Luisella Scrosati
Brújula cotidiana,
17-06-2021
La reunión de los
obispos de Estados Unidos para decidir una línea común sobre la Eucaristía a
los políticos pro-abortistas comenzó ayer, pero según el New York Times, el
Vaticano ya ha decidido. Spadaro y el NYT se contradicen al dar “razones”
políticas con respecto a una cuestión que va al corazón de la fe y que está
bien definida tanto por el derecho canónico como por la nota de Ratzinger de
2004: la Eucaristía debe negarse a los que están en pecado grave y manifiesto.
Jason Horowitz ha
sentenciado desde las honorables páginas del New York Times que el Vaticano ya ha decidido sobre la
comunión a los políticos que apoyan la legislación pro-aborto. No hay pecado
que excluya de recibir la Eucaristía: Francisco docet. El argumentum ab
auctoritate se encuentra en las palabras del Ángelus pronunciadas por el
Pontífice el pasado 6 de junio: “Cuando recibimos la Eucaristía, Jesús [...]
nos conoce, sabe que somos pecadores, sabe que cometemos muchos errores, pero
no renuncia a unir su vida a la nuestra. Él sabe que lo necesitamos, porque la
Eucaristía no es el premio de los santos, no, es el Pan de los pecadores. Por
eso nos exhorta: ‘¡No tengáis miedo! Tomad y comed’”.
A
decir verdad es un estribillo del pontificado, pero haber refrescado la memoria
el día del Corpus Christi, justo a las puertas del debate interno en la
Conferencia Episcopal de Estados Unidos, fue especialmente “providencial” para
Horowitz.
Informa el diario
estadounidense: “El Vaticano advirtió a los obispos conservadores
estadounidenses que frenen su presión para negar la comunión a los políticos
que apoyan el derecho al aborto, incluido el presidente Biden, un practicante
fiel y el primer católico romano en ocupar el Despacho Oval en 60 años”. Sin
embargo, añade el NYT, “a pesar de la señal de ‘stop’ abiertamente decidida de
Roma, los obispos estadounidenses han decidido seguir adelante de todos modos y
se espera que fuercen el debate sobre la comunión en la reunión que se
celebrará a online el miércoles”.
Además de la
cuestionable, aunque genérica, exteriorización del Papa Francisco, las otras
señales de autoridad provienen de Antonio Spadaro –que no podía faltar- y del
cardenal Luis Ladaria. Este último, Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, había enviado un mensaje cuando menos ambiguo en una carta
del 7 de mayo de 2021, en la que se limitaba a dar indicaciones de
procedimiento a los obispos estadounidenses y “patinaba” distanciándose
clamorosamente de la línea claramente indicada por Ratzinger/Benedicto XVI,
sobre la peculiaridad de los principios no negociables.
Spadaro, por su
parte, se ha enfrentado al mundo periodístico: “La preocupación en el Vaticano
es que la admisión a la Eucaristía no se utilice como arma política”. El New
York Times aprovecha la cuestión y establece el marco en el que se va a
enmarcar editorialmente: “Algunos obispos prominentes, cuyas prioridades están
claramente alineadas con el ex presidente Donald J. Trump, quieren ahora
reiterar la centralidad de la oposición al aborto en la fe católica y adoptar
una línea dura”. ¿La dignidad de la Eucaristía? ¿La necesidad de no
escandalizar a los fieles? Un mero pretexto. Estos obispos conservadores estarían
en realidad tan a favor de Trump que ni siquiera pararían incluso ante el
riesgo de “romper la fachada de unidad con Roma, subrayando la polarización
política dentro de la iglesia estadounidense y estableciendo lo que los
historiadores de la Iglesia consideran un peligroso precedente para las
conferencias episcopales de todo el mundo”. No vaya a ser que en otras
latitudes empiecen a negar la Comunión por un simple aborto... No está mal:
para que la admisión a la Eucaristía no se convierta en una cuestión política,
se dan “motivaciones” de carácter exclusivamente político.
El periódico
italiano Corriere della Sera ha decidido, en cambio, aventurarse por los
caminos del orden sacramental y canónico, acabando apresuradamente con el canon
915, que tildan de “formulación [...] lo suficientemente elástica como para
permitir diferentes interpretaciones en el curso del tiempo”. En realidad, Gian
Guido Vecchi pasa por alto que el canon es bastante preciso, porque define con
extrema claridad las categorías de personas que no pueden ser admitidas a la
Comunión: todos los que están sujetos a la censura ferendae sententiae y latae
sententiae de excomunión o interdicción; y los que “perseveran obstinadamente
en el pecado grave y manifiesto” (can. 915). Dos adjetivos y un adverbio que lo
dicen todo. Si bien puede no estar inmediatamente claro que un político que
fomenta el aborto a través de la legislación entra en la categoría afectada por
la excomunión latae sententiae prevista por el can. 1398, no hay duda en cambio
de que sí está entre aquellos que se encuentran en una situación de pecado
grave y manifiesto.
McCarrick y el
arzobispo Wilton Gregory, entonces arzobispo de Washington y presidente de la
Conferencia Episcopal de Estados Unidos dijeron respectivamente en junio de
2004 lo siguiente: “En cuanto al pecado grave del aborto o de la eutanasia,
cuando se manifiesta la cooperación formal de una persona (que debe entenderse,
en el caso de un político católico, como su campaña y voto sistemático a favor
de leyes permisivas del aborto y la eutanasia) , su párroco debe reunirse con
él, instruirle sobre la enseñanza de la Iglesia, informarle de que no debe
presentarse a comulgar hasta que no haya puesto fin a su situación objetiva de
pecado, y advertirle de que, en caso contrario, se le negará la Eucaristía”. Si
la persona destituida persiste en su comportamiento público y “se presenta de
todos modos para recibir la Sagrada Eucaristía, ‘el ministro de la Sagrada
Comunión debe negarse a distribuirla’ (cf. la declaración del Pontificio
Consejo para los Textos Legislativos, ‘La Sagrada Comunión y los católicos
divorciados y vueltos a casar civilmente’, 2000, n. 3-4)”.
Indicaciones
claras y precisas que, sin embargo, según Gian Guido Vecchi, dado que “el
Magisterio de la Iglesia cambia y evoluciona con el tiempo”, habrían sido
suplantadas por la “profunda articulación teológica y canónica” de afirmaciones
como: “¿Quién soy yo? Soy un pecador al que el Señor ha mirado”; o por
afirmaciones “inclusivas” como ésta de Amoris Laetitia: “Se trata de integrar a
todos, hay que ayudar a cada uno a encontrar su propio modo de participar en la
comunidad eclesial”.
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