examen de conciencia para los obispos
Brújula cotidiana,
31-12-2020
El Parlamento
argentino aprueba la ley sobre el aborto promovida por el presidente Fernández,
que se jactó de ser «un católico que no considera el aborto un pecado». El
trabajo corajudo del laicado católico celeste (provida) que, sin embargo, no ha
encontrado el apoyo necesario por parte del Papa y de la jerarquía eclesial,
que ya no tiene influencia. Y también la ausencia de mensajes en primera
persona y públicos por parte del Pontífice argentino, tuvo su peso.
En la República
Argentina, bajo el sumo pontificado de un papa argentino que todavía no visitó
a su Patria como sucesor del Apóstol San Pedro, se acaba de aprobar la ley
abortista que termina de convalidar, jurídicamente, el auténtico genocidio que
se viene perpretando desde hace rato en nuestro suelo patrio. Se trata de un
genocidio sufrido por seres humanos indefensos y que, mejor recordarlo en
tiempos de "catolicismo" naturalista, debemos encomendar a la
misericordia divina para que alcancen la salvación.
Respecto del
contenido de la inicua ley aprobada, pueden consultarse excelentes análisis
críticos de prestigiosos juristas. En esta oportunidad, el Poder Ejecutivo de
la Nación encabezado por Alberto Fernández ("Soy un católico que cree que
el aborto no es un pecado", dixit), remarcó la razón de "salud
pública" para justificar la presentación del proyecto de ley abortista. Lo
curioso es que, cuando la media sanción llegó al Senado argentino -luego de ser
aprobada en Diputados-, el tratamiento no fue encabezado por la Comisión de
Salud. Otra contradicción de la clase partidocrática argentina. Y van...
Para un análisis
en detalle, conviene tener en cuenta lo dicho por la Asociación para la
Promoción de los Derechos Civiles (Prodeci):
"El Proyecto
desconoce la ciencia sobre la biología humana, es moral y jurídicamente
aberrante por varias razones. Primero, porque atenta contra todo criterio ético
matar a un ser humano inocente e indefenso. El
derecho a la vida humana es de orden natural y anterior a cualquier
reconocimiento legal, por lo que el legislador carece de facultades para
cercenarlo. Segundo, porque repugna flagrantemente a nuestro orden
constitucional y resulta inconciliable con un marco legal que reconoce la
existencia de una persona con derecho a la vida desde el momento de la
concepción (cfr. art. 75 incs. 22 y 23, ley Nº 23.849 que aprueba la Convención
sobre los Derechos del Niño, arts. 19 Cód. Civ. y Com y cc, entre muchas otras
normas que protegen la vida del nasciturus). Tal como lo entienden expertos en
la materia, si se admitiera hipotéticamente que el legislador tuviere
semejantes facultades, la sanción de un derecho al aborto debería estar precedido
-cuanto menos- de una reforma constitucional, lo cual requeriría mayorías
especiales en ambas cámaras del Congreso. De igual modo, se violentan aquellas
Constituciones Provinciales que reconocen explícitamente el derecho a la vida
desde la concepción hasta la muerte natural.
La consagración de
un derecho subjetivo al aborto, como se pretende, es individualismo desenfadado
y atroz (ver arts. 1º, 2º, 4º, 5º y cc del Proyecto). El Proyecto de Ley en
debate ensalza la autonomía de la madre (ver art. 5º, inciso d), al punto que le permite deshacerse
de su hijo sin otro argumento que el no haberlo deseado. Paradójicamente, esta
concepción retorcida de la libertad, conlleva al abandono de la mujer
embarazada que, en momentos de dificultad, queda a solas con su decisión. Así,
se le retacea información fundamental, no se le ofrece otras alternativas y, a
la vez, se desliga de responsabilidades al padre, que tiene derechos y deberes
respecto del hijo concebido.
