamente del sufrimiento de los polacos como un problema real y moral, pero no del de los judíos? No hay una buena respuesta”. Cita entonces una retransmisión de Radio Vaticano en enero de 1940, tratando así de mostrar que el Vaticano se preocupaba sólo por los católicos polacos, y no era capaz de dedicar una buena palabra a los judíos. Haciendo esto, falsea gravemente la verdad.

Para empezar, el mensaje que cita Goldhagen no se limita a los polacos cristianos. Sólo habla de “polacos”. Por supuesto, los escritos de esa época distinguían a veces entre “polacos” y “judíos”, valiéndose de la primera designación para referirse a los cristianos polacos, pero esto estaba lejos de ser siempre el caso. Además, Goldhagen da a entender que los judíos nunca fueron mencionados en Radio Vaticano. Esto es sencillamente falso.

Goldhagen parece haber tomado su cita de Radio Vaticano del libro de Pierre Blet Pius XII and the Second World War. Este libro se presenta a sí mismo como un resumen. Si Goldhagen hubiese investigado realmente en las transcripciones de Radio Vaticano correspondientes a enero de 1940 (el mes en que se centra) habría descubierto que los judíos sí fueron ciertamente identificados expresa y claramente. Un pasaje clave dice que:

“Un sistema de deportación interior y de reparto por zonas se está organizando, en medio de uno de los inviernos más crudos de Europa, basándose en principios y usando métodos que sólo pueden ser calificados de brutales; y una hambruna espantosa amenaza al 70 por ciento de la población polaca, a medida que sus alimentos y herramientas son embarcados para Alemania a fin de rellenar los graneros de la metrópoli. Judíos y polacos son agrupados a la fuerza en guetos separados, sellados herméticamente y lamentablemente inapropiados para la supervivencia económica de los millones de personas destinadas a vivir allí.”

Incluso Michael Phayer (otro crítico del Papa) se refiere a esta defensa explícita de los judíos en su libro The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965 (que figura en la lista de libros usados por Goldhagen). El 15 de octubre de 1940, Radio Vaticano denunció “los inmorales principios del nazismo” y el 30 de marzo de 1941 condenó explícitamente “la perversidad de Hitler”. Estas retransmisiones estuvieron entre las primeras que informaron de las persecuciones nazis, pero no fueron las únicas historias de ese tipo en Radio Vaticano. Continuaron a lo largo de toda la guerra.

Los fieles católicos oyeron estas retransmisiones y reaccionaron en consecuencia. El cura (y luego cardenal) rescatador francés Henri de Lubac rindió homenaje a la emisora de radio del Papa en su libro Christian Resistance to Anti-Semitism, en el que describe el profundo impacto que tuvo en la Resistencia francesa. De manera similar, el padre Michael Riquet S.J., un ex preso de Dachau que fue alabado por haber salvado vidas judías, afirmó: “Pío XII hablaba, Pío XII condenaba, Pío XII actuaba... Durante aquellos años de horror, cuando escuchábamos Radio Vaticano y los mensajes del Papa, nos sentíamos en comunión con el Papa en la ayuda a los judíos perseguidos y en la lucha contra la violencia nazi”.

La encíclica oculta y la Summi Pontificatus

Al principio de su ensayo, Goldhagen estudia la denominada “encíclica oculta”. Aquí la historia consiste en que en junio de 1938, más de un año antes del estallido de la Segunda Guera Mundial, cuando Eugenio Pacelli era Secretario de Estado del Vaticano, el papa Pío XI encargó un borrador de declaración papal en que se atacaba el racismo y el antisemitismo. Desgraciadamente, murió antes de que estuviera acabado. Según Goldhagen, Pío XI lo esbozó, Pío XII lo enterró, y quedó escondido hasta que se publicó en Francia en 1995.

Si esta historia fuera cierta, ayudaría a apoyar la descripción que hace Goldhagen de Pío XII como un malvado. Pero no es cierta. Para empezar, nunca hubo una encíclica, ni siquiera un borrador de encíclica. El Papa Pío XI pidió un documento de trabajo al padre John LaFarge, S.J. Pensó que podría usarse algún día como base para una encíclica. LaFarge no era un teólogo experto ni un historiador, de manera que pidió ayuda a otros dos sacerdotes, uno de Francia y otro de Alemania. Esto dio lugar a tres documentos de trabajo distintos, uno escrito en francés, otro en inglés y otro en alemán.

La fuente en que se basa Goldhagen –The hidden encyclical of Pius XI, de Georges Passelecq y Bernard Suchecky– se ocupa de los documentos inglés y francés, pero no del alemán. Ese libro también deja claro que, contra lo que pretende Goldhagen, Pío XI no fue el autor de ninguno de esos documentos. De hecho, como ese libro deja aún más claro, no hay pruebas de que él o Pío XII llegaran a verlos. Se envió una copia a Pío XI, pero para entonces ya estaba gravemente enfermo. Cuando fue encontrada tras su muerte, no había en ella anotaciones que dieran a entender que la hubiera revisado en algún momento. El libro también explica que el documento desapareció inmediatamente después de la muerte de Pío XI, y los hombres que estaban trabajando en el proyecto creyeron (y de hecho estaban en lo cierto) que Pío XII no lo había visto. Por lo tanto, no pudo haberlo enterrado. Finalmente, este asunto lo hizo público en 1972 el National Catholic Reporter y de nuevo en 1973 L’Osservatore Romano, no en 1995, cuando apareció el libro de Passelecq y Suchecky.

El principal autor del borrador alemán, el catedrático Gustav Gundlach, S.J., ayudó a Pío XII con su primera encíclica, Summi Pontificatus, que apareció el 20 de octubre de 1939, justo después del estallido de la guerra. No es sorprendente que la Summi Pontificatus (que menciona expresamente a los judíos e insta a la solidaridad para con todos aquellos que profesan una creencia en Dios) contenga un lenguaje semejante al del documento en que Gundlach había trabajado. De hecho, el padre LaFarge escribió en la revista America que era obvio que la Summi Pontificatus se aplicaba a los judíos de Europa. Estaba preocupado sólo de que los norteamericanos podían no darse cuenta de que se aplicaba igualmente a la injusticia racial en Estados Unidos.

Como Goldhagen ha limitado su investigación a una única e incompleta fuente, no es sorprendente descubrir que sus comentarios agravan los errores sobre la “encíclica oculta” (Un libro mucho mejor sobre el tema, editado por Anton Rauscher, apareció hace poco en Alemania). Lo que es muy sorprendente es que Goldhagen ni siquiera mencione la Summi Pontificatus.

En enero de 2002, la Rutgers Journal of Law and Religion hizo públicos y colocó en Internet documentos del archivo particular del general William J. “Wild Bill” Donovan, que sirvió como ayudante especial del fiscal jefe norteamericano en el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. En un informe confidencial en que se documenta la persecución nazi a la Iglesia, preparado para el juicio de Nuremberg, la situación que rodeaba a la Summi Pontificatus se estudia como un posible punto de apoyo para una causa separada contra los nazis. El informe observa que los curas que la leyeron fueron denunciados a las autoridades y que los oficiales nazis frenaron su impresión y distribución.

“Esta encíclica”, escribía Heinrich Müller, jefe de la Gestapo berlinesa, “se dirige exclusivamente contra Alemania, tanto en la ideología como en la atención que presta a la disputa germanopolaca; lo peligrosa que es para nuestras relaciones internacionales y para nuestros asuntos internos está fuera de discusión”. Reinhard Heydrich, jefe de la oficina de seguridad de las SS en Varsovia, escribió: “Esta declaración del Papa hace una acusación inequívoca contra Alemania”. La cabecera del New York Times declaraba: “El Papa condena a los dictadores, a los violadores de tratados, al racismo e insta a la restauración de Polonia”. Más tarde, las fuerzas aliadas soltaron 88.000 ejemplares tras las líneas enemigas con fines propagandísticos.

El Concordato

En 1933, la Santa Sede y el gobierno alemán firmaron un acuerdo que aseguraba para los años siguientes el derecho de la Iglesia a prestar sus servicios y desempeñar sus funciones. De manera engañosa, Goldhagen informa de que “Pacelli se apresuró a negociar para la Iglesia un tratado de cooperación, el concordato, con la Alemania de Hitler”. También añade equivocadamente que este fue “el primer tratado internacional de la Alemania nazi”.

Probablemente, Goldhagen se ha confundido por culpa del libro de James Carroll Constantine’s Sword. Astutamente, Carroll dice que el concordato fue el primer tratado bilateral de la Alemania nazi. De hecho, el Pacto de los Cuatro entre Alemania, Francia, Italia y Reino Unido precedió a la firma del concordato. Además, los representantes de Hitler fueron plenamente acreditados y reconocidos por la Sociedad de Naciones y tomaron parte en las discusiones en Ginebra acerca del desarme, que también tuvieron lugar antes de la firma del concordato. El 5 de mayo de 1933 (más de dos meses antes de la firma del concordato) la Unión Soviética renovó un acuerdo de amistad y comercio con Alemania, y ese mismo día el Parlamento británico votó a favor de aceptar un acuerdo de comercio angloalemán. En otras palabras, Alemania, Francia, Reino Unido, la Unión Soviética y toda la Sociedad de Naciones acreditaron al nuevo gobierno alemán antes de que se firmara el concordato. Carroll puede haber estado en lo cierto técnicamente, si bien engañoso. Goldhagen está lisa y llanamente equivocado.

Goldhagen también se equivoca al aseverar que un “anexo secreto” daba la aprobación de la Iglesia al rearme alemán. El concordato se limita a garantizar que si Alemania rehiciera su ejército, los soldados tendrían acceso a capellanes castrenses. Se trataba de proteger los sacramentos, no de aprobar el rearme. Que Goldhagen transforme eso en algo inicuo solo puede explicarse como parte de sus denodados esfuerzos por difamar a los católicos y al Papa.

El ya mencionado informe confidencial recientemente desclasificado del juicio de Nuremberg confirma que el concordato fue una “propuesta nazi”. Los nazis aceptaron cláusulas que la Iglesia había propuesto antes a Weimar, pero que Weimar había rechazado. Los nazis dijeron al Vaticano que tendría que elegir entre aceptar aquellas cláusulas (que garantizaban que la Iglesia podría funcionar) o hacer frente a severas persecuciones. De hecho, para demostrar que hablaban en serio, los nazis persiguieron severamente a los católicos alemanes en las semanas anteriores al concordato. En una conversación privada con el encargado británico de los asuntos del Vaticano, Pacelli dijo que la elección era “o aceptar sus exigencias o la eliminación de hecho de la Iglesia católica en el Reich”.

El concordato, desde luego, llegó durante el pontificado de Pío XI. Como David Kertzer (The Popes against the Jews), Goldhagen acusa a Pío XI de antisemita. Esto es una alegación extraña. Pío XI es presentado habitualmente como el Papa bueno, el que se atrevió a hablar, en contraste con el “callado” Pío XII. Pío XI no se limitó a condenar el racismo en importantes declaraciones pronunciadas en 1928, 1930 y 1937, sino que el 6 de septiembre de 1938, en un discurso que –aun borrado de la prensa fascista– dio rápidamente la vuelta al mundo, dijo:

“Resaltemos que en la Santa Misa, Abraham es nuestro Padre y nuestro Patriarca. El antisemitismo es incompatible con el elevado pensamiento que ese hecho expresa. Es un movimiento con el que los cristianos no pueden tener nada que ver. No, no, os digo que es imposible para un cristiano tomar parte en el antisemitismo. Es inadmisible. A través de Cristo y en Cristo somos la progenie espiritual de Abraham. Espiritualmente, todos somos semitas.”

