el cardenalato premia a las minorías siempre
que sean heterodoxas
Luisella Scrosati
Brújula
cotidiana, 09_10_2024
El espíritu de
venganza detrás de los nuevos nombramientos cardenalicios del Papa Francisco es
bastante evidente. Pero de todos los elegidos, el que más confirma el análisis
de Nico Spuntoni es sin duda el obispo de Argel, el obispo dominico francés
Jean-Paul Vesco. Sí, porque resulta que Su Excelencia es el párroco de unas
4.000 almas (¡mi párroco tiene más!), en su mayoría no argelinas, de un total
de más de 12 millones de habitantes. Wikipedia indica sin piedad que representa
el 0,0% del total, pero nosotros, que queremos ser benévolos, precisamos que es
el 0,03%...
Nada de
discriminar a las minorías, faltaría más; pero alguna duda surge si se piensa
que, por ejemplo, Camerún, con sus 4 millones de católicos, cerca del 25% de la
población total, más de 1200 sacerdotes y otros tantos seminaristas en
formación, ni siquiera tiene un miembro en el Colegio Cardenalicio; ni tampoco
el fecundo Benín, con sus tres millones de católicos, casi ochocientos
sacerdotes y más de mil monjas. Francisco no ha pensado en ellos. Tampoco ha
pensado en Nigeria, verdadero pulmón de la Iglesia católica, que con sus más de
40 millones de católicos, sacerdotes, seminaristas e incontables religiosos,
además de una fe fuerte templada por las continuas persecuciones, cuenta con un
solo cardenal elector, Su Eminencia el cardenal Peter Okpaleke, sin que
Francisco haya pensado en sustituir al menos a uno de los tres ahora no
electores (Arinze, Okogie, Onaiyekan). Por otra parte, el norte de África,
80.000 católicos en total, cuenta ahora con dos cardenales electores: el ya
mencionado Vesco y el salesiano Cristóbal López Romero.
A Francisco le
gustan los encargados fallidos como Vesco, que ha hecho del desmantelamiento de
la Iglesia su programa pastoral: “Debemos deshacernos de la idea de que tenemos
que evangelizar, que hacer que otros se acerquen a nuestra verdad y, al mismo
tiempo, tenemos que aceptar que también puede haber en el islam una parte de
verdad que se nos escapa” (ver aquí). Efectivamente, no conviene empezar a
evangelizar si ya tienes 4.000 fieles en tu diócesis... No sólo el
proselitismo, sino también la evangelización parecen haber caído en desuso.
Perfectamente en consonancia con el actual pontificado.
Y no sólo por su
alergia a la evangelización. En 2015, monseñor Vesco publicó un libro con un
título muy explicativo: “Tout amour véritable est indissoluble... Plaidoyer
pour les divorcés-remariés” (en italiano, para Queriniana: “Ogni amore vero è
indissolubile. Considerazioni in difesa dei divorziati risposati”), en el que Vesco
pretende abrir las puertas de la vida sacramental a los divorciados vueltos a
casar que siguen viviendo more uxorio. ¿Cómo? Disociando matrimonio
sacramental e indisolubilidad. En resumen, el bien de la indisolubilidad, sea
cual sea su situación, podría abrir las puertas a estas parejas que, de
divorciados vueltos a casar, se transforman mágicamente en “personas
comprometidas en una segunda alianza matrimonial fiel y estable, no
necesariamente formalizada con un matrimonio civil”. Según Vesco, la
indisolubilidad es una figura antropológica, no sacramental, y por tanto,
dondequiera que se encuentre la indisolubilidad, expresa un amor auténtico, que
por tanto ya no puede ser limitado a las categorías estrechas del pecado. El
poder de la semántica.
Hace apenas unos
meses, en una entrevista publicada nada menos que en L'Osservatore Romano,
Vesco había hecho gala de otras características bergoglianas, abogando por una
Iglesia en la que no sean los obispos quienes tengan la última palabra, tirando
de las orejas a la Iglesia católica, de la que dijo que tiene “un problema con
las mujeres”, y deseando fervientemente el diaconado femenino. Por último, el
aval más conocido, junto a otros obispos no norteafricanos, a las bendiciones
de “parejas” homosexuales promovidas por Fiducia supplicans. En definitiva, un
clon de Francisco que no podía sino merecer el birrete por fidelidad absoluta
al régimen.
Mencionamos a
López Romero, otro obispo del “cero coma”, creado cardenal por Francisco en
2019. El cardenal español no debió darse cuenta de que se había convertido en
un convencido patrocinador mundial de la marca de Judas. En efecto, durante la
inverosímil Vigilia Penitencial de apertura del Sínodo, el prelado pidió perdón
“por haber mirado hacia otro lado ante el sacramento de los pobres, prefiriendo
adornarnos y adornar el altar con preciosismos culpables que quitan el pan a
los hambrientos”. Más o menos lo que Judas echó en cara a María de Betania (cf.
Jn 12,1-8). La marca inconfundible de Judas, que los santos Evangelios han
querido dejar como testimonio de los traidores de todos los tiempos y
latitudes, está ahí mismo: considerar como una sustracción de la ayuda a los
pobres las preciosidades destinadas al culto exclusivo de Dios: “¿Por qué no se
vendió este óleo perfumado por trescientos denarios para dárselo luego a los
pobres?” (Jn 12, 5).
A Su Eminencia,
que tanto se preocupa por los pobres, no se le ocurrió pedir cuentas del enorme
gasto que ha supuesto para las arcas vaticanas el actual Sínodo. Y para los que
el Papa decide convocar cada año. Sólo por saber. Y quizá pedir perdón por ese
dinero tirado a la basura en eventos inútiles y dañinos. No. El cardenal -y
evidentemente también Francisco- la toma con las “preciosidades del altar”,
eligiendo el camino fácil de los tópicos y exigiendo que se quite la parte del
sacrificio ofrecido a Dios, en lugar de restarlo a las iniciativas superfluas
de los hombres. Sin acordarse de Judas y sin acordarse de los hijos de Elí (cf.
1Sam 2,12-17), que “deshonraron la ofrenda del Señor” exigiendo la parte
destinada sólo a Él. Ni el miembro del colegio apostólico que se interesaba
hipócritamente por los pobres, ni los hijos del sacerdote, que ansiaban tomar
de Dios lo que sólo a Él estaba destinado, llegaron a buen fin. Aquí lo dejamos
por escrito, para que quede constancia.
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