“Mi mayor error fue subestimar las fuerzas
oscuras del Vaticano”
Resumen de una
entrevista de Vida Nueva (4-6-21)
George Pell te
estrecha con ímpetu la mano cuando te recibe en su piso, uno de esos grandes
apartamentos que el Vaticano otorga a los cardenales de la Curia romana, en la
que el purpurado australiano dejó de trabajar como prefecto de la Secretaría
para la Economía cuando, en junio de 2017, volvió a su país para defenderse de
una acusación de pederastia.
Empezaba así un
vía crucis judicial que le llevaría a ser condenado en primera y segunda
instancia, lo que le supuso pasar 404 días preso, hasta que, en abril de 2020,
el Tribunal Superior australiano le absolvió y ordenó su inmediata liberación.
“No perdí la esperanza, aunque se había creado una atmósfera envenenada contra
mí, contra la Iglesia católica y contra sus líderes”, explica Pell, que acaba
de publicar en español su ‘Diario en prisión’ (Palabra). “Fui un cabeza de
turco”, asegura.
En una amplia
entrevista con Vida Nueva, el cardenal cuenta cómo ha salido de la cárcel,
“agradecido por las muchas cosas buenas que he tenido y recibido en mi vida”, y
analiza la situación económica del Vaticano, cuya gestión trató de modernizar y
hacer más transparente.
“No sabemos
cuántas personas van al cielo o al infierno, pero al menos debemos saber si
estamos ganando o perdiendo dinero”, dice, dedicando buenas palabras a su
sucesor en la Secretaría para la Economía, el jesuita español Juan Antonio
Guerrero. “Se han dado pasos adelante y se continúa haciendo un progreso”.
Contra la
corrupción
Pell recuerda las
resistencias que encontró en parte de la Curia para lograr una mayor
transparencia y asegura que no se topó con una guerra cultural, sino que se
trató de un choque entre “quienes queríamos luchar contra la corrupción,
quienes estaban involucrados en ella” y los que “cerraban un ojo”. La mejor
prueba de lo “sospechosos” que, a su juicio, resultan muchos de los que han
trabajado con las inversiones del Vaticano ha venido con la compra de un
edificio en Londres con fondos de la Secretaría de Estado, una operación que
está siendo investigada por la Justicia vaticana.
Pell cuenta,
finalmente, que ha decidido quedarse a vivir en Roma, aunque volverá con
frecuencia a Australia, preferiblemente durante el verano europeo, para escapar
así del calor húmedo y sofocante de la Ciudad Eterna.
PREGUNTA.- ¿Cuál
fue su momento más duro en la cárcel?
RESPUESTA.- De
todo el tiempo que estuve allí lo más difícil fue cuando me sentenciaron
culpable en el segundo juicio, el de apelación. Aquello fue para mí una enorme
sorpresa, porque los cargos eran absurdos. Se decía que yo había atacado a dos
muchachos, a los que ni siquiera conocía, y en la sacristía, en un momento en
el que allí habría cuatro o cinco personas y varios cientos en toda la zona. El
juez pensó que era inocente, pero tenía que llevar adelante el proceso por la
decisión del jurado, que actuó de manera errónea y arrogante. Para mí, aquello
fue muy difícil, recuerdo que les miraba a la cara diciéndoles que aquello era
falso e injusto. Fue todo muy extraño, como lo eran las acusaciones.
P.- ¿Confió
siempre en que al final sería absuelto?
R.- No perdí la
esperanza. Hay que diferenciar entre la esperanza cristiana, el optimismo
humano y tus previsiones de si el Tribunal te va a liberar o no. Después de las
decisiones en mi contra que se habían tomado, estaba seguro de que no podría
haber más errores y que, al final, me liberarían. Era lo único que podía hacer,
pues, desde el punto de vista forense y legal, la lógica decía que mi defensa
era muy fuerte. Mis abogados así me lo dijeron. El problema es que se había
creado una atmósfera envenenada contra mí, contra la Iglesia católica y contra
sus líderes.
Cuando estaba en
prisión y me preocupaba lo que fuera a pasar, a veces me acordaba de ese viejo
filósofo británico y ateo que es Bertrand Russell, que decía que, en ocasiones,
hace falta ser muy listo para ser muy tonto y cometer enormes errores. Todos
los miembros del Alto Tribunal son personas muy inteligentes, personas de mente
y actuación claras. Me habían dicho que en la Corte Suprema iban a ser capaces
e íntegros, y así fue como se comportaron.
P.- ¿Estaba
preocupado por el proceso paralelo que se vivió en los medios de comunicación?