En enero de 1939, el National Jewish Monthly informaba de que “en Italia, la única luz que queda se encuentra en el Vaticano, de donde bellos mensajes humanitarios del Papa [Pío XI] han ido saliendo con regularidad”. Cuando murió al mes siguiente, la prensa nazi lo denigró como “Rabino Jefe del mundo occidental”.

A pesar de la ridícula afirmación de que Pío XI era antisemita, Goldhagen retuerce los hechos de forma que pueda “culpar” a Pío XII por redactar el Concordato (cuya responsabilidad final, por supuesto, era del Papa de entonces, no del Secretario de Estado Pacelli). También “culpa” a Pío XII por redactar la encíclica antinazi de 1937 Mit brennender Sorge.

Mit brennender Sorge

De todos los despropósitos de Goldhagen, ninguno es menos comprensible que su descripción de la gran encíclica Mit brennender Sorge –la poderosa denuncia del Vaticano del fascismo y el racismo alemanes– como un farragoso panfleto antisemita. Mit brennender Sorge, publicada por Pío XI cuando Pacelli era su Secretario de Estado, es una de las más tremendas condenas de cualquier régimen nacional que jamás haya publicado la Santa Sede. Condenaba no sólo la persecución de la Iglesia en Alemania sino también el neopaganismo de las teorías raciales nazis. En parte, la encíclica decía que:

“Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a ella.”

Apuntaba directamente contra Hitler y el nazismo al decir:

“Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son gotas de agua en un cubo (Isaías 11,15).”

La encíclica también alababa a aquellos pastores de la Iglesia que se habían mantenido firmes y que habían dado buen ejemplo. Concluía que “los enemigos de Cristo que en vano sueñan con la desaparición de la Iglesia, reconocerán que se han alegrado demasiado pronto y que han querido sepultarla demasiado deprisa”.

Al contrario que la mayoría de las encíclicas, que se escriben en latín, Mit brennender Sorge se escribió en alemán. Llevaba la fecha del 14 de marzo de 1937, dominica de Pasión, pero fue introducida clandestinamente en Alemania, distribuida a todas las parroquias y leída desde los púlpitos el 21 de marzo de 1937, domingo de Ramos.

Que Mit brennender Sorge se leyera a todos se debe únicamente a que pilló por sorpresa a los nazis. No se publicó en los periódicos alemanes. Un memorándum interno alemán, fechado el 23 de marzo de 1937 calificaba a la encíclica de “casi una declaración de guerra contra el gobierno del Reich”. El informe de la acusación de Nuremberg explicaban las medidas que los nazis tomaron en represalia: todos los ejemplares disponibles fueron confiscados, doce imprentas fueron cerradas, aquellos que eran culpables de haber distribuido la encíclica fueron encarcelados y las publicaciones de la Iglesia en que había aparecido la encíclica fueron prohibidas. Más tarde, en la Alemania nazi se tipificó como delito la sola mención de la encíclica.

El día siguiente a la aparición de la Mit brennender Sorge, el Völkischer Beobachter lanzó un duro contraataque contra el “Dios Judío y Su delegado en Roma”. Das Schwarze Korps la llamó “la más increíble de las cartas pastorales de Pío XI, cada frase en ella era un insulto a la Nueva Alemania”. El embajador alemán en la Santa Sede recibió instrucciones de no tomar parte en las celebraciones solemnes de Pascua, y a las misiones alemanas en toda Europa se les dijo que “tenían que considerar a la encíclica papal una declaración de guerra... que incitaba a los ciudadanos católicos a rebelarse contra la autoridad del Reich”.

La persecución de los judíos, por desgracia, no disminuyó, empeoró tras la aparición de la Mit brennender Sorge. Esta reacción no es sino uno de los muchos ejemplos de represalias nazis –contra judíos y cristianos– que Goldhagen niega que hayan llegado a suceder. Su intento de convertir este duro mensaje papal en un farragoso panfleto antisemita y pronazi es simplemente increíble.

Mystici Corporis Christi

Goldhagen también presenta equivocadamente la encíclica del Papa Pío XII de 1943, Mystici Corporis Christi. Dado que era ante todo una carta sobre cuestiones teológicas, no contenía referencias expresas a Hitler o a los nazis. A pesar de eso, era un ataque evidente a las bases teóricas del nacionalsocialismo. Como escribió el diplomático israelí Pinchas E. Lapide en Three Popes and the Jews: “Pío eligió la teología mística como un disfraz para un mensaje que ningún clérigo o cristiano instruido podía entender mal”.

En la Mystici Corporis Christi, Pío escribía: “La Iglesia de Dios... es despreciada y odiada maliciosamente por aquellos que cierran sus ojos a la luz de la sabiduría cristiana y regresan miserablemente a las enseñanzas, costumbres y prácticas del antiguo paganismo”. Escribió sobre “las cosas fugaces de la Tierra” y las “ruinas masivas” de la guerra. Oraba por que los líderes mundiales recibieran el amor a la sabiduría y dejaba fuera de dudas que “un juicio más riguroso” les esperaba a aquellos líderes que no siguieran la voluntad de Dios.

Pío apelaba a “los católicos del mundo entero” a “mirar al Vicario de Cristo como al Padre amoroso de todos aquellos que... toman sobre sí mismos con todas sus fuerzas la defensa de la verdad, la justicia y la caridad”. Explicaba: “Nuestro amor paternal abraza a todos los pueblos, cualquiera que sea su nacionalidad o raza”. “Cristo, por su sangre, unió a judíos y gentiles, ‘derribando la barrera que los separaba... en su carne’ por la cual los dos pueblos estaban divididos” (énfasis añadido). Observaba que los judíos fueron los primeros en adorar a Jesús. Pío apelaba entonces a todos aquellos que “siguen a nuestro pacífico Rey que nos enseñó a amar no sólo a aquellos de una nación o raza diferentes, sino incluso a nuestros enemigos”. La Mystici Corporis Christi también condenaba duramente las conversiones forzosas (al catolicismo) que estaban teniendo lugar por entonces en la Croacia fascista, lo cual afirma erróneamente Goldhagen que recibió apoyo del Vaticano.

Radio Vaticano usó la encíclica como base para una retransmisión que decía: “Quien haga distinción entre judíos y otros hombres es infiel a Dios y contradice los mandamientos de Dios”.

La carta de 1919

En el centro de la tesis anticatólica de Goldhagen se encuentra la prueba física en que se basa principalmente John Cornwell en su fallido libro El papa de Hitler. La historia secreta de Pío XII. Es una carta escrita en 1919 por Eugenio Pacelli, el futuro Papa Pío XII, cuando era nuncio en Munich. Ese año, los revolucionarios bolcheviques tomaron temporalmente el poder en Baviera. Muchos dignatarios extranjeros abandonaron Munich, pero Pacelli se mantuvo en su puesto, y se convirtió en blanco de la hostilidad bolchevique. En una ocasión, un coche ametralló la residencia de Pacelli. En otra, un pequeño grupo de bolcheviques irrumpió en la Nunciatura, amenazó a Pacelli con una pistola e intentó robarle. Y en otra ocasión más, una turba enfurecida se lanzó contra el coche de Pacelli, vociferando insultos y amenazando con volcarle el coche.

Cuando los bolcheviques se apoderaron del poder, había razones válidas para la preocupación. Sus cabecillas ocuparon el palacio real y pusieron en funcionamiento lo que podría describirse como un gobierno de bribones. Una preocupación particular de todos los diplomáticos en Munich era que los bolcheviques violaban la inmunidad soberana de las misiones y representantes extranjeros. Dos legaciones fueron invadidas, y en otra un coche fue requisado. El cónsul general austrohúngaro fue arrestado sin causa y retenido durante varias horas.

Alarmado por este comportamiento y preocupado por la seguridad de la gente a su cargo, el nuncio Pacelli envió a su ayudante, monseñor Lorenzo Schioppa, a reunirse con los jefes del nuevo gobierno. Schioppa, acompañado por un representante de la legación prusiana, se reunió con el jefe de la República de los Consejos de Munich, Eugen Leviné. Su objetivo era obligar a Leviné (incorrectamente identificado como Levien en el informe final), “a declarar inequívocamente si el actual gobierno comunista tiene la intención de reconocer y proteger la inmunidad de los representantes diplomáticos, y cómo piensa hacerlo”.

La reunión no marchó bien. La única “garantía” que los representantes pudieron conseguir de Leviné fue que la República de los Consejos reconocería la extraterritorialidad de las legaciones extranjeras “si, y sólo mientras los representantes de estas Potencias... no hacen nada contra la República de los Consejos”. Schioppa fue alertado de que si el Nuncio hacía algo contra el nuevo gobierno, sería “echado a patadas”. Leviné dejó claro que “no necesitaban a la Nunciatura”.

Pacelli escribió una carta a Roma, informando de esta reunión. John Cornwell tradujo algunas frases de esa carta y las presentó como “prueba” de que Pacelli era antisemita. El pasaje clave, traducido por Cornwell (y aceptado acríticamente por Goldhagen) describe el palacio como sigue:

“...una banda de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los otros, paseándose con conducta lasciva y sugerentes sonrisas por todos los despachos. La jefa de esta chusma femenina era la amante de Levien, una joven rusa, judía y divorciada, que estaba al cargo... Este Levien es un hombre joven, de unos treinta o treinta y cinco años, también ruso y judío. Pálido, sucio, con ojos de drogado, voz ronca, vulgar, repulsivo, con una cara que es a la vez inteligente y astuta.”

Para Cornwell y Goldhagen, estas palabras (tomadas del informe de Schioppa a su superior Pacelli) demostraban que Pacelli era antisemita.

Lo cierto es, sin embargo, que esta traducción está groseramente deformada. Usa palabras peyorativas en vez de equivalentes neutros que son más fieles al original italiano. Por ejemplo, la frase más condenatoria de la traducción, “judías como todos los otros” resulta ser una imprecisa y tergiversada traducción de la expresión italiana i primi. La traducción literal sería “los primeros” o “los ya mencionados”. (Por lo tanto, la afirmación de Goldhagen de que “los revolucionarios comunistas, a decir de Pacelli, eran ‘todos’ judíos” es falsa. La palabra “todos” aparece sólo en la “traducción” de Cornwell/Goldhagen). Del mismo modo, la palabra italiana schiera es traducida por Cornwell como “banda” en vez de “grupo”, que sería más apropiada. Además, el italiano gruppo femminile debería traducirse como “grupo femenino” y no “chusma femenina”. Finalmente, el italiano occhi scialbi debería traducirse como ojos pálidos o inquisitivos y no “ojos de drogado”.

Esta carta se publicó en el italiano original en 1992. El historiador de la Iglesia John Conway –anglicano y estudioso distinguido– reseñó el libro en que estaba incluida para la Catholic Historical Review. Ni él ni ningún otro dieron a entender por entonces que la carta fuera antisemita. El tono de antisemitismo sólo lo introduce la dudosa traducción de Cornwell.

