Los aliados del Papa en una Iglesia en la que
crece la embestida del ala conservadora
Elisabetta Piqué
La Nación, 14-1-23
En el llamado
consistorio, esa ceremonia solemne en la que un pontífice crea –ese es el
término– nuevos cardenales, el ritual, solemne y lleno de simbolismo, es muy
claro. Uno por uno, los nuevos cardenales, que pasan a ser los máximos
colaboradores de un pontífice, hacen una profesión de fe y un juramento.
“Yo..., cardenal
de la Santa Iglesia Romana, prometo y juro permanecer, desde ahora y por
siempre mientras viva, fiel a Cristo y a su Evangelio, constantemente obediente
a la Santa Apostólica Iglesia Romana, al beato Pedro en la persona del Sumo
Pontífice y de sus sucesores”, dice el texto. El cardenal también recibe un
solideo púrpura, el mismo color de la sangre que debe estar dispuesto a
derramar.
Todo esto
recordaban algunos prelados en voz baja en el Vaticano, donde la muerte, en los
últimos días, primero del papa Benedicto, el 31 de diciembre pasado, y después
la inesperada del influyente cardenal australiano George Pell, el martes,
provocaron algo así como la erupción de un volcán.
Aunque desde marzo
de 2013, cuando fue electo en el primer cónclave en siglos que se daba no
porque hubiera muerto un papa, sino porque había renunciado, hubo oposición a
Jorge Bergoglio, un outsider, en los últimos días todo eso se hizo más palpable
y ruidoso que nunca.
La muerte de
Benedicto, papa emérito que muchos consideraron en estos casi diez años una
figura contrapuesta a su sucesor, nunca digerido por sectores de la Iglesia
conservadores y tradicionalistas, poco contentos con ese papa del fin del mundo
que ejerce el papado en forma distinta, cercana, descontracturada y con una
visión de Iglesia abierta a todos, removió las aguas.
No solo por los
trapos sucios salidos en el polémico libro de su secretario privado, el
arzobispo alemán Georg Gänswein –a quien para muchos le salió el tiro por la
culata–, sino sobre todo porque pareció volver a azuzar a esa misma ala
conservadora que espera que el pontificado reformista de Jorge Bergoglio
termine lo antes posible. Que presiona por una renuncia y se prepara para el
cónclave que deberá elegir a su sucesor.
En este sentido,
hizo aún más ruido la posterior e inesperada muerte del cardenal Pell,
purpurado ya mayor de 80 años y por lo tanto sin derecho a participar del
cónclave, pero evidentemente uno de los líderes de esa oposición sedienta de
cambio. La revelación de que Pell fue el autor de un “Memorando” secreto y con
firma anónima que comenzó a circular en marzo pasado en vista de la futura
elección del sucesor de Bergoglio, causó gran zozobra. Pell en ese panfleto
tachó de “catástrofe” el actual pontificado.
“Es un traidor”,
comentó a LA NACION un cardenal que prefirió el anonimato, que consideró que
ese “Memorando”, más el artículo que escribió en The Spectator en el que
definió el actual sínodo como “una pesadilla tóxica”, hablaban por sí solos.
Otros recordaban
que Pell, arzobispo emérito de Sydney, que hoy tendrá su funeral solemne en la
Basílica de San Pedro, había sido nombrado por Francisco en cargos más que
importantes. Primero como miembro del consejo de cardenales consultores, luego
como primer prefecto de la nueva Secretaría de la Economía, sin contar que
siempre lo respaldó al enfrentar en su madre patria un escandaloso juicio por
abusos sexuales de menores, del que resultó condenado en dos instancias y
absuelto en la tercera.
“¿Es esta la
fidelidad al Papa?”, era la pregunta que flotaba en un ambiente enrarecido.
Aliados
Aunque, más allá
de que siempre son los adversarios los que hacen más ruido, también hay quienes
destacaban que en verdad Jorge Bergoglio, a punto de cumplir su décimo
aniversario en el trono de Pedro, cuenta con gran respaldo en el colegio
cardenalicio, como pudo verse en la última reunión de cardenales en agosto
pasado.
¿Quiénes son sus
aliados? Entre los cardenales de la curia romana, en silencio y ostentando bajo
perfil, son varios los que están con Francisco. Uno es el cardenal
checo-canadiense Michael Czerny, un jesuita que es prefecto del Dicasterio para
el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Otro es el cardenal estadounidense
Kevin Joseph Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la
Vida.
Además, el
británico Arthur Roche, prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos; el cardenal español Fernando Vergez Álzaga, que
fue secretario privado del cardenal argentino Eduardo Pironio y hoy es
presidente tanto de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del
Vaticano, como del Governatorato; el también español Miguel Ángel Ayuso Guixot,
titular del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, y el cardenal filipino
Luis Antonio Tagle, pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización.
Fuera de la curia
romana, entre los aliados y defensores de Francisco está el arzobispo de
Chicago, Blase Cupich, uno de los líderes de la minoría progresista de la
polarizada Iglesia norteamericana. También pueden incluirse sus colegas de
Indianápolis, Joseph William Tobin, de San Diego, Robert McElroy y de Boston,
el cardenal Sean O’Malley. Papable en el último cónclave, O’Malley es famoso
por su manejo del escándalo de abusos en Boston, que le valió ser nombrado por
Francisco en diciembre de 2013 al frente de la Pontificia Comisión para la
Tutela de Menores.
O’Malley también
integra el consejo de cardenales asesores del Papa, al igual que otros
sostenedores de este pontificado como el cardenal de la India, arzobispo de
Bombay, Oswald Gracias; el alemán Reinhard Marx, arzobispo de Munich y
presidente del episcopado; y Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinshasa,
República Democrática del Congo, país al que viajará en breve el Papa.
Otros purpurados
en línea con Francisco son el cardenal italiano Matteo Zuppi, arzobispo de
Bologna y presidente de la Conferencia Episcopal italiana; el cardenal español
Juan José Omella, presidente de la Conferencia episcopal de su país y arzobispo
de Barcelona; el cardenal canadiense Gérald Cyprien Lacroix, arzobispo de
Quebec; y el jesuita Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo. Hollerich
es el único purpurado mencionado en el “Memorando” de Pell, que lo acusa de
rechazar la enseñanza cristiana sobre la sexualidad y de ser “explícitamente
herético”.
Pueden agregarse a
la lista, que, por supuesto es incompleta, al menos dos latinoamericanos: el
cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y otro
jesuita, el cardenal peruano Pedro Barreto Jimeno, arzobispo de Huancayo.
Coordinador del
grupo de cardenales consultores del Papa y muy cercano a Francisco, Maradiaga
había sido uno de los primeros en alertar en 2014 que había una seria
oposición. “Tenemos que estar preparados, ya que esta bella pero extraña
popularidad está comenzando a fortalecer fidelidades, pero igualmente está
despertando la sorda oposición, no solo en la vieja curia, sino también en
algunos que están preocupados de perder privilegios en el tratamiento y en las
comodidades”, advirtió Maradiaga, que entonces incluso reveló que “expresiones
como ‘¿Qué pretende este argentinito?’, o la frase de un reconocido cardenal,
‘Hemos cometido un error’”, ya se estaban oyendo dentro y fuera del Vaticano.
Algo que dejó
claro que los aliados del Papa también están atentos y preparados para la
lucha.
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