mea culpas sinodales, una letanía al estilo
woke
Luisella Scrosatti
Brújula cotidiana,
04_10_2024
“Al comienzo del
sínodo sobre la sinodalidad, que ya no es sólo un sínodo de obispos sino una
asamblea mixta que no representa en absoluto a toda la Iglesia católica, habrá
una celebración penitencial que culminará con el arrepentimiento por pecados
que acaban de ser inventados (¡por los hombres!)”. Así comentaba el cardenal
Gerhard Müller a Kath.net la iniciativa de la Vigilia Penitencial del 1 de
octubre, anunciada por la Secretaría del Sínodo.
Vigilia que tuvo
lugar puntualmente, confirmando el análisis del cardenal, con una
letanía de “peticiones de perdón” que debieron ensordecer incluso los oídos del
Padre Eterno. El testimonio de una víctima de abusos a la que nadie escuchó
durante años (no, no eran las hermanas abusadas por Rupnik), una prosopopeya a
favor de las ONG que salvan vidas en el Mediterráneo, una reflexión de una
consagrada de la comunidad que fue del padre Paolo Dall'Oglio, S.I.
Posteriormente el desfile de cardenales: Czerny pidió perdón “por haber
transformado la creación de jardín en desierto”, por la discriminación “contra
los pueblos indígenas”, por la “globalización de la indiferencia” ante las
tragedias del fenómeno migratorio; O'Malley por los abusos sexuales (quizás el
único pecado real, además de delito canónico, de la lista); Farrell por el
pecado contra la dignidad de la mujer y su explotación “especialmente en la
vida consagrada” (¡sic! ), por todas las veces “que hemos juzgado y condenado
antes de ocuparnos de la fragilidad y las heridas de la familia”. Las alusiones
de Farrell se hacen aún más explícitas cuando pide perdón por “haber robado la
esperanza y el amor a las jóvenes generaciones, cuando no hemos sabido
comprender la delicadeza de los pasajes del crecimiento, de los afanes de la
formación de la identidad” y por el uso “de la pena de muerte”, que a estas
alturas parece haberse convertido ya en un pecado en cualquier circunstancia.
La súplica de
perdón de López Romero “por haber mirado hacia otro lado frente al sacramento
de los pobres, prefiriendo adornarnos y adornar el altar con culpables
preciosismos que quitan el pan a los hambrientos” fue desarmantemente absurda;
tampoco podía dejar de mencionarse la preferencia por permanecer “dentro de
nuestros espacios eclesiales, enfermos de autorreferencialidad, resistiéndonos
a salir, descuidando la misión en las periferias geográficas y existenciales”.
Es el turno de Fernández, que pide perdón por todas las veces que no hemos sido
capaces de proclamar el Evangelio como “fuente viva de novedad eterna, tal vez
adoctrinándolo y arriesgándonos a reducirlo a un montón de piedras muertas
listas para arrojárselas a los demás”; y por cuando “hemos dado justificaciones
doctrinales a tratos inhumanos”. Schönborn cierra su letanía ideológica con un
mea culpa “por los obstáculos que hemos puesto a una Iglesia verdaderamente
sinodal, sinfónica [...], prefiriendo escucharnos a nosotros mismos,
defendiendo opiniones e ideologías que hieren la comunión”, y por haber
“ahogado la pluralidad”.
Invocaciones al
perdón que posteriormente el Papa en su discurso reivindicó como ideas suyas;
ideas que rezuman ideología enferma, pecados, como bien ha denunciado Müller,
fruto de la imaginación de los hombres, como los ídolos que han inspirado su
“arrepentimiento”: inmigracionismo, ecologismo, pauperismo, etc. Ideologías,
por cierto, que también revelan la hipocresía de quienes señalan con el dedo el
embellecimiento de los altares, pero luego se fotografían, señala Müller, junto
a “oligarcas multimillonarios o ‘filántropos’ que primero explotan
descaradamente a las grandes masas del pueblo y luego son celebrados como sus
benefactores con unas pocas limosnas”.
Lejos de ser una
auténtica súplica de perdón, “el catálogo propuesto de supuestos pecados contra
la doctrina de la Iglesia, mal utilizados como misiles, o contra la sinodalidad
sea lo que sea lo que se quiera decir con ello, parece una checklist de la
ideología woke o de la ideología de género cristianamente mal disimulada”,
“invenciones teológicamente absurdas de los ‘nerviosos’ sinodales”,
entremezcladas con pecados reales, como los de abusos sexuales, “para engañar a
la gente de buena fe”.
La crítica del ex
prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe a la “petición de perdón”
expresada por Tucho, resulta aún más incisiva: “La enseñanza de la Iglesia no
es, como piensan algunos antiintelectuales del episcopado a quienes les gusta
esgrimir sus dotes pastorales ante su falta de formación teológica, una teoría
académica sobre la fe, sino la exposición razonable de la palabra revelada de
Dios (1 Pe 3,15), que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad por medio del único mediador entre Dios y los
hombres”.
La ideología
irreal de estas singulares letanías penitenciales se manifiesta claramente en
la ausencia de la lista de un grave defecto de los pastores actuales: su
complicidad con los poderes fuertes de este mundo y sus palabras aguadas por un
lenguaje curial, cuando no abiertamente heterodoxo, que han contribuido a la
desertización de la Iglesia. De la Iglesia, no del medio ambiente. Los
partidarios de la “Iglesia sinodal”, insiste Müller, “están más preocupados por
conseguir posiciones influyentes y transmitir sus ideologías no católicas que
por renovar la fe en Cristo en los corazones de la gente”. El hecho de que las
instituciones eclesiásticas de países antaño totalmente cristianos se estén
desintegrando (seminarios vacíos, comunidades religiosas moribundas,
matrimonios y familias rotas, dimisiones masivas de la Iglesia: varios millones
de católicos en Alemania) no les toca mínimamente. Ellos siguen adelante y obstinadamente
con su programa, cuyo objetivo es la destrucción de la antropología cristiana,
hasta que el último apague la luz y las arcas de la Iglesia queden vacías”. Así
son los fracasados encargados del sínodo vestidos con sotana.
La renovación de
la Iglesia no pasa por un pseudosínodo ideológico, sino por la confesión de
Jesucristo: “Sólo habrá renovación de la Iglesia en el Espíritu Santo si el
Papa confiesa valientemente y en voz alta a Jesús en nombre de todos los
cristianos y le dice: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16,16)”.
Exactamente lo contrario de lo que se dijo en Singapur. Y por esas palabras
-por cierto-, perdónanos, Señor.
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