Es cierto que muchos bolcheviques eran culturalmente judíos, si bien habían renegado de la fe judía y a menudo de sus propias familias. Pacelli (y Schioppa) estaban perfectamente al tanto de esto. Vieron la amenaza a la Iglesia como una amenaza proveniente del bolchevismo, no del judaísmo o de los judíos como tales. Debería añadirse que este mensaje fue escrito catorce años antes de que Hitler llegara al poder y empezara la persecución contra los judíos. Por aquel entonces, las personas que se describían no eran víctimas sino líderes de un gobierno regional revolucionario y opresor.

En vez de usar traducciones incorrectas y fabricar así un argumento, Goldhagen podría haberse fijado en pruebas directas y relevantes del mismo periodo. Durante la Primera Guerra Mundial, el comité judío americano de Nueva York pidió al Vaticano una declaración sobre el “maltrato” sufrido por el pueblo judío en Polonia. La respuesta llegó el 9 de febrero de 1916, del despacho del Secretario de Estado, donde Eugenio Pacelli estaba –los testimonios son unánimes– trabajando mano a mano con el cardenal secretario de Estado Gasparri. Decía:

“El Sumo Pontífice... como Cabeza de la Iglesia Católica, que, fiel a su divina doctrina y a sus tradiciones más gloriosas, considera hermanos a todos los hombres y les enseña a amarse los unos a los otros, nunca deja de inculcar a todos los individuos como a los pueblos la observancia de los principios de la ley natural y de condenar a cualquiera que los viole. Esta ley debe ser observada y respetada en el caso de los hijos de Israel como en cualquier otro porque no sería conforme a la justicia o a la religión misma separarse de ellos sólo por razones de la confesión religiosa. En este momento, el Sumo Pontífice siente en su paternal corazón... la necesidad de que todos los hombres recuerden que son hermanos y que su salvación se encuentra en el retorno a la ley del amor que es la ley del evangelio.”

Esta respuesta se publicó en el New York Times el 17 de abril de 1916 con el titular “Una bula papal reclama con urgencia igualdad para los judíos”. Apareció también en la Civiltà Cattolica el 28 de abril de ese año, y en el londinense Tablet el 29 de abril. Goldhagen, no faltaba más, se olvida de mencionarlo.

Los esfuerzos papales en Italia

Entre las fuentes secundarias en que se apoya Goldhagen está el polémico libro de Susan Zuccotti Under his very windows. Zuccotti descubrió que clérigos y laicos católicos desafiaron a nazis y fascistas proveyendo de comida, ropa y cobijo a los judíos y otros refugiados en toda Italia. Como resultado de estos esfuerzos, mientras que aproximadamente el 80 por ciento de los judíos europeos perecieron durante la Segunda Guerra Mundial, el 85 por ciento de los judíos italianos sobrevivieron a la ocupación nazi. A pesar de ello, Zuccotti no da ningún crédito al Papa Pío XII, según ella porque no pudo encontrar pruebas escritas de directrices dadas por él a los católicos italianos. Goldhagen hincha esto para decir que “no hay pruebas de la mano directora del Papa”. Idéntico argumento usan los que niegan el Holocausto para absolver a Hitler de la responsabilidad por la muerte de seis millones de judíos. También destacan que no hay “pruebas escritas” de la mano directora de Hitler, mucho menos de órdenes directas.

Pese a que Zuccotti es todo menos amistosa hacia Pío XII, y aunque pasa por encima de muchas pruebas en su favor, en realidad identifica pruebas sustanciales de la “mano directora del Papa”. Por ejemplo, estudia el caso de un obispo que dio una conferencia durante la guerra mientras sostenía en sus manos una carta de Pío ordenando a los católicos que protegieran a los judíos (Zuccotti discute este informe sólo porque otros testigos no vieron el texto real de la carta). Habla de las monjas que dijeron que el Papa les ordenó abrir sus conventos a los refugiados judíos. Zuccotti estudia una carta de A.L. Eastman, del Congreso Mundial Judío, en la que agradece al Papa que ayudara a liberar a judíos presos. Cita las palabras del nuncio del Papa en Vichy, alabando al papa Pío XII por condenar la persecución de los judíos y de otros. Toma nota de la gratitud del pueblo judío al Papa tras la guerra. Menciona los agradecimientos dados al Papa por capellanes judíos. En otros puntos a lo largo de su camino saca a la luz otros testimonios, incluyendo más cartas de agradecimiento del pueblo judío y el testimonio del futuro papa Pablo VI explicando que sus esfuerzos a favor de las víctimas judías habían sido hechos bajo la dirección de Pío XII.

Es cierto que Zuccotti se niega a creer que hubiera mucha implicación papal en las labores de rescate, pero esto se debe a su extremadamente cicatera interpretación de los datos. Aún así, admite que los rescatadores católicos “creían invariablemente que estaban actuando de acuerdo con los deseos del Papa”. Su principal argumento es que no hay pruebas escritas. Lo cierto es que hay una gran riqueza de otros tipos de “pruebas de la mano directora del Papa”. La pretensión de Goldhagen de que Zuccotti ha “arruinado la reputación de Pío XII” va mucho más allá de cualquier cosa que los hechos históricos puedan justificar.

Usando el argumento de Zuccotti, Goldhagen acusa violentamente a Pío de que “no movió ni un dedo para acabar con las deportaciones de judíos de Roma”. Además del volumen de datos en contra, hay una prueba que muestra que esto es falso en las memorias de Adolf Eichmann, que se publicaron después de que se escribiera el libro de Zuccotti. Las memorias confirman que tras la notoria redada del 16 de octubre de 1943, el Vaticano “protestó vigorosamente por el arresto de judíos, exigiendo que se interrumpieran tales actos”.

En el juicio a Eichmann en 1961, el fiscal general de Israel, Gideon Hausner dijo en su discurso de apertura que “el Papa en persona intervino en apoyo de los judíos de Roma”. Documentos aportados en ese juicio también confirman los esfuerzos del Vaticano a fin de parar las detenciones. En su denegación de las apelaciones de Eichmann, el Tribunal Supremo de Israel mencionó expresamente la protesta del Papa contra la deportación de los judíos húngaros. El historiador judío Michael Tagliacozzo (él mismo un superviviente de la redada en Roma), explicó:

“Los documentos prueban claramente que, en las primeras horas de la mañana, Pío XII fue informado de lo que estaba pasando, que hizo llamar inmediatamente al embajador alemán Von Weizsäcker y que ordenó al Secretario de Estado Luigi Maglione que protestara enérgicamente por la detención de judíos, pidiendo que acciones semejantes pararan... Además, por iniciativa suya hizo que se enviara por medio del obispo Alois Hudal (salvado por el padre Pfeiffer) una carta de protesta al jefe militar de Roma, el general Rainer Stahel, exigiendo que la persecución de judíos cesara inmediatamente. Como resultado de estas protestas, la operación que preveía dos días de arrestos y deportaciones fue interrumpida a las dos de la tarde de ese mismo día.”

En vez de los 8.000 judíos que exigía Hitler, sólo 1.259 fueron arrestados. Tras examinar los documentos de identidad (del tipo del que ordinariamente los altos cargos de la Iglesia proveían a los judíos) más de 200 fueron liberados. En lo sucesivo, los alemanes no llevaron a cabo ninguna otra gran redada en Roma. Tales hechos destruyen el argumento de Goldhagen acerca de una pretendida falta de implicación papal.

La guerra germanosoviética

Como muchos otros críticos papales, Goldhagen afirma que el Papa favoreció a los alemanes en su guerra contra la Unión Soviética. Los datos históricos no apoyan esta acusación. Es cierto que durante gran parte de los años 30, Hitler y Mussolini fueron vistos por muchos líderes mundiales (incluyendo altos cargos de la Santa Sede) como la mejor defensa contra la expansión del comunismo. Esta era, después de todo, la época de los juicios espectaculares de Stalin y otras medidas de terror de masas. Y era mucho tiempo antes de las peores atrocidades nazis. Además, ahora está claro que los líderes de la Iglesia tenían razón al temer al comunismo. Tras la victoria aliada, los soviéticos expandieron su área de influencia (y su persecución de la Iglesia) por la mayor parte de Europa Oriental, incluyendo la mitad de Alemania. Asesinaron a millones de personas.

Pese a su preocupación por la expansión del comunismo, Pío ni era ciego a otras amenazas ni incapaz de reconocer virtud en el pueblo soviético. Ya en 1926, bajo la dirección del papa Pío XI, el entonces nuncio Eugenio Pacelli intentó firmar un concordato con la Unión Soviética. En 1942, Pío dijo al padre Paolo Dezza S.J. (creado cardenal en 1991): “El peligro comunista existe, pero hoy por hoy el peligro nazi es más grave. Quieren destruir a la Iglesia y aplastarla como a un gusano”. Cuando el Eje intentó obtener de él la bendición para la “cruzada” contra la atea Unión Soviética, se negó. En abril de 1943, el Primer Ministro húngaro Nicholas de Kallay se reunió con Pío XII. Contó:

“Su Santidad habló de las condiciones de vida en Alemania. Describió las condiciones de vida que predominan en Alemania, que lo llenan de gran tristeza, con palabras dramáticas. Encuentra incomprensible todo lo que Alemania hace en relación con la Iglesia, los judíos, y el pueblo en los territorios conquistados... Está muy al tanto de los terribles peligros del bolchevismo, pero siente que, a pesar del régimen soviético, el alma de la gran masa del pueblo ruso ha permanecido más cristiana que la del pueblo alemán.”

De hecho, al cooperar con la petición de Roosevelt de que apoyara la extensión del programa de préstamo y alquiler a la URSS, Pío prestó en realidad ayuda militar y económica a los soviéticos (más tarde, sus repetidas intercesiones en favor de Ethel y Julius Rosenberg mostraron otra vez su capacidad de mirar más allá de la palabra “comunista”).

El recientemente disuelto grupo de estudio católico-judío descubrió que los datos conocidos no apoyan la conclusión de que Pío favoreció a los alemanes por encima de los soviéticos. Ya no sorprende que Goldhagen ni siquiera mencione esto. Sin embargo, parece asombroso que Goldhagen reproduzca las palabras del notoriamente pronazi obispo Franz-Justus Rarkowski sin mencionar que:

1) fue prácticamente impuesto por la fuerza a la Iglesia por los nazis (bajo la amenaza de no tener ni arzobispo castrense ni capellanes militares);

2) la Iglesia prohibió a Rarkowski que participara en el episcopado alemán;

3) en tiempos de Pío XII, Radio Vaticano denunció explícitamente a Rarkowski;

4) Radio Vaticano declaró que: “La guerra de Hitler no es una guerra justa y la bendición de Dios no puede ser para ella”.

El clero católico alemán

Goldhagen es especialmente crítico con el clero católico de Alemania. Hace la indefendible y demasiado inconcreta afirmación de que “la gran mayoría” de los capellanes militares católicos “se pusieron de parte de los perpetradores, perdonando y bendiciendo sus crímenes... Este capítulo del papel del clero en el Holocausto, prácticamente desconocido y apenas mencionado, apenas se ha investigado”. De hecho, este tema ha sido extensamente analizado e interpretado por especialistas alemanes en Historia contemporánea, pero sus averiguaciones no apoyan las conclusiones de Goldhagen.

