Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
23-11-2020
Los tres días
virtuales en Asís dedicados a la “Economía de Francisco” han terminado entre
muchos eslóganes y la decisión de iniciar un proceso que lleve a encontrar
nuevos instrumentos para superar las distorsiones económicas y sociales en el
mundo. Una perspectiva totalmente horizontal, reiterada también en el último
vídeo mensaje del papa Francisco, que invierte la visión del desarrollo humano
integral definido por Pablo VI en la Populorum Progressio y por Benedicto XVI
en la Caritas in Veritate.
Entre la
invitación a soñar con un futuro feliz y una “nueva” economía, y las propuestas
de soluciones que ya hemos oído mil veces, finalizaron sábado los tres días de
la “Economía de Francisco”, el encuentro virtual en Asís propuesto por el Papa
Francisco con la participación de unos 2.000 jóvenes economistas e
investigadores de 115 países. Y ha sido precisamente el Papa Francisco quien ha
cerrado el evento con un largo mensaje en el que ha querido enfatizar lo que
esperaba del encuentro que, por supuesto, “es el impulso inicial de un proceso”
(no hay que olvidar estas palabras: iniciar procesos, trazar caminos, ampliar
horizontes, crear pertenencias...).
El futuro que hay
que construir, como si hubiera una hoja en blanco que se pudiese dibujar, fue
sin duda el hilo conductor de los tres días en los que se dio por sentado que
el mundo actual es un desastre, o más bien está al borde del precipicio; y
donde la actual pandemia parece providencial porque facilitará los cambios
necesarios ya previstos debido a la alarma climática.
“Necesitamos un
cambio, queremos un cambio, buscamos un cambio”, dijo el Papa citando su
discurso de 2015 a los movimientos populares. En Asís resonaron muchos
eslóganes –muerte al PIB, pensemos en la felicidad, lucha contra las
desigualdades, soñar es un derecho humano, etc.- y varias propuestas que
reproducen las que ya están de moda en materia de ecología climática:
transición energética, economía verde, etc. “Cero emisiones de carbono, cero
concentraciones de riqueza, cero desempleo”, invoca Muhammad Yunus, el
“banquero de los pobres”, inventor del microcrédito en Bangladesh. Y tampoco
podía faltar Jeffrey Sachs -economista de las Naciones Unidas y actualmente
director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, así como asesor
principal de la Santa Sede-, que propone el modelo de las socialdemocracias del
norte de Europa, “las sociedades más felices” porque “tienen la menor
desigualdad”: muchos impuestos y muchos servicios para todos.
Pero escuchando
las propuestas de la Convención de Asís saltan a la vista dos cuestiones
fundamentales.
La primera es que
se da por sentado que vivimos en el peor mundo posible. “El sistema mundial
actual es insostenible desde diferentes puntos de vista -dijo el Papa Francisco
en el vídeomensaje citándose a sí mismo, esta vez de la encíclica Laudato Si’-
y afecta a nuestra hermana tierra, tan maltratada y despojada, y al mismo
tiempo a los más pobres y excluidos. Van unindos: despojas la tierra y hay
muchos pobres excluidos”.
Los numerosos
oradores de estos tres días piensan de la misma manera: el problema radica en
los países industrializados, esclavos del ciclo perverso de producción-consumo,
que explotan salvajemente la naturaleza saqueando los recursos y creando así
mayor pobreza.
Sin embargo, los
datos reales cuentan una historia muy diferente: los indicadores ambientales
son mucho mejores en los países industrializados, donde la contaminación
disminuye, la superficie forestal crece, hay una mayor protección de la
biodiversidad. Sin embargo, en términos más generales, las condiciones de vida
en todo el mundo han mejorado considerablemente, e incluso los países más
pobres, con algunas excepciones, son menos pobres que hace 50 ó 100 años.