R.- Por supuesto,
pero cada persona puede hacer lo que puede hacer. Aunque había algunos líderes
importantes en los medios defendiendo mi posición, la postura general era muy
hostil. Hubo algunas personas en el Tribunal que incluso dijeron públicamente
que yo tal vez fuera inocente, pero que era necesario que alguien en la Iglesia
pagara. Fui un cabeza de turco. La acusación de que había abusado de dos
personas después de misa en la sacristía, que estaba llena de gente, resulta
increíble para cualquier persona que haya ido a misa. Una dificultad del
proceso fue, precisamente, que muchos miembros del jurado no van nunca a la
iglesia y tienen la idea de que una catedral puede ser un lugar cerrado y
oscuro. Es un detalle interesante.
P.- ¿Qué opinión
tiene de quien le denunció?
R.- Nunca cometí
ninguna violencia contra esa persona, que tiene muchas enfermedades
psicológicas debido al uso de drogas. No creo que esté en paz ni siquiera
ahora. Tal vez haya creado toda esta historia como una fantasía, le pasó lo que
dice con otra persona o haya establecido un paralelismo con otro suceso similar
acaecido en Estados Unidos, que luego se supo que también era falso. Las
acusaciones son muy parecidas. La persona que me acusó ha cambiado 24 veces su
declaración, tal vez alguien la ha dirigido, pero no sé de quién puede
tratarse.
Difícil perdón
P.- ¿Le ha
perdonado?
R.- Algunas veces
perdonar resulta difícil, pero es una decisión que tomas porque eres cristiano
y decides hacerlo.
¿Qué les diría a
las asociaciones de víctimas?
R.- Siento una
gran simpatía por las víctimas auténticas y pienso que la mejor protección es
siempre la verdad. Tenemos que trabajar por ella, la verdad tiene que ser la
base de la justicia. En mi recorrido como obispo, siempre he estado a favor de
las víctimas, como ocurrió en Melbourne, cuando pusimos en marcha un proceso de
justicia con las víctimas, a las que pagamos compensaciones. Una acusación
siempre tiene que ser evaluada, aunque haya ocasiones en las que algunas
personas mientan o su mente les juegue malas pasadas debido a la droga, al
alcohol o a otros motivos.
P.- ¿Sintió el
apoyo del Papa y del Vaticano durante su permanencia en prisión?
R.- Siempre sentí
un fuerte apoyo, tanto del papa Francisco como de Benedicto XVI, que también me
mandó un mensaje. Estoy muy agradecido por ello. Los comunicados vaticanos, en
cambio, eran algo más tibios y reflejaban también un respeto por la justicia
australiana que podría resultar demasiado optimista.
P.- ¿Cómo le ha
cambiado personalmente esta experiencia?
R.- No estoy
seguro de que haya salido mejorado por haber estado en la cárcel, pero de lo
que estoy seguro es de que estoy más agradecido por las muchas cosas buenas que
he tenido y recibido en mi vida. Ha sido una vida muy buena, trabajando y
sirviendo en diferentes mundos. Le doy las gracias a Dios por todo ello y creo
que ahora entiendo mejor el papel que el sufrimiento tiene en la redención.
Tal vez por ello
mi fe ahora es todavía más fuerte. Entre los agradecimientos que tengo que
hacer, no quiero olvidarme de Felipe Fernández-Armesto, historiador y profesor
en la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos), por su apoyo recibido. Fernández-Armesto
es un hombre brillante, al que querría dar las gracias públicamente.
P.- ¿Está
satisfecho con las reformas económicas de los últimos años en el Vaticano? ¿Son
los cambios que usted pedía cuando era prefecto?
R.-
Indudablemente, se han dado pasos adelante y se continúa progresando. Mi
sucesor, el padre Juan Antonio Guerrero, es un hombre capaz y honesto. Tuve al
principio una larga charla con él, pero no interfiero en su trabajo ni me veo
regularmente con él. Confío en él y cuenta ciertamente con las capacidades
necesarias. El Papa tomó una buena decisión al elegirle, aunque me gustaría
verle como cardenal para que su papel se vea aún más reconocido y para que su
autoridad se respete aún más.
P.- ¿Piensa que debilita
a Guerrero el hecho de no ser cardenal?
R.- No, no creo
que le debilite. Pero contra mí usaron diversos argumentos, entre ellos, el de
la autoridad. Recientemente, me crucé con el padre Guerrero por la calle cuando
él estaba yendo a su oficina. Le pregunté que cómo iban las cosas y me
respondió que bien, pero que la situación era difícil y que yo lo entendería.
Le dije que sí, que lo entendía bien. Ya antes de la crisis provocada por el
Covid-19 estábamos bajo la presión financiera, que ahora se ha hecho mucho más
fuerte. De los Museos Vaticanos, cada año procedían entre 16 o 19 millones de
euros por la venta de entradas, pero ahora no sé cuanto puede venir de ahí,
porque la pandemia lo ha parado todo.
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