Los clérigos católicos fueron de los primeros en Alemania en reconocer la amenaza que suponían los nazis. En 1930, los obispos de Berlín y Westfalia condenaron a los nazis en cartas pastorales. En la primavera de 1931, los obispos bávaros condenaron igualmente al nacionalsocialismo y lo describieron como herético e incompatible con la enseñanza católica. Declaraciones semejantes fueron hechas por los obispos de Colonia, Paderborn y el alto Rin.

El informe de la oficina del acusador del proceso de Nuremberg describe docenas de casos en que sacerdotes católicos fueron perseguidos por su oposición a los nazis. También muestra que los nazis tomaron medidas para silenciar a la Iglesia:

El 28 de octubre de 1935 el Ministerio de Propaganda impuso la censura previa a todas las publicaciones periódicas de la Iglesia, y el 30 de noviembre de 1935 la medida se extendió a todo el material gráfico o escrito multicopiado para distribución. Después de 1937, los obispos alemanes abandonaron sus intentos de imprimir sus pastorales y se limitaron a leerlas desde los púlpitos.

Por supuesto, a veces ni siquiera era posible leer declaraciones desde el púlpito. La carta pastoral de los obispos bávaros del 4 de septiembre de 1938 fue confiscada y prohibida, así como la carta pastoral de la Conferencia de Obispos de Fulda, fechada el 19 de agosto de 1938.

Goldhagen acusa al clero alemán de colaborar en la entrega de registros genealógicos a los nazis. Lo que no menciona es que gran parte de esta información ya estaba disponible para los nazis gracias al censo alemán. Desde el momento en que la información estaba únicamente en manos del clero y fue reclamada por los nazis (bajo severas amenazas, podría añadirse), la colaboración del clero católico alemán estuvo lejos de ser completa. Ya en 1946, monseñor J. Neuhäusler, él mismo preso en Dachau, publicó una enorme serie de documentos que demostraban la amplia resistencia de la Iglesia al antisemitismo nazi, incluyendo negativas a entregar registros genealógicos. Las cartas pastorales de los obispos alemanes (que estaban falseadas en el libro de Guenter Lewy The Catholic Church and Nazi Germany, en el que Goldhagen parece basarse) han sido publicadas ahora en su totalidad. Justifican la famosa afirmación hecha por Einstein en 1940 de que la única organización en la Alemania nazi que denunció el mal fue la Iglesia.

La campaña de difamación emprendida por Goldhagen contra el pueblo católico va mucho más allá de los papas Pío XI y Pío XII, pero sus blancos de entre el clero alemán están muy mal escogidos. Documentos desclasificados del OSS muestran que dos de los líderes católicos en que se centra Goldhagen (el cardenal de Munich, Faulhaber y el obispo de Münster, von Galen) fueron especialmente beligerantes en su oposición a los nazis. (Los documentos antes secretos están recogidos en American Intelligence and the German Resistance to Hitler, editado por Jürgen Heideking y Christof Mauch).

En los años 30, el cardenal Faulhaber escribió al secretario de Estado Pacelli describiendo la persecución a los judíos como “injusta y dolorosa”. En 1935, en un mitin al aire libre los nazis pidieron a gritos que lo asesinaran. En febrero de 1936, la policía confiscó y destruyó uno de sus sermones (al año siguiente, esto sucedería dos veces más). El 25 de octubre de 1936, miembros de las juventudes hitlerianas vociferaron insultos contra él cuando estaba metiéndose en su coche. En agosto de 1938, los nazis registraron su oficina. En los últimos días de noviembre de 1938, después de que hubiera dado un discurso, un destacamento uniformado se paró delante de su casa y arrojó piedras contra las ventanas. Gritaron “El traidor, a Dachau” y destrozaron marcos de ventana y contraventanas. En mayo de 1939, hubo manifestaciones contra Faulhaber en toda Baviera, y se colgaron carteles que decían: “Fuera Faulhaber, amigo de los judíos y agente de Moscú”. Tras el comienzo de la guerra, Faulhaber citó la encíclica de Pío XII Summi Pontificatus en un discurso de condena a los nazis, lo que dio lugar a un titular en el londinense Tablet que decía “El cardenal Faulhaber ataca al nazismo”.

Tras la guerra, el rabino Stephen S. Wise, una de las principales voces norteamericanas en pro de la causa judía, llamó a Faulhaber “un verdadero prelado cristiano” que había “elevado su voz sin miedo” en defensa de los judíos. De hecho, Wise sentía que Faulhaber había sido mucho mejor amigo de los judíos que el pastor protestante Martin Niemöller.

El obispo Galen también tuvo un papel destacado en la oposición a las leyes raciales nazis. El 9 de febrero de 1936, pronunció públicamente un discurso antinazi en la catedral de Xanten. En respuesta, los nazis acusaron a Galen de estar intentando dar cobijo “a los corruptores de nuestra raza”. Galen también ayudó a Pío XI a redactar la encíclica antinazi Mit brennender Sorge. Más tarde, Pío XII envió a Galen una carta de elogio por “sus abiertos y valerosos pronunciamientos” y diciéndole que las cartas que había enviado a la Santa Sede habían preparado el terreno para el mensaje de Navidad de 1942. Cuando murió, la asociación regional de las comunidades judías escribió al Vicario Capitular de Münster diciendo que: “El cardenal Von Galen fue una de las pocas personas honradas y responsables que lucharon contra el racismo en los tiempos más difíciles. Siempre honraremos la memoria del fallecido Obispo”.

Goldhagen toma nota de las protestas de Galen contra el programa de eutanasia, pero arguye que los nazis no tomaron represalias contra él y se pregunta por qué los obispos alemanes y el Vaticano “no formaron una piña con el obispo Galen”. De hecho, el 2 de diciembre de 1940 –mucho antes de los famosos sermones de Galen contra la eutanasia– Pío XII publicó en la prensa católica una declaración oficial del Vaticano que condenaba inequívocamente el asesinato de “vidas que no merecen vivir”. Este decreto entró en todas las diócesis alemanas, y fue publicado con comentarios favorables por los obispos alemanes. El 9 de marzo de 1941, en un sermón público, el cardenal Konrad von Preysing (a quien Goldhagen pinta erróneamente como crítico de Pío XII) se refirió a Pío XII, “a quien todos conocemos –lo digo basándome en mi propia experiencia– como un hombre de horizontes mundiales y mente abierta [que] ha reafirmado la doctrina de la Iglesia, según la cual no hay justificación ni excusa para el asesinato de enfermos o anormales por motivos económicos o eugenésicos”. Otros obispos alemanes se unieron a la causa, proceso que culminó (no comenzó) con los famosos sermones de Galen en julio y agosto de 1941.

Agravando aun más sus errores, Goldhagen lanza la acusación de que las protestas de Galen lograron terminar con el programa de eutanasia y los nazis no tomaron represalias. De hecho, la campaña de eutanasia no terminó, sino que continuó en el mayor de los secretos hasta el fin de la guerra. Además, como explicaba uno de los sucesores de Galen en el obispado de Münster, Richard Lettmann: “Tras haber predicado estos sermones, el obispo estaba preparado para que le arrestara la Gestapo... El obispo se disgustó grandemente cuando en su lugar fueron deportados a campos de concentración veinticuatro sacerdotes seculares y trece miembros del clero regular, diez de los cuales perdieron la vida”. El acta del proceso de Nuremberg también muestra que a Galen a veces se le prohibió hablar en público o dar bendiciones. De hecho, como resultado de sus duras palabras, la diócesis de Galen sufrió una mayor proporción de muertes que la mayoría de las otras diócesis. Ninguno de estos hechos cruciales lo menciona Goldhagen.

El cardenal Adolph Bertram de Breslau, también escogido especialmente por Goldhagen, expresó por primera vez su oposición al nacionalsocialismo en 1930, cuando le negó un entierro religioso a un bien conocido oficial nazi. En unas declaraciones que recibieron amplia publicidad, criticaba como un grave error la glorificación unilateral de la raza nórdica y el menosprecio por la revelación divina que cada vez más se estaba enseñando en toda Alemania. Alertó contra la ambigüedad del concepto de “cristianismo positivo”, una religión ultranacionalista que los nazis estaban favoreciendo. Tal religión, dijo, “para nosotros los católicos no puede tener un significado satisfactorio dado que cada uno la interpreta del modo que le place”. Como réplica a Bertram, la prensa nazi citó algunos pronunciamientos del papa León XIII acerca de las relaciones de los católicos practicantes con los partidos políticos a fin de apoyar la pretensión de que los católicos podían ser nacionalsocialistas. El secretario de Estado Pacelli encargó entonces un largo artículo para ser publicado en el periódico del Vaticano, en el que se corregían las tergiversaciones nazis de los pronunciamientos de León, y se decía que un cristiano no debería pertenecer a un partido político que se opusiera a los ideales cristianos.

Goldhagen también acusa a Bertram de haber preparado una Misa de Réquiem para ser dicha a la muerte de Hitler. Hoy por hoy, esto es lo que sabemos con certeza: Bertram estaba anciano y enfermo cuando acabó la guerra. Cuando murió (pocas semanas más tarde) sus papeles incluían una orden manuscrita mandando que se dijeran misas de réquiem por todos los alemanes que murieran en guerra, incluyendo Hitler (los primeros informes decían que había muerto combatiendo), y por la protección de la Iglesia católica en Alemania. Esta orden nunca fue enviada, y la misa no llegó a decirse. El secretario particular de Bertram informó más tarde de que no sabía nada de dicha orden o de otra parecida. De hecho, la misma orden mostraba dos grandes tachaduras. En otras palabras, las pruebas dan a entender que alguien (quizá Bertram, quizá no) pensó en encargar una misa de réquiem, pero que Bertram la canceló. Al parecer, Goldhagen ha sido engañado por el libro de Klaus Scholder, A Requiem for Hitler: And Other New Perspectives on the German Church Struggle. La cubierta de ese libro muestra parte de la orden, pero omite la porción que muestra que estaba tachada. Una vez más, el vacilante apoyo de Goldhagen sobre fuentes secundarias le ha llevado a cometer un serio error.

En una nota relacionada, Goldhagen afirma que el embajador polaco suplicó en vano a Pío por los judíos, y que hacia 1944 Pío XII estaba tan “harto” de oír hablar de los judíos que se enfadó con el embajador. Goldhagen no muestra documentos que apoyen tal acusación. Esto apenas sorprende, dado que es falso. Pío XII estaba disgustado por los informes que el embajador estaba recibiendo de gente de fuera de la Polonia ocupada que, basándose en información errónea, se quejaba de que el Papa estaba haciendo demasiado por los judíos pero no lo suficiente por los polacos. El embajador polaco en la Santa Sede durante la guerra era Kazimierz Papée, cuyo libro de 1954 Pius XII i Polska (Pío XII y Polonia) estudiaba la política seguida por Pío XII durante la guerra y decía estar de acuerdo con esa política. Esta información es exhaustivamente analizada –y apoyada– en el libro de Papée, el cual Goldhagen no menciona en absoluto.