Prueba de ello es que no hemos experimentado una hambruna grave durante muchas
décadas. Esto no significa que todo vaya perfectamente, sino todo lo contrario:
no podemos dejar de señalar el escándalo de muchas poblaciones todavía
subalimentadas y sin condiciones de vida dignas cuando hoy en día hay recursos
tanto alimentarios como de otros tipos más que suficientes para todos los habitantes
del planeta.
Pero los factores
que determinan esta situación son diferentes y más complejos que el simple y
erróneo teorema de que “los pobres son pobres porque los ricos son ricos”. Y
algunos de estos factores ponen directamente en duda la responsabilidad de las
culturas tribales y el liderazgo corrupto en los propios países pobres. Pensar
que todo se puede resolver con una transferencia masiva de riqueza del norte al
sur del planeta –que también es un objetivo de los acuerdos climáticos - es
pura ilusión, de hecho es la manera segura de empobrecer a todos.
Y cuando hablamos
de recursos consumidos –siempre se dice que el 20% de la población consume el
80% de los recursos- nos olvidamos de decir que ese 20% de la población también
crea recursos y produce riqueza. Por ejemplo, en Italia se cosechan 75
quintales de arroz por hectárea, en África un promedio de cinco. Para salir de
la pobreza es importante ayudar a multiplicar ese 5 que se produce en África,
pero el camino indicado por el “Pacto de Asís”, sin embargo, conduce a bajar
ese 75 que se produce en Italia.
El problema en
Asís es que, si el diagnóstico es erróneo, la terapia será letal.
Cabe señalar
también que en las principales intervenciones no se ha mencionado nunca el
verdadero problema estructural que está en la base de la crisis económica de
los países desarrollados, a saber, la desnaturalización. Y vinculado a esto
está el problema de la crisis de la familia, como fuente de capital humano,
tanto para la generación de la vida como para la educación. El Papa no lo ha
mencionado si quiera, como si el único problema fuera el sistema
liberal-capitalista.
Pero hay un
segundo punto que es aún más problemático, porque se refiere al fondo del
asunto. En Asís se insistió mucho en que hay que superar la lógica del PIB, que
lo importante es el bienestar y la felicidad, que deben medirse de otra manera.
Lo que es desconcertante es que la felicidad se ponga en manos de nuevas
estructuras, nuevos estilos de vida o sistemas -como los ya mencionados por Sachs-
que son esencialmente socialistas. Pero mientras que este enfoque es
comprensible en aquellos que vienen de una cultura materialista y atea, es
incomprensible e inaceptable en un área que se refiere a san Francisco y la
Doctrina Social de la Iglesia.
El mensaje del
papa Francisco también se refiere al diálogo, a la inclusión de los pobres, a
los diferentes modelos de producción que ayudan al desarrollo humano integral,
sin dejar de mantener una perspectiva horizontal, centrándose siempre en las
nuevas estructuras humanas. En la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI
cita el pasaje en el que afirma que “el desarrollo no se reduce a un mero
crecimiento económico. Para que sea un auténtico desarrollo debe ser integral,
lo que significa que debe estar orientado a la promoción de cada hombre y del
hombre entero” (nº 14). Pero olvida que el propósito de esa encíclica es
afirmar que “el anuncio de Cristo es el primer y principal factor de
desarrollo”, como recordó Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate (nº
8).
En Asís,
desafortunadamente, se lanza el mensaje de que -dando por hecho que la riqueza
no da la felicidad- hay que encontrar las herramientas adecuadas para hacer
feliz a la gente. Esto es lo contrario de lo que Benedicto XVI escribió en Caritas
in Veritate, cuando recordó que la economía y las finanzas son simplemente
instrumentos que pueden ser usados para el bien o el mal según las referencias
morales del hombre. “Por lo tanto -dice Benedicto XVI- no es el instrumento el
que debe ser cuestionado, sino el hombre, su conciencia moral y su
responsabilidad personal y social” (nº 36). En otras palabras, la conversión a
Cristo es el punto decisivo, como lo fue para san Francisco. Pero de esto no se
ha hablado en Asís.
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