Del otro lado, el
Proyecto de Ley acorrala y amedrenta a los médicos para que ejecuten el aborto
exigido “a libre demanda”. En este sentido, se prohíbe al personal de la salud
ofrecerle recomendaciones o juicios de cualquier carácter (art. 5º, inc. d); se
contempla un nuevo delito, para el que “dilatare injustificadamente,
obstaculizare o se negare (…) a practicar un aborto en los casos legalmente
autorizados” (art. 15); se amenaza a los profesionales de salud con sanciones
penales, civiles y administrativas incluso si es objetor (art. 10), se lo
fuerza a capacitarse en los contenidos de la norma (art. 19) y se fuerza al
personal sanitario a promocionar el aborto, incluso si la embarazada no lo
solicita (art. 5º inc, e). El derecho a la objeción de conciencia individual es
indebidamente restringido: solo se la admite respecto de la intervención
directa en la práctica y subordinado a la “no ocurrencia” de circunstancias
fácticas difusas (ver. art. 10). Esta postura restrictiva se reitera respecto
de las instituciones con ideario opuesto al aborto, que deberán derivar al
paciente en forma “efectiva” y cargar con los costos que conlleve (art. 11). En
definitiva, los profesionales de la salud son forzados a violar su juramento
hipocrático, su libertad médica y de conciencia.
Por otra parte, el
Proyecto de Ley pretende avanzar en introducir adoctrinamiento en favor del
aborto a través de la educación sexual integral, lo que anuncia un
avasallamiento del ideario de innumerables establecimientos educativos (art.
13)".
*****
Dicho esto,
resulta necesario hacer una consideración sobre el rol de la Iglesia Católica
en la Argentina a propósito de la batalla en favor o en contra de la ley
abortista recientemente sancionada. En este caso, a su vez, debemos distinguir
entre la acción del laicado católico y la de la jerarquía eclesiástica.
Los laicos
católicos argentinos, sobre todo a partir de 2018, hemos dejado la vida en las
trincheras para defender la vida de los niños por nacer. Hemos aprendido a
pulir nuestras diferencias de temperamento, de genio y figura en pos de una causa
común. Hemos coordinado los esfuerzos, cada cual desde su competencia, en un
frente compacto no obstante las limitaciones con las que contamos por ser
hombres y no ángeles. Lo hicimos, a su vez, con los evangelistas -nobleza
obliga, les debemos todo nuestro reconocimiento- y con tantos hombres de buena
voluntad. Todos amamos y nos duele nuestra querida Patria Argentina.
En cambio, no
recibimos un mensaje concreto y directo de aliento, de apoyo, de
fortalecimiento, del papa. Lo mismo que en 2018, más allá de la diferencia del
resultado de la respectiva votación. ¿Es razonable pensar que con cartas
privadas dirigidas a terceros se va a convencer a un Presidente, a una
vicepresidente, a los diputados y los senadores para que gobiernen y voten
celeste? ¿Es razonable pensar que, sin un mensaje personal y público aquí y
ahora, con su firma de puño y letra al pueblo argentino, nos vamos a convencer
que hizo todo lo que podía? ¿Ni siquiera unas palabras en un Ángelus dominical?
En cuanto a la Conferencia Episcopal Argentina, en su estilo de "diálogo
democrático" parece Sara Kay en el mundo de 1984 orwelliano.
Además de que,
como la clase partidocrática argentina, se representa a sí misma y no al
auténtico Pueblo de Dios, el que todos los días, en cada hora, en cada minuto,
en cada instante, deja la vida en el campo de batalla bajo el mando de sus
jefes naturales y con el auxilio espiritual de tantos buenos sacerdotes y pocos
obispos que hablan el lenguaje del Evangelio y no el del mundo. Pareciera que
la Conferencia Episcopal Argentina no advierte que su influjo, tanto en la
clase política como en los fieles católicos, es cada vez más insignificante. No
hay que ser un genio para advertir una de las razones, patente, entre otros
ejemplos, en sus declaraciones: como el movimiento hippie, predican paz y amor
pero no el Evangelio. Hace rato que, en sus declaraciones, se ha perdido la
obligación de restablecer a la Argentina en Jesucristo. Basta repasar, nomás,
la mayoría de las homilías episcopales a
propósito de la solemnidad de Cristo Rey.
Con todo, estamos
obligados a seguir librando el buen combate (1 Tim 6, 12) y a seguir esperando.
Como afirmó la Doncella de Orleans: "A nosotros nos toca luchar y Dios
dará la victoria".
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