Los obispos franceses

Goldhagen dice que Pío XII “claramente rehusó apoyar” la protesta de los obispos franceses. Esto es otra falsedad más. Bajo la dirección del Papa, las protestas fueron retransmitidas y estudiadas durante varios días en Radio Vaticano. Declaraciones como “quien hace distinciones entre judíos y otros hombres es infiel a Dios y entra en conflicto con los mandamientos de Dios” se retransmitieron en Francia, en francés, a través de Radio Vaticano. El cardenal Pierre Gerlier, un obispo católico francés que condenó las atrocidades nazis y la deportación de los judíos declaró explícitamente que estaba obedeciendo las instrucciones de Pío XII cuando hizo estas declaraciones (Australian Jewish News, 16 de abril de 1943).

Cuando empezaron las deportaciones de Francia, Pío elevó una protesta formal al Jefe del Estado, mariscal Henri Pétain, instruyó a su nuncio para que elevara otra protesta, y recomendó a las comunidades religiosas que proveyeran de refugio al pueblo judío. De hecho, la prensa norteamericana informó de protestas del Papa al gobierno de Vichy en tres ocasiones durante agosto de 1942, Desgraciadamente, el resultado de las protestas fue que el primer ministro de Vichy, Pierre Laval, se enfureció, y se reafirmó en su decisión de cooperar en la deportación a Alemania de todos los judíos no franceses (Este es otro ejemplo más de las represalias que Goldhagen dice que no tuvieron lugar). El 6 de agosto de 1942, un titular del New York Times proclamaba: “Se dice al Papa que ruegue por los judíos inscritos en listas para su expulsión de Francia”. Tres semanas más tarde, un titular en el mismo periódico contaba la historia: “Vichy atrapa a los judíos, el papa Pío XII desoído”.

El Canadian Jewish Chronicle mostraba el siguiente titular el 4 de septiembre de 1942: “Laval hace caso omiso del Papa: 25.000 judíos en Francia arrestados para su deportación”. En un editorial fechado el 28 de agosto de 1942, el California Jewish Voice llamaba a Pío “un aliado espiritual” porque “ha ligado su nombre a las multitudes horrorizadas por la inhumanidad del Eje”. En un editorial, el londinense Jewish Chronicle decía que al Vaticano se le debía “una palabra de aprecio sincero y formal” de parte de los judíos por su intervención en Berlín y Vichy. Stephen S. Wise escribió en 1942:

“Parece ser más que un rumor que Su Santidad Pío XII clamó urgentemente al gobierno de Vichy a través del nuncio papal para que pusiera fin a las deportaciones de Francia, y la llamada del Papa parece haber sido reforzada por las peticiones y protestas de los cardenales arzobispos de París y Lyon... Si tal intervención papal fuera un hecho, entonces Pío XII sigue el elevado ejemplo dado por su predecesor, cuya palabra de reprobación del antisemitismo “espiritualmente todos somos semitas” nunca se borrarán de la memoria del pueblo que no olvida pero sí perdona.”

En agosto de 1942, el arzobispo Jules Gérard Saliège, de Toulouse, envió una carta pastoral para que fuera leída en todas las iglesias de su diócesis. Decía: “Hay una moral cristiana que da derechos e impone deberes... Los judíos son nuestros hermanos. Forman parte de la humanidad. ¡Ningún cristiano puede atreverse a olvidar eso!”. El periódico del Vaticano L’Osservatore Romano alabó a Saliège como un héroe de valor cristiano, y cuando la guerra acabó, Pío XII lo creó cardenal.

Goldhagen reproduce la reciente declaración de algunos obispos franceses (no de los obispos franceses, como equivocadamente dice) en la que se confesaban los fallos de católicos franceses durante la guerra. Pero esa declaración era crítica sólo con aquellas zonas y diócesis francesas que fueron presa del antisemitismo. Como con la declaración de 1995 de los obispos alemanes, no había crítica alguna de Pío XII o la Santa Sede.

Los esfuerzos papales en Hungría

Incluso Goldhagen tiene que admitir que Pío XII intervino en Hungría, pero intenta disminuir la importancia de las actuaciones del Papa dando a entender que su famoso telegrama abierto de protesta por las deportaciones de judíos fue aislado y tardío. Otra vez, los hechos están contra Goldhagen –o más bien él se sitúa en contra de los hechos. Jenö Levai, la gran autoridad de la judería húngara, que tuvo acceso a pruebas directas en archivo, documentó la labor de rescate de la Iglesia en su adecuadamente titulado Hungarian Jewry and the Papacy: Pius XII Was Not Silent.

Casi desde el primer día siguiente a la invasión de Hungría en marzo de 1944, el nuncio papal Angelo Rotta trabajó para ayudar a mejorar el trato a los judíos. Proporcionó certificados de bautismo y pasaportes que permitieron a miles de judíos y de judíos convertidos abandonar Hungría. La Santa Sede también informó a otros países de la situación en Hungría, y esto supuso presión internacional sobre el gobierno húngaro. Rotta elevó varias protestas verbales contra decretos antijudíos y en representación de Pío XII fue el primer enviado extranjero en enviar una protesta formal por escrito. Poco después, Rotta recibió una carta de ánimo de Pío en la que el Papa calificaba el tratamiento a los judíos de “indigno de Hungría, el país de la Santísima Virgen y San Esteban”. En lo sucesivo, Rotta protestó con regularidad contra el trato a los judíos y el carácter inhumano de la legislación antijudía.

El 25 de junio, el mismo Pío envió el bien conocido telegrama abierto al Regente de Hungría, almirante Miklas Horthy. Goldhagen reconoce este telegrama, pero merece la pena reproducirlo:

“Súplicas han sido dirigidas a Nos por fuentes diversas, rogándonos que ejerzamos toda Nuestra influencia para reducir y mitigar los sufrimientos que, por causa del origen racial o nacional, durante tanto tiempo han sido pacíficamente soportados por un gran número de desgraciada gente perteneciente a esta noble y caballeresca nación. En concordancia con Nuestro servicio de amor, que abarca a cada ser humano, Nuestro corazón paternal no podía permanecer insensible a estas urgentes demandas. Por esta razón, apelamos a los nobles sentimientos de Su Alteza Serenísima en la completa confianza de que Su Alteza Serenísima hará todo lo que esté en su mano para salvar a un gran número de desgraciada gente de dolores y sufrimientos peores.”

Pío XII también envió un telegrama al cardenal húngaro Justinian Serédi pidiendo apoyo de los obispos húngaros. Serédi respondió haciendo a su vez una declaración. Decía:

“Faltaríamos a Nuestro liderazgo moral e incumpliríamos Nuestro deber si no pidiéramos que Nuestros compatriotas no sean tratados injustamente por causa de su origen o religión. Nos, por lo tanto, rogamos a las autoridades que, en total conocimiento de su responsabilidad ante Dios y la historia, revoquen estas dolorosas medidas.”

Esta dura declaración, pronunciada siguiendo una petición formal del Papa, se leyó públicamente en las iglesias católicas hasta que los nazis confiscaron todos los ejemplares.

El 28 de junio, el arzobispo de Nueva York Francis Spellman retransmitió una firme apelación a los católicos húngaros en la que se deploraban las medidas antijudías, las cuales, decía, “causaban conmoción a todos los hombres y mujeres que muestran sentido de la justicia y compasión”. Estas medidas estaban, decía, “en contradicción directa con las doctrinas de la fe católica profesadas por la gran mayoría del pueblo húngaro”. Calificaba de increíble “que una nación que ha sido tan coherentemente fiel a los impulsos de la bondad humana y a las enseñanzas de la Iglesia católica se someta ahora a un falso y pagano código de tiranía”. La revista Time informaba: “Esta mañana, los oyentes de 36 millones de aparatos de radio en Europa podrían haber oído al arzobispo de Nueva York, Francis Joseph Spellman, predicando la desobediencia civil. La retransmisión... del arzobispo... instaba elocuentemente a nueve millones de católicos húngaros a desobedecer los nuevos decretos antisemitas de su gobierno”. Los Aliados soltaron ejemplares del mensaje sobre Hungría. Spellman confirmó más tarde que había hecho la declaración a petición expresa de Pío XII.

El almirante Horthy se quejó a los alemanes de que estaba siendo bombardeado con telegramas del Vaticano y otros, y de que el nuncio le llamaba varias veces al día. A la vista de estas protestas, Horthy retiró el apoyo húngaro al proceso de deportación, haciendo imposible para los alemanes que continuara. El telegrama de respuesta de Horthy al Papa decía: “Es con comprensión y profunda gratitud que recibo su telegrama y le pido que se convenza de que haré todo lo que esté en mi mano para hacer prevalecer las demandas de los principios humanitarios cristianos”. Horthy estuvo de acuerdo en luchar contra las deportaciones, e incluso firmó un acuerdo de paz con los Aliados. Por una vez, parecía que los ruegos de Pío XII en favor de las víctimas habían dado resultados positivos. Los alemanes, sin embargo, no se dejaban disuadir sólo con palabras.

Los alemanes arrestaron a Horthy en octubre, pusieron Hungría bajo control de los nazis húngaros, y las deportaciones se reanudaron. El Papa y su representante elevaron entonces muchas protestas ante las autoridades alemanas, elaboraron un informe documentando el trabajo del Vaticano con los judíos de Hungría, y animaron a los católicos a ayudar a las víctimas. En octubre, Pío tomó parte en una campaña de recaudación de dinero para apoyar a los refugiados húngaros, instando a los fieles a redoblar sus esfuerzos en favor de todas las víctimas de guerra, sin fijarse en su raza. Casi cada iglesia católica en Hungría proveyó de refugio a judíos durante el otoño e invierno de 1944.

El 10 de noviembre de 1944, el nuncio Rotta protestó ante el Ministro de Exteriores alemán, diciendo que “desde una perspectiva humanitaria pero también para proteger la moral cristiana, la Santa Sede protesta por la inhumana actitud hacia los judíos”. Cuando los oficiales nazis dieron a entender que los judíos simplemente estaban siendo enviados a Alemania a trabajar, no para un propósito malvado, Rotta respondió sarcásticamente:

“Cuando ancianos de más de 70 años y hasta de más de 80, ancianas, niños y personas enfermas son llevadas lejos, uno se pregunta: ¿para qué trabajo pueden servir estos seres humanos?... Cuando pensamos que a trabajadores húngaros que van a Alemania por razones de trabajo se les prohíbe llevarse a sus familias, estamos realmente sorprendidos de que sólo a los judíos se les haga este gran favor.”

La nunciatura de Budapest había sido bombardeada y semidestruida, las comunicaciones con el Vaticano eran extremadamente difíciles, y las vidas de aquellos altos cargos católicos que quedaban en la ciudad corrían peligro constante. El nuncio Rotta envió un mensaje a Roma en que preguntaba qué hacer. La respuesta del papa Pío fue: “Si aún es posible hacer algún bien, ¡quédese!”.

Los alemanes fueron finalmente expulsados de Budapest dos días antes de las Navidades de 1944. A pesar de las terribles pérdidas sufridas durante la ocupación, la mayoría de los judíos de Budapest se salvaron de las cámaras de gas.

El Congreso Mundial Judío, en su conferencia urgente de guerra de diciembre de 1944 en Atlantic City, envió un telegrama de agradecimiento a la Santa Sede por la protección que dio “en circunstancias difíciles a los judíos perseguidos en la Hungría dominada por Alemania”. De manera semejante, el Comité Judío Americano envió una expresión de profundo agradecimiento a Pío y al cardenal Luigi Maglione por haber ayudado a frenar las deportaciones de Hungría. El 25 de mayo de 1945, el nuncio Cassulo informó al Vaticano:

“El Rabino [Jefe] Safran me ha expresado varias veces... su gratitud por lo que se ha hecho por él y la comunidad judía. Ahora me ha rogado que transmita al Santo Padre sus sentimientos de agradecimiento por la generosa ayuda enviada a los prisioneros de los campos de concentración con ocasión de las festividades de Navidad. Al mismo tiempo, me ha dicho que ha escrito a Jerusalén, al Rabino Jefe [Herzog], y también a otros lugares, en América, para dirigir la atención a lo que la nunciatura ha hecho por ellos en el tiempo de las dificultades presentes.”

El Rabino Jefe Saffran también habló a otros líderes judíos de los esfuerzos de la Iglesia católica para proteger al pueblo judío. Al parecer, sin embargo, nadie habló de ello a Goldhagen.

Eslovaquia y Croacia

Al intentar implicar a Pío XII en las atrocidades perpetradas en los estados satélites nazis de Eslovaquia y Croacia, Goldhagen vuelve a cometer muchos errores inexcusables. Menciona la obra de Livia Rothkirchen, una respetada autoridad en el tema de la aniquilación de la judería eslovaca, pero se olvida de mencionar que al documentar y, apropiadamente, condenar las salvajadas cometidas por eslavos antisemitas, Rothkirchen resalta que fueron cometidas a pesar de Pío XII, no a causa de él. De hecho, concluye su mayor obra sobre el tema con la declaración de que las diversas cartas de protesta enviadas por el Vaticano entre 1941 y 1944 “demuestran suficientemente que el Vaticano protestó por la deportación de los judíos de Eslovaquia”.

Goldhagen da a entender que la actuación del Vaticano en Eslovaquia llegó sólo después de que quedara claro que los Aliados iban a ganar la guerra. De hecho, las leyes raciales de Nuremberg fueron introducidas en ese país el 9 de septiembre de 1941. Dos días más tarde, el delegado del Vaticano en Bratislava (la capital de Eslovaquia), fue a ver al presidente Jozef Tiso para poner de relieve “la injusticia de estas ordenanzas que también violan los derechos de la Iglesia”. Muy poco después, el representante de Eslovaquia en el Vaticano recibió una protesta por escrito de la Santa Sede que decía que tales leyes “estaban en abierta contradicción con los principios católicos”.

Cuando los judíos fueron deportados de Eslovaquia en 1942, el Secretario de Estado del Vaticano envió inmediatamente una protesta. El 21 de marzo de 1942, se leyó por orden episcopal una carta pastoral en todas las iglesias eslovacas. La carta hablaba del “lamentable destino de miles de ciudadanos inocentes, debido no a culpa alguna por su parte sino a su origen o nacionalidad”. Por orden directa de Pío XII, se convocó al ministro eslovaco para la Santa Sede y se le requirió que actuara ante su gobierno. El Vaticano también instruyó una vez más al delegado en Bratislava para que llamara al presidente Tiso y le pidiera que remediase la situación.

Entre 1941 y 1944, el Vaticano envió cuatro cartas oficiales e hizo numerosas peticiones y protestas verbales referidas a la deportación de judíos de Eslovaquia. Una carta enviada por el mismo Pío, fechada el 7 de abril de 1943 no podía haber sido más clara:

“La Santa Sede siempre ha mantenido la firme esperanza de que el gobierno eslovaco, interpretando también los sentimientos de su propio pueblo, católico casi en su totalidad, nunca procedería a la expulsión por la fuerza de personas pertenecientes a la raza judía. Es, por lo tanto, con gran dolor que la Santa Sede ha sabido de las continuas transferencias de esa naturaleza procedentes del territorio de la República. Este dolor se ve aún más agravado ahora que se desprende de diversas informaciones que el gobierno eslovaco pretende proceder a la total expulsión de los judíos residentes en Eslovaquia, sin perdonar ni siquiera a mujeres y niños. La Santa Sede incumpliría su Divino Mandato si no deplorara estas medidas, que dañan gravemente al hombre en su derecho natural, meramente porque estas gentes pertenecen a cierta raza.”

Al día siguiente, salió de la Santa Sede un mensaje instruyendo a su representante en Bulgaria para que diera pasos en apoyo de los judíos residentes que estuvieran afrontando la deportación. Muy poco después, el secretario de la Agencia Judía para Palestina se reunió con el arzobispo Angelo Roncalli (el futuro papa Juan XXIII) “para agradecer a la Santa Sede por el feliz resultado de las medidas tomadas en favor de los israelitas de Eslovaquia”. La insinuación de Goldhagen de que esto fue una especie de arreglo para proteger la imagen de la Iglesia es indigna de un escritor que reclama credenciales de estudioso.

El tratamiento de Croacia por parte de Goldhagen no es mucho mejor. Las matanzas de serbios y judíos están bien documentadas, y la colaboración de algunos miembros del clero católico está justamente condenada. Pero la propaganda comunista de posguerra, la cual todos los estudiosos reputados reconocen como pura invención, es la fuente originaria de las acusaciones contra Pío XII y la mayoría del alto clero católico de Croacia. La Santa Sede en realidad registró varias protestas e intervenciones papales.

En octubre de 1942, salió un mensaje del Vaticano a sus representantes en Zagreb hablando de la “dolorosa situación que sufren los judíos de Croacia” e instruyéndoles para que solicitaran del Gobierno “un trato más benévolo para estos desdichados”. Las notas del cardenal Secretario de Estado reflejan que las peticiones del Vaticano tuvieron éxito al conseguir una suspensión de los “envíos de judíos de Croacia” hacia enero de 1943, pero que Alemania estaba presionando para lograr “una actitud más firme contra los judíos”. Otra instrucción de la Santa Sede a sus representantes en Zagreb dirigiéndoles hacia los esfuerzos en favor de los judíos fue enviada el 6 de marzo de 1943.

El arzobispo croata Alojzij Stepinac, tras haber recibido directrices de Roma, condenó las brutales acciones del gobierno. Un discurso que dio el 24 de octubre de 1942 es típico de los muchos que hizo refutando las teorías nazis:

“Todos los hombres y todas las razas son hijos de Dios; todos sin distinción. Sean gitanos, negros, europeos o arios, todos tienen los mismos derechos... Por esta razón, la Iglesia católica siempre ha condenado y continúa condenando toda injusticia y toda violencia cometida en nombre de teorías sobre la raza, la clase o la nacionalidad. No es permisible perseguir a judíos o gitanos porque se piense que son de raza inferior.”

La Prensa Asociada informó de que “hacia 1942 Stepinac se había convertido en un duro crítico” del régimen marioneta de los nazis, condenando su “política genocida, que asesinó a decenas de miles de serbios, judíos, gitanos y croatas”. A causa de ello se ganó la enemistad del dictador croata, Ante Pavelic. (Cuando Pavelic viajó a Roma, se irritó grandemente porque se le denegó la audiencia diplomática que quería).

El 13 de octubre de 1946, cuando las autoridades comunistas de la posguerra trataron de montar un caso contra el arzobispo Stepinac, el líder judío americano Louis Braier declaró:

“Este gran hombre de la Iglesia ha sido acusado de ser un colaborador nazi. Nosotros los judíos lo negamos. Fue uno de los pocos hombres en Europa que se alzó contra la tiranía nazi precisamente en el momento más peligroso para ello. Habló abiertamente y sin miedo contra las leyes raciales. Después de Su Santidad Pío XII fue el mayor defensor de los judíos perseguidos en Europa.”

A pesar de la defensa así como de las protestas del papa Pío XII, Stepinac fue declarado culpable y sentenciado a dieciséis años de trabajos forzados. Debido a las protestas y a la indignación en todo el mundo democrático, y del testimonio judío sobre el buen trabajo que había hecho, en 1951 se le conmutó la pena por el arresto domiciliario. Casi al momento Pío XII le elevó al cardenalato.

Uno de los primeros actos del parlamento del recién independizado estado de Croacia en 1992 fue redactar una declaración de condena del “juicio político y la sentencia al cardenal Alojzij Stepinac en 1946”. Stepinac fue condenado, declaró el parlamento, “porque había actuado contra la violencia y los crímenes de las autoridades comunistas de la misma forma en que había actuado durante el huracán de atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial para proteger a los perseguidos sin mirar el... origen nacional o la denominación religiosa”.

Sin hacer el menor caso de los hechos, Goldhagen concluye su groseramente impreciso retrato de Croacia cometiendo otro irritante error: “Cuarenta mil personas... perecieron bajo el increíblemente cruel reinado del ‘Hermano Satán’, el fraile franciscano Miroslav Filopovic-Majstorovic. Pío XII ni le reprendió ni le castigó... durante la guerra o después de ella”.

Lo cierto es que el apodado “Hermano Satán” fue juzgado, degradado y expulsado de la Orden franciscana antes de que acabara la guerra. De hecho, la expulsión tuvo lugar en abril de 1943, antes de que pusiera en marcha el campo de exterminio (de abril a octubre de 1943). Para Pío XII el haberle castigado “después de la guerra” habría sido ciertamente difícil. Goldhagen no debe de estar al tanto de que este cura renegado fue ejecutado por los comunistas en 1945. Muchos otros curas colaboracionistas croatas fueron también castigados por la Iglesia (aunque Goldhagen exagera la cifra de tales curas). Todo esto está bien documentado en los archivos de los franciscanos, los archivos croatas y en los documentos del proceso de beatificación de Stepinac.

Una vez más, Goldhagen ha tratado de acusar a Pío XII contándole al lector lo contrario de la verdad. Esto sólo puede explicarse como una difamación premeditada del papa de la guerra y del pueblo católico en general.

Holanda

Como la mayoría de los críticos papales, Goldhagen omite importantes detalles sobre la deportación de judíos de Holanda. Los obispos holandeses habían alertado a sus feligreses de los peligros del nazismo ya en 1934, y en 1936 ordenaron a los católicos que no apoyaran las organizaciones fascistas bajo pena de excomunión. Prohibieron a los policías católicos que dieran caza a judíos incluso si eso les suponía perder sus empleos. En el verano de 1942, cuando los judíos estaban siendo deportados de Holanda, los nazis advirtieron a los jefes cristianos que no interfirieran.

A pesar de la advertencia, el 26 de julio de 1942, el arzobispo católico de Utrecht hizo leer una carta en todas las iglesias católicas, condenando el trato a los judíos:

“El nuestro es un tiempo de grandes tribulaciones de las cuales dos son especialmente graves: el triste destino de los judíos y la difícil situación de aquellos salidos del país para realizar trabajos forzados... Todos nosotros debemos estar al tanto de los terribles sufrimientos que ambos tienen que soportar, no debidos a culpa alguna de su parte... Hemos sabido con gran dolor de las nuevas disposiciones que imponen a judíos inocentes, hombres, mujeres y niños la deportación a tierras extranjeras... El increíble sufrimiento que estas medidas causan a más de diez mil personas es una total oposición a los preceptos divinos de justicia y caridad... Roguemos a Dios y por la intercesión de María... que Él dé Su fuerza al pueblo de Israel, tan a menudo puesto a prueba en la angustia y la persecución.”

El resultado de esta declaración fue trágico. Condujo directamente a la deportación y muerte de muchas personas, incluyendo a Edith Stein (canonizada como Santa Teresa Benedicta de la Cruz).

El 30 de julio de 1942, un memorándum de las SS declaraba: “Dado que los obispos católicos –sin estar implicados– han interferido en estos asuntos, toda la población de judíos católicos será en lo sucesivo expulsada. No se tendrá en cuenta ninguna intervención en su favor”. Hasta este momento, un judío holandés que llevase un certificado de bautismo estaba exento de la deportación. Como parte de los esfuerzos de rescate de la Iglesia, tales certificados se distribuyeron gratuitamente durante la guerra.

El anuncio oficial del General-Kommisar decía: “Si el clero católico puede de esta manera no hacer caso de negociaciones, nosotros en cambio nos vemos forzados a considerar a los católicos de pura sangre judía como nuestros peores oponentes y a tomar medidas para embarcarlos hacia el Este tan rápidamente como sea posible”. Dado que los líderes protestantes habían evitado hacer declaraciones que irritaran a los alemanes, los judíos que llevaban certificados de bautismo protestantes no fueron deportados en ese momento. Los judíos convertidos al catolicismo (incluida Edith Stein) y los judíos con falsos certificados de bautismo, sin embargo, fueron deportados.

El lenguaje de los oficiales nazis deja claro que las deportaciones se hicieron como respuesta directa a la carta del obispo. Incluso teniendo en cuenta que los judíos con certificados protestantes de bautismo fueron deportados más adelante, esta situación nos presenta otro ejemplo más del tipo de represalias que según Goldhagen no sucedieron. Muchas situaciones semejantes que habrían influido en el pensamiento de Pío XII a lo largo de estas líneas son detalladas en mi libro Hitler, the War and the Pope, y, en contra de la afirmación de Goldhagen, no hay nada “poco sincero” en los argumentos allí contenidos. El hecho puro y simple es que nadie habló más explícitamente que los obispos holandeses, y ningún país tuvo un porcentaje mayor de judíos asesinados.

El ejemplo de Dinamarca y otros testimonios

Goldhagen escribe: “Rychlak y otros defensores del Papa omiten el estudio del famoso y más relevante de los casos que prueban la eficacia de actuar a favor de los judíos: el caso de Dinamarca”. De hecho, yo traté explícitamente el caso en la página 137 de mi libro:

“El 9 de abril de 1940, las tropas alemanas cruzaron violentamente la frontera danesa. Los daneses, incluyendo el rey Christian X, los obispos católicos, los sacerdotes y los estudiantes, demostraron solidaridad con los judíos llevando en público la estrella amarilla. En privado, los daneses escondieron y finalmente condujeron clandestinamente a sitios seguros a la casi totalidad de las ocho mil almas de la población judía. La Iglesia católica desempeñó un importante papel en este rescate, y Pío XII se distinguió por su contribución al esfuerzo.”

Las notas a pie de página conducen al lector a tres referencias distintas para esta información. Hoy en día se sabe que el rey Christian podría no haber llevado jamás la estrella amarilla. Algunos escritores dicen también que jamás fue ni siquiera amenazado para que procediera así. La leyenda dice que sí, sin embargo, y ciertamente yo no oculté esta información.

Como el mismo Goldhagen admite, finalmente los alemanes deportaron de Dinamarca a unos cinco mil judíos. Afortunadamente, muchos otros habían escapado por entonces. Aquellos que fueron deportados fueron enviados en su mayor parte a un campo “de muestra” en Theresienstadt, donde sobrevivió en torno al 90 por ciento de ellos. Por supuesto, aquellos judíos desplazaron a otros que habían estado viviendo en Theresienstadt. Estos fueron enviados a su vez a campos de exterminio, así que el efecto global no fue el que Goldhagen querría hacer creer a sus lectores. Lo principal para Goldhagen, sin embargo, parece ser que cree que Pío debería haberse olvidado de todas sus otras informaciones y haber confiado solamente en el modo de enfocar el problema adoptado por las iglesias (incluyendo las católicas) de Dinamarca. Eso, por supuesto, habría sido una locura.

El Papa sabía de las represalias que siguieron a la Mit brennender Sorge. Tenía el ejemplo de Holanda. Había enviado a Polonia una condena expresa para que fuera leída, pero el arzobispo de Cracovia, Adam Sapieha, la quemó, diciendo que daría lugar a demasiadas represalias. De hecho, las actas de Nuremberg documentan un caso tras otro de represalias contra el clero (católico y protestante) que siguieron a declaraciones de condena u otra agitación contra el régimen nazi.

En vez de poner en peligro a otros con grandes gestos públicos, Pío organizó una operación de rescate. Iglesias, conventos, monasterios, seminarios, y el mismo Vaticano ofrecieron cobijo, sin distinciones de raza, religión o nacionalidad. Un documento del espionaje norteamericano durante la guerra informaba de que el bombardeo de la residencia de verano del Papa en Castelgandolfo “causó en torno a un millar de heridos y la muerte de unas trescientas personas más. Lo elevado de las cifras se debe a que la zona estaba atestada de refugiados”. Nadie salvo el Papa Pío XII tenía autoridad para abrir a extraños estos edificios, y los informes del espionaje indican que protestó personalmente por el bombardeo. En 1988, una enorme cruz de madera, bellamente decorada, estuvo expuesta allí. Fue regalada a Pío XII al final de la guerra por los judíos que vivieron allí durante aquellos terribles días.

El rescatador John Patrick Carroll-Abbing informó de que había dado asistencia a judíos siguiendo la orden del Papa de que “a nadie se le negara” cobijo. De hecho, en una entrevista dada poco antes de su muerte, Carroll-Abbing dijo: “Puedo atestiguarte personalmente que el Papa me dio órdenes verbales cara a cara de rescatar a judíos”. Preguntado sobre la acusación de que los rescatadores actuaron sin implicación papal, la negó y añadió:

“Pero no era solo yo. Era también la gente con quien trabajaba: el padre Pfeiffer y el padre Benoit y mi ayudante, monseñor Vitucci y los cardenales Dezza y Palazzini y por suesto los cardenales Maglione y Montini y Tardini. No nos limitábamos a dar cosas por supuestas; actuábamos bajo las órdenes directas del Santo Padre.”

Goldhagen admite que el padre Benoit “condujo a la salvación a cientos de judíos” pero insinúa que esto se hizo prácticamente sin apoyo de Roma. De hecho, Benoit habló de manera emocionante acerca de Pío XII y lo que hizo a favor de los judíos. Fernande Leboucher, que trabajó con Benoit posiblemente como su colaborador más cercano, calculó que en torno a cuatro millones de dólares fueron enviados desde el Vaticano a Benoit y su operación. Incluso Zuccotti relató que el Vaticano proporcionó algo de dinero para ayudar a la operación de Benoit.

Lo último que requiere una operación de rescate es llamar la atención, particularmente cuando es probable que dé lugar a represalias. Goldhagen se centra solo en represalias potenciales contra el pueblo judío. Tales represalias ocurrieron, pero el Papa también estaba preocupado por los católicos. Por esta razón: los esfuerzos católicos de rescate podían malograrse, causando mayores sufrimientos a los judíos. Más aún: como Pío dijo, a nadie se le puede imponer el martirio, sino que debe aceptarse voluntariamente. La doctrina católica no permitiría al Papa sacrificar algunas vidas para salvar otras, incluso si una ecuación utilitarista diese a entender que eso sería lo apropiado. (Sin embargo, la Iglesia no varió su enfoque basado en la identidad de la víctima. A pesar de las conjeturas de Goldhagen, bajo Pío XII el Vaticano actuó de la misma forma tanto si las víctimas eran curas católicos o campesinos judíos).

Marcus Melchior, el rabino jefe de Dinamarca durante la guerra, comprendía bien esta situación. Explicó que Pío no tenía posibilidad alguna de influir en Hitler. Y añadió que si hubiera optado por un enfrentamiento directo, “probablemente Hitler habría exterminado a más de seis millones de judíos y quizá a diez veces diez millones de católicos si hubiera tenido poder para hacerlo”. Sir Francis D’Arcy Osborne, ministro británico para la Santa Sede de 1936 a 1947, dijo:

“Pío XII fue el personaje más cálidamente humano, amable, generoso, compasivo (y, a propósito, santo) que he tenido el privilegio de conocer en el curso de una larga vida. Sé que su sensible naturaleza estuvo aguda e incesantemente viva al trágico volumen de sufrimiento humano causado por la guerra y, sin la menor duda, habría estado dispuesto a dar su vida para redimir a la humanidad de sus consecuencias, y lo habría hecho con alegría.”

Del mismo modo, el rabino jefe de Roma durante la ocupación alemana, Israel Zolli, dijo que “ningún héroe en toda la historia fue más militante, más combativo ni más heroico que Pío XII”.

Goldhagen sugiere ingenuamente un enfoque de “cortador de galletas” para resistir a los nazis. Los hechos históricos muestran que a veces el enfrentamiento directo funcionaba con los nazis, pero otras veces no. Robert M. W. Kempner, el fiscal subjefe norteamericano en los juicios de guerra de Nuremberg, explicó que una protesta pública contra la persecución de los judíos sólo podía lograr “éxito parcial cuando se hacía en un momento política y militarmente oportuno”. Añadió que Pío elevó tales protestas a través de los nuncios cuando y donde era posible hacerlo. Los enfrentamientos, sin embargo, no habrían sido aconsejables con Hitler. “Cada movimiento propagandístico de la Iglesia católica contra el Reich de Hitler” escribió “no sólo habría sido ‘un suicidio’... sino que habría acelerado la ejecución de aún más judíos y curas”.

Católicos convertidos del judaísmo

Goldhagen se refiere a menudo a los esfuerzos de la Santa Sede como dirigidos hacia los católicos convertidos del judaísmo, en oposición a los judíos que no eran católicos. Como el significado exacto de sus palabras implica, para la Iglesia católica, en contraste con la filosofía nazi, el ser judío es un asunto de religión y no de raza. Otra vez, sin embargo, las afirmaciones de Goldhagen chocan violentamente con los hechos.

Los altos cargos del Vaticano tenían apoyo legal para protestar por la persecución de católicos. Desgraciadamente, no tenían similar apoyo para los no católicos –fueran protestantes, judíos o no creyentes. Efectivamente, los nazis rara vez respondieron positivamente cuando las protestas se hacían a favor de los católicos (en Nuremberg, el ministro de Exteriores alemán Ribbentrop declaró que había una mesa entera llena de protestas del Vaticano. La mayor parte quedaron sin responder, muchas ni siquiera fueron leídas). Un régimen que no prestaba atención a las protestas de la Iglesia en favor de sus propios miembros ciertamente jamás habría escuchado protestas del Vaticano en favor de los no católicos. Lo mejor que podía hacer la Iglesia era tratar de hacer pasar por católicas a víctimas no católicas y tratar de intervenir para salvarlas sobre esa base. Eso es lo que la Iglesia hizo, por ejemplo, distribuyendo decenas de miles de falsos certificados de bautismo (Obviamente, eran innecesarios para judíos realmente convertidos al catolicismo, que tenían certificados auténticos).

Goldhagen también asegura que Pío no dio en privado a cardenales, obispos, curas y monjas instrucciones para salvar judíos. Pero ¿cómo puede estar seguro de semejante cosa? Rescatadores católicos –incluyendo personas como el cardenal Pietro Palazzini y Tibor Baranski que fueron más tarde reconocidos por Israel como Gentiles Justos– testificaron que precisamente recibieron del Papa tales órdenes. Varios testigos más también testificaron que tales instrucciones fueron enviadas en forma de cartas. Aún otros, incluyendo al padre Marie-Benoit, Carroll-Abbing, el papa Juan XXIII y el papa Pablo VI, todos ellos testificaron que recibieron tales instrucciones del papa Pío XII en reuniones cara a cara o a través de otros canales directos.

Goldhagen incluso intenta ligar al Vaticano y a Pacelli con el notorio antisemita Julius Streicher. Los venenosos escritos de Streicher cuentan una historia diferente. Se quejaba del apoyo del Papa al pueblo judío:

“Ahora los judíos han encontrado protección en la Iglesia católica, que está intentando convencer a la humanidad no judía de que no existen razas distintas. El Papa ha hecho suya la falsa concepción de la igualdad racial –y los judíos, con la ayuda de marxistas y francmasones, están haciendo todo lo posible para promoverla. Pero la actitud del Papa no sorprenderá a nadie que esté familiarizado con los astutos esquemas de la política vaticana.”

La oposición de Pacelli a la visión del mundo de Streicher era bien conocida. En Three Popes and the Jews, Pinchas Lapide cita un discurso público de Pacelli en Roma que repite la elocuente afirmación de Pío XII según la cual “espiritualmente, somos todos semitas”.

Declaraciones de posguerra

Siguiendo los argumentos de Phayer y Zuccotti, Goldhagen afirma que incluso tras la liberación de Roma, Pío se mantuvo “en silencio” acerca de los judíos y el antisemitismo. Esto es un disparate. Pío hizo uno de sus más fervientes ruegos por la tolerancia en agosto de 1944, después de la liberación de Roma. Como informó el doctor Joseph Lichten, el ex director del Departamento de Asuntos Internacionales de la Liga Anti Difamación de B’nai B’rith, Pío dijo:

“Durante siglos, [los judíos] han sido la mayor parte del tiempo tratados injustamente y despreciados. Ya es hora de que sean tratados con justicia y humanidad. Dios lo desea y la Iglesia lo desea. San Pablo nos dice que los judíos son nuestros hermanos. En vez de ser tratados como extraños debería dárseles la bienvenida como a amigos”.

En un discurso mayor al Colegio Cardenalicio el 2 de junio de 1945, después de la rendición de Alemania, Pío XII habló del trasfondo e impacto de la encíclica antinazi Mit brennender Sorge:

“En aquellos años críticos, uniendo la atenta vigilancia de un pastor con la infinita paciencia de un padre, nuestro gran predecesor Pío XI, cumplió su misión como Sumo Pontífice con gran valor. Pero cuando, tras haber probado en vano todos los medios de persuasión... proclamó al mundo en la dominica de Pasión de 1937, en su encíclica Mit brennender Sorge, lo que realmente era el nazismo: la arrogante apostasía de Jesucristo, el rechazo de su doctrina y su obra de redención, el culto a la violencia, la idolatría de la raza y de la sangre, el olvido de la libertad y dignidad humanas.”

El 3 de agosto de 1946, en una declaración que Goldhagen menciona sólo para menospreciarla (también deja de lado o descarta condenas papales del antisemitismo en 1916, 1928, 1930, 1942 y 1943), Pío declaró: “No puede haber duda de que la paz puede llegar sólo si hay verdad y justicia. Esto presupone respeto por los derechos de los otros y por ciertas posiciones y tradiciones inalienables, especialmente en la esfera religiosa, así como el escrupuloso cumplimiento de los deberes a que todos los habitantes están sujetos”. Continuó:

“Por eso, habiendo recibido de nuevo estos últimos días numerosas llamadas y quejas desde varias partes del mundo y por varios motivos, es innecesario deciros que condenamos todo recurso a la fuerza y a la violencia, venga de donde venga, como también hemos condenado en varias ocasiones en el pasado la persecución que con fanático antisemitismo se desató contra el pueblo judío.”

Pío condenó el racismo hasta el final de su vida. En 1957, recibió a una delegación del Comité Judío Americano. Los representantes del Comité describieron al Papa como un “gran amigo” en la batalla contra el racismo y el antisemitismo en los Estados Unidos. El Papa, a su vez, elogió la labor del comité, y pronunció una declaración de condena del antisemitismo. Simplemente no hay excusa legítima para que Goldhagen no haya dicho nada de estas declaraciones.

El padre Peter Gumpel

Goldhagen se guarda su golpe más bajo para el final de su artículo, y lo dirige contra el padre Peter Gumpel, S.J. Alto oficial en la Congregación para las causas de los santos, Gumpel es el relator o juez investigador independiente para la causa de la santidad de Pío XII. En lo que es sin discusión la frase más vergonzosa de toda su polémica, Goldhagen escribe: “Quizá la Iglesia protege a Gumpel en su puesto porque solo un antisemita y falsificador histórico podía ser capaz de presentar a Pío XII de la forma resplandeciente requerida para su canonización”.

Gumpel es un hombre cálido, aunque pueda parecer bastante serio a aquellos que no le conocen. Es un jesuita alemán, que ya ha dejado atrás los 70 años, con el inglés como su quinta o sexta lengua (Domina a la perfección el inglés, el alemán, el holandés, el francés y el italiano, y casi a la perfección el español. También lee danés, portugués, latín, griego clásico y hebreo). Nació en 1923, de una distinguida familia alemana.

Aún era un niño cuando Hitler llegó al poder. Su familia se opuso a los nazis, y esto condujo a los nazis a matar a su abuelo y a otros parientes suyos. El mismo Gumpel fue enviado al exilio dos veces. La primera vez fue a Francia. Más tarde fue a Holanda. Ahí fue un opositor clandestino, arriesgando su vida para ayudar a escoltar judíos a través de la frontera belga.

Una noche, el adolescente Gumpel recibió una llamada telefónica, en que se le decía que los nazis habían capturado a su madre y que la iban a matar. Afortunadamente, un oficial alemán que había sido amigo del abuelo de Gumpel intervino y salvó la vida de su madre. El horror de aquella noche, sin embargo, nunca le ha abandonado, ni tampoco su aborrecimiento de los nazis y el antisemitismo. Uno puede notarlo en el desdén con que pronuncia la palabra “nazi”.

Las experiencias de Gumpel durante la guerra lo condujeron directamente a la decisión de hacerse sacerdote. Entró en los jesuitas en 1944. Estudió en Inglaterra durante cuatro años e hizo varias carreras, incluyendo un doctorado en historia de la doctrina de la Iglesia. Empezó a enseñar en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, y en 1972 fue asignado a la congregación para las causas de los santos. También sirvió en el profesorado del Gregoriano y del Instituto Pontificio Oriental.

Que Goldhagen pueda llamar antisemita a este hombre bueno ya deprime por poco sorprendente. El análisis de Goldhagen sobre materias como esta resulta increíblemente sesgado (Prueba de ello es la manera en que la promesa de Pacelli en 1933 de no interferir “en los asuntos políticos internos de Alemania” es convertida en “la intención de la Iglesia de dejarles las manos libres a los alemanes con los judíos”). En este caso, sus pruebas provienen de citas truncadas que han sido sacadas de contexto. De hecho, Gumpel ha condenado repetidas veces el antisemitismo y afirmó su fidelidad a las enseñanzas del Vaticano II.

La acusación de que Gumpel es un “falsificador histórico” es quizá incluso más intolerable, si fuese posible. Goldhagen no da ninguna prueba que la apoye. De hecho, deja al lector totalmente a oscuras acerca de qué es lo que supuestamente ha falsificado Gumpel. Esta práctica de ensuciar la reputación de alguien haciendo públicamente acusaciones poco específicas y sin apenas base en una situación en que la persona tiene pocas oportunidades de defenderse no es otra cosa que una grosera difamación.

La obligación del New Republic

El papa Juan Pablo II ha convertido en prioritario el emprender la muy seria tarea de reunir a católicos y judíos. La Iglesia, especialmente a través del Santo Padre, se ha disculpado a menudo por los pecados del pasado. Se han hecho también esfuerzos sinceros por liberar a la Iglesia de la hostilidad hacia gente de otra fe, especialmente desde el Vaticano II.

Goldhagen se burla de estos esfuerzos. Es particularmente duro con el documento del Vaticano de 1998, We Remember: A Reflection on the Shoah. Esta declaración explicaba la diferencia entre el antijudaísmo, del cual el Vaticano admite “los cristianos también han sido culpables” y el antisemitismo racial abrazado por los nazis. Este último mal contradice el núcleo de las creencias católicas, y la Iglesia siempre lo ha condenado. Goldhagen, sin embargo, rechaza esta distinción.

Goldhagen parece querer nada menos que una renuncia al cristianismo. Acusa al papa Pío XII de colaborar con los nazis y trata a la Cruz como un símbolo de opresión. Da lecciones sobre cómo porciones del Nuevo Testamento fueron falsificadas y asevera que el mismo término “Nuevo Testamento” es ofensivo. Su enfoque conducido por una lista previa de asuntos a tratar, unido a una débil comprobación de los hechos y un análisis pobre, da lugar a uno de los más injustos ataques de frente lanzados contra los católicos en una publicación de gran tirada en varias generaciones.

El New Republic les debe a sus lectores, y sobre todo al pueblo católico contra el que Goldhagen lanza sus temerarias acusaciones, la responsabilidad de investigar sus afirmaciones al menos mínimamente antes de publicarlas. Mientras alguna diferencia en el análisis ciertamente es esperable en este tema, los errores de Goldhagen con los hechos y su evidente mala intención van más allá de los límites de la razón. Eugene Fisher de la Conferencia Episcopal Norteamericana, un líder en la promoción de la buena relación entre judíos y cristianos llamó a este artículo “una parodia. Y un crimen de odio”. Tenía razón.

En un punto del artículo, Goldhagen presenta una serie de cuestiones, preguntándose retóricamente si los defensores de Pío XII pueden responderlas. Su respuesta a cada una de estas preguntas es “No hay una buena respuesta”. De hecho, para cada pregunta (con la sola excepción de la pregunta sobre Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo, que es un non sequitur) hay respuestas completamente buenas, y son fácilmente accesibles. Goldhagen se limita a no prestarles atención.

¿Por qué el New Republic escogió hacer pasar a sus lectores esta mixtificación como historia seria? La única respuesta aparente es que los editores estaban tan ansiosos por vilipendiar a los católicos, su Iglesia y al papa Pío XII –tan deseosos por unirse a los viciosos ataques de Goldhagen– que no quisieron conocer la verdad: la tesis de Goldhagen se basa en fuentes selectivas, citas adulteradas, imprecisiones que denotan descuido, medias verdades y rotundas falsedades. Las personas de buena voluntad, sea cual sea su fe, tienen razón al rechazarla.

Tomado de First Things, Junio-Julio 2002, pp. 37-54. (http://apologetica.